El inicio del primer acto de una de las obras más sangrientas de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial, levantó el telón el 1 de Septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de Alemania. En esos primeros días de confusión en que la nación polaca temía ser despedazada por las garras germano soviéticas, el ejército alemán puso en práctica un nuevo modo de guerra relámpago, la blitzkrieg, que sorprendió al ejército polaco aplastándolo en menos de un mes propiciando la estrepitosa caída del país. Fue tan fulminante ese ataque que causó un total de 66.300 bajas, junto a la nada despreciable cifra de 587.000 prisioneros que hizo el ejército alemán junto a otros tantos 100.000 que efectuaron los rusos por el Este. Una gran mayoría de estos prisioneros fueron llevados a campos de prisioneros en lo más recóndito de Rusia, con la esperanza de que murieran de hambre y frió bajo la atenta mirada de Stalin.
Pero los planes de exterminio del Hombre de Acero se vinieron abajo cuando en 1941 los alemanes deciden romper los lazos de amistad que tenía con Rusia e invaden la Madre Patria con la Operación Barbarroja. Al igual que pasó con Polonia, en un principio los alemanes volvieron a aplastar a sus enemigos, por lo que Stalin solicitó ayuda a cualquier país que le pudiera enviar tropas para no sucumbir frente a Hitler, su antiguo aliado. No le importó negociar con cualquiera que le mandara socorro e incluso llegó a tener contacto con los dirigentes polacos que estaban en el exilio. Estos decidieron echarle una mano a cambio de que liberara a los soldados que estaban prisioneros en los gélidos gulags. Stalin acepta y son enviados a Irán primeramente a recuperar la salud perdida y sobre todo a recibir formación militar inglesa. En cuanto se recuperan son encuadrados en dos divisiones, la 5º Kresowa y la 3º Carpática, y son enviados en dirección al Líbano para que se reúnan con las restantes fuerzas polacas en el exilio.
Y es justamente camino al Libano, en el paso montañoso de Hamadam-Kangavar (Iran-Irak) donde aparece nuestro protagonista a lomos de un pequeño niño hambriento y reventado por el caminar. Los soldados polacos enseguida se ocupan de darle comida y de acomodarle en uno de los camiones para que pueda descansar. Lo intentan desvestir pero el se resiste por miedo a que le puedan hacer daño, pero ellos le tranquilizan haciéndole gestos de que son inofensivos y que lo único que quieren es ayudarle. Uno de los soldados se fija en que algo se mueve en el macuto del niño y con mucho cuidado lo abren. Para asombro de todos una cabecita peluda emerge de la bolsa y con cariño lame las manos de todos los presentes. Pronto se encariñan del osezno y deciden adoptarlo. En cuanto despierta su dueño le ofrecen un trato, y aunque las negociaciones son duras pronto se llega a un acuerdo: el pequeño oso por un bolígrafo que se convierte en navaja. Cuando el niño se recupera lo dejan en un pueblo y los nuevos dueños convierten al oso en la mascota de la 22º Compañía de Transporte.
Observan que está bastante desnutrido por lo que deciden urgentemente darle de comer. Al ser todavía un osezno le dan un biberón (hecho con una botella vacía de vodka y un pañuelo como tetina) de leche condensada mezclada con agua. Bebe con avidez y eso les hace felices a todos. Da un pequeño eructo y al dormir aquella primera noche se acurruca buscando calor junto a uno de los soldados. Aun así aquel animal todavía no tiene nombre por lo que piensan ponerle uno de los más corrientes de su tierra: Wojtek. Llegará a ser uno más en el ejército polaco, tanto que incluso cuando desfila lo hace a dos patas, y cuando viaja en un jeep lo hace sentado junto a los demás soldados.
En 1944 el alto mando decide que el nuevo ejército polaco ha de unirse a los aliados para tomar la ciudad de Roma por lo que los trasladan a Egipto para después transportarlos a Italia en barco. Y es aquí donde Wojtek tiene el primer problema de la contienda pues el ejercito ingles no deja embarcar animales en sus barcos. Hablan con las autoridades pero no se consigue nada. Los polacos viendo que su amado animal puede quedarse en tierra no ven otra opción y lo alistan en el ejército. Al acercarse al barco, el oficial responsable de transporte mira detalladamente los papeles del oso y permite que se embarque, incluso le da una palmada en el hombro. Este gesto será correspondido con un gruñido de amistad.
La prueba de fuego de Wojtek será en la Batalla de Monte Cassino (1944) donde el ejército aliado quiere conquistar dicha abadía para forzar las defensas de la Línea Gustav y tener el camino expédito a Roma. Una formación de paracaidistas alemanes, bien entrenados, resisten dentro del recinto religioso, y a pesar de los continuos bombardeos resisten heroicamente. Esto hace que la toma de Monte Cassino se alargue más de la cuenta. Es en ese momento cuando llegan las tropas polacas y se asientan en las faldas de la correosa montaña. Un día que los soldados estaban descargando cajas nuestro protagonista se acerca a los soldados y hace gestos de querer coger el material y llevarlo a los camiones. En un principio les hace gracia pero pronto se dan cuenta que aquel oso les puede ser de mucha utilidad cargando munición y trasportando víveres. Así que pronto es muy normal verle en primera línea de combate llevando a sus espalda enormes cajas e incluso ayudando a los soldados a abrir las duras latas de comida. Tanto éxito tuvo en Monte Cassino (se dice que incluso los alemanes le vitoreaban desde la distancia) que los polacos pronto cambiaron su emblema por un oso portando una bomba. Se puede decir que aquellos momentos fueron los más gloriosos de la vida de Wojtek.
Después de la batalla los soldados polacos fueron llevados a Gran Bretaña y acantonados en la ciudad de Glasgow donde nuestro oso fue recibido con todos los honores. Se había convertido en todo un héroe y mito de los ejércitos aliados. Pero el final ya estaba cerca. En 1947 el ejército fue desmovilizado y cada soldado decidió tomar caminos distintos. Todos ansiaban volver a sus hogares y ver a sus familias. Pero ¿Qué hacer con Wojtek? Nadie quería llevárselo a su casa por lo que pensaron en abandonarlo en algún bosque y que pasará el final de su vida en libertad. Pero recibieron la negativa de las autoridades inglesas (otra vez) pues las leyes del país establecían que no podían abandonar animales en ningún lado. Así pues el estado se hizo cargo de él y fue llevado al Zoo de Edimburgo. En un principio recibía un montón de visitas pues era una celebridad de la guerra, levantando alguna pata incluso cuando veía a lo lejos algún camarada que hubiera venido a verlo. En esos casos le dejaban entrar en la jaula y ambos se abrazaban en señal de reconocimiento.
Pero el tiempo pasa y no perdona a nadie. Ya las visitas se fueron espaciando y ningún soldado venia a verlo. Se fue volviendo más huraño y no respondía a ningún estimulo exterior. Aquel gran oso que había viajado por medio mundo, que había luchado y sorteado el fuego enemigo en escarpadas montañas, se pasaba el día acostado, impávido y triste. Murió el 15 de Noviembre de 1963, con 22 años, creyéndose olvidado por todos… pero no fue así ya que hoy existen repartidos por todo el planeta estatuas en su honor, en Londres, Ottawa, y pronto otra en el zoo de Edimburgo. En Glasgow también existe una placa que recuerda al héroe, y a las hazañas de un oso que durante un tiempo fue el emblema de la libertad en el mundo.