Cuando en una
ciudad o aldea de la Edad Media se detectaba que alguien tenía la lepra una de las primeras
cosas que se hacían era una ceremonia llamada separatio leprosum. Con mucho cuidado el leproso era llevado a la
iglesia en donde se confesaba y escucha misa por última vez tendido en una
manta. Cuando se acababa la ceremonia el sacerdote pronunciaba las siguientes
palabras: Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios. Después los
alguaciles cogían al leproso y lo llevaban a los límites urbanos, donde le
recordaban que si volvía lo matarían.