Cuentan los historiadores musulmanes y cristianos, y en ello por una vez están de acuerdo, que Al Mansur, más conocido por Almanzor “El Victorioso” realizó entre el 978 y el 1001, 52 campañas contra sus enemigos, produciendo en aquellas tierras cristianas la sensación de que llegaba el temido Apocalipsis y de que se habían abierto de par en par las puertas del mismísimo Infierno. Pues bien, no contento con ello el general ismaelita ideó desde su centro de operaciones en Córdoba, una nueva campaña, tan arriesgada y directa que hasta ese momento ningún príncipe musulmán había osado hacer: la toma del santuario más importante de los reinos cristianos del Norte: Santiago de Compostela.
Así pues el tórrido verano de 997 después de varias victorias sucesivas Almanzor consiguió llegar hasta la ciudad y sin ningún miramiento, a sangre y fuego, asoló y quemó no solo las casas que encontraba sino también cualquier templo que se pusiera delante del filo de su espada. Pero, aunque parezca increíble, respeto el mayor tesoro de la ciudad: la tumba del apóstol Santiago. Después de varios días de saqueo y locura el victorioso general decidió dar un golpe psicológico a la cristiandad, pues mandó llamar a uno de sus capitanes y le ordenó que le trajeran a varios prisioneros, a los que, sin miramientos, hizo cargar con las campanas del templo de Santiago y que las llevaran a pie hasta Córdoba en un verdadero viaje a la muerte. Pero como a veces el destino es caprichoso esta marcha no se hizo en una sola dirección, pues cuando Fernando III conquistó Córdoba en 1236 aplicó el mismo tratamiento a los prisioneros musulmanes a los que obligó a cargar de nuevo con las campanas y que las llevaran camino de Santiago.