Ambos inventos fueron los padres de las bicicletas modernas. La draisiana era un juguete para mayores. Fue un invento del barón alemán Kart Drais y su función esencial era entretener a la aristocracia para que pudieran pasearse sin ningún problema por los jardines y parques de las principales ciudades europeas. Este juguete estaba compuesto de un rígido artefacto de madera con ruedas macizas, sin pedales, y que solamente se podía impulsar mediante la fuerza de las piernas.
En 1861, un francés llamado Pierre Michaux tuvo la idea de añadir al eje de la rueda delantera un par de pedales. De este modo nacía el velocípedo, un ingenio que podía permitir a la gente desplazarse más allá de los jardines y aventurarse por las calles y caminos, aunque de manera insegura debido al gran tamaño de la rueda delantera y a la ausencia de neumáticos para amortiguar los baches.
Pero el mundo de la velocidad se revolucionó con la cadena de montaje y la aparición del neumático hinchable. En 1888 alguien tuvo la afortunada idea de montar una transmisión a la rueda trasera, y pocos años después el escocés John Boyd Dunlop patentó las cubiertas de caucho haciendo más confortables los viajes a lomos de estas primitivas bicicletas.