Los trajes de
boda femeninos no siempre han sido blancos, y aunque este color, símbolo de
pureza e inocencia infantil, sea el más común en el siglo XX gracias a la moda,
a través de los siglos la cromacidad ha variado mucho. En la Edad Media, las
novias, al igual que ahora también gustaban de llevar vestidos vistosos pero
podían ser de cualquier color, rojo, verde, amarillo... Pasado el tiempo, a
partir del Renacimiento el color de los trajes no difería mucho de cualquier persona,
e incluso se sabe que en la boda de la infanta española María Teresa de Austria
en 1660 con el rey Luis XIV de Francia la futura reina lo llevaba negro, y que
el de la gran emperatriz Catalina la Grande de Rusia era de color plata.
El origen del
color blanco hay que buscarlo en el siglo XIX, pues por un lado fue la
tonalidad preferida por la realeza al casarse, por ejemplo en la boda de la
reina Victoria de Inglaterra en 1840 con su primo Alberto de
Sajonia-Coburgo-Gotha, mientras que por otro los medios de comunicación y la
incipiente fotografía preferían este color pues las novias salían más claras y
despampanantes en las fotos de los periódicos y en las que se enviaban a los
familiares y quedaban para el recuerdo.