Hubo un tiempo,
en la época de los Austrias, en que tener una estatua ecuestre era signo de
grandeza e importancia regia. Es por ello que Felipe IV, al igual que su padre
Felipe III, quiso tener una, pero más espectacular, pues mientras la de su
progenitor solamente tiene una pata delantera levantada, la suya tenía que
estar en corveta, con las dos patas delanteras hacia arriba. Aunque ahora con
la tecnología más avanzada la construcción de la estatua es factible, entonces
no lo era tanto, por lo que el Rey Planeta tuvo que echar mano de la habilidad
de cuatro genios.
Velázquez hizo
varios bocetos al óleo, todos ellos con las patas delanteras del caballo
levantadas. El escultor e ingeniero Juan Martínez Montañés se encargó de
esculpir la cabeza ya que no había nadie que la plasmara de manera correcta. Felipe
IV quiso que el resto de la estatua la esculpiera el mismo escultor que hizo la
de su padre. Así pues encargó la obra a Pietro Tacca, pero cuando estaba a
punto de concluirla las patas traseras se hundió debido al peso. Fue en este
momento cuando comenzó el intercambio de correspondencia entre el rey y el
escultor diciéndole éste que le era imposible terminar la estatua a tiempo ya
que se desmoronaba continuamente. Y es en este punto cuando hace su aparición
el cuarto genio: el astrónomo y físico Galileo Galilei, que al enterarse del
problema a través de Pietro Tacca y de Cristina de Lorena, duquesa de Toscana,
con la que tenía una fecunda relación, les sugirió que equilibraran el interior
de la estatua de la siguiente manera: La parte que tenía las patas apoyadas en
tierra debería ser sólida y pesada, mientras que la otra mitad del caballo
debía estar hueca, y así de esta manera todo el peso estaría equilibrado y no
se caería nunca jamás.