El animal más feroz de la tierra es el
hombre. Qué pocas personas, qué pocos animales hay que maten para divertirse…
Allí, en Mauthausen, en Gusen, eso era cada día, con las SS, con los kapos… (Luis
Estañ Alfonsea)
Quién mejor lo
definió fue Isaac Stern cuando al terminar de redactar la famosa lista de
salvación junto a su patrón, Oskar Schindler, le dijo: El nazismo es el mal absoluto. Ha habido a lo largo de la historia
regímenes de terror, ideas macabras de muerte y locuras de dictador, pero quien
se lleva el premio en esta escalada surrealista de sangre y dolor es el
nacionalsocialismo alemán nacido tras las cenizas de la Primera Guerra Mundial.
Sus números lo avalan: más de seis millones de judíos muertos durante el
Holocausto; cientos de miles de desaparecidos que hoy todavía no se sabe en que
fosa están; y cientos de lagrimas vertidas en una guerra que a punto estuvo de
convertirse en el Apocalipsis. Como curiosidad, y para que vean hasta que
límites llegó la locura nazi hace poco se ha averiguado que Himmler, el
subalterno de Hitler, mientras acababa con la vida de prisioneros políticos y judíos
en los distintos campos de concentración, se sabe que al mismo tiempo mandaba
cartas cariñosas a su familia y regalaba una casa a su amante decorada con
muebles confeccionados con ¡huesos humanos!.(Continua la lectura)
Todavía el
cerebro humano no puede comprender del todo el por qué de estos hechos, pues
sabe que todas estas monstruosidades afectaron a todos los pueblos involucrados
en la Segunda Guerra Mundial. Tanto la Primera como esta última tuvieron algo
que era distinto a cualquier enfrentamiento bélico ocurrido anteriormente, pues
esta contienda no se decidió en un campo de batalla lejano ni en una temporada
en concreto. Es decir que no hay país que pueda alardear de no estar manchado
con sangre, o decir que no fue afectado por los campos de exterminio. En ellos,
desgraciadamente, cupieron muchas nacionalidades europeas, y, sin excepción, la
española. Y este dato no es baladí pues recientemente han comenzado a aparecer
dentro de la ingente historiografía de la Segunda Guerra Mundial un subgénero
muy interesante que trata esencialmente de la participación española en el
conflicto, reivindicando de esta manera nuestro papel en uno u otro bando
durante aquellos años de hierro y sangre. En esta nueva sección también
destacan los que hablan de cómo cientos de españoles, en su mayoría
republicanos exiliados, acabaron con sus huesos en tristes internamientos de
media Europa. Por ejemplo, el más famoso, el de Mauthausen. Es en este punto
donde aparece en libro que tengo entre manos: Vivos en el Averno Nazi, de Monserrat Llor, que describe con pluma
magistral las vivencias de los pocos supervivientes que quedan en la actualidad
y su paso por distintos campos de concentración, del dolor que allí pasaron y
de el gran esfuerzo que hicieron para sobrevivir en aquel infierno en la
tierra.
Sobre
testimonios de supervivientes en aquellos lugares de muerte existe gran copia
de libros, pero éste en concreto tiene algo especial ya que no nos encontramos
con uno más que solamente se limite a narrarnos una entrevista en concreto sino
que pretende ir más allá de la simple vivencia, anécdota o denuncia de lo
ocurrido. La autora quiere mostrarnos no solo el paso de estas personas por
aquellas terribles torturas sino también ofrecernos una visión de lo que supuso
para ellas y como las marco en su devenir posterior. Lo interesante de esta
gran miscelánea de narraciones es no solo lo que cuentan sino también observar
cuál fue el génesis de la confección de este libro y como a través de él, cual
cerezas sacadas en ristre, fueron surgiendo una tras otra las historias de Vivos en el Averno Nazi. Parece ser que
la autora, junto a su marido, que también es periodista, se puso a la búsqueda
del rastro de un familiar que también fue apresado y conducido a los campos de
concentración nazi y del que nunca volvió a salir. Pues bien de este hilo
comenzó poco a poco a salir todo un emocionante ovillo de supervivientes
españoles de aquellos años del plomo.
Todo el libro es
un gran ejercicio de memoria histórica ya que a través de los incesantes viajes
de Monserrat Llor por Europa hasta Siberia, se pudo recoger los últimos
testimonios de unas personas que estaban en los años finales de su vida y que
si no fuera por este libro se hubieran perdido. Narraciones, les aseguro, de lo
más variopinta, ya que el trauma vivido en aquellos lugares fue diverso al
igual que las caras del mal son múltiples en su oscuridad. Nos encontramos con
españoles que sobrevivieron a los terribles experimentos médicos nazis, como
Marcelino Bilbao Bilbao; dibujantes que reflejaban todo aquel mundo surrealista
de dolor en donde no se vivía, se sobrevivía, como Manuel Alfonso Ortells; o
por ejemplo la heroica resistencia de Neus Catalá Pallejá que conseguía
abstraerse de la fabricación de armas, con la idea de que al boicotear las que
montaba mojando la pólvora, no funcionaran en el frente.
El lector que abra
Vivos en el Averno Nazi se va a
encontrar con más de veinte historias inolvidables de presos que moraron en los
campos de Mauthausen, Gusen, Ebensee, Dora-Mittelbau, Buchenwald, Auschwitz
Monowitz, Bergen Belsen, Natzweiler-Struthof o Ravensbrück, y podrá apreciar de
primera mano como sobrevivieron al día a día de aquella monstruosidad; cómo eran
aquellos campos; y las terribles heridas que sufrieron no solo su cuerpo sino
en su memoria ya en la vejez. Es decir historias del antes, durante y después
de los encierros. La autora ha hecho un excelente trabajo de investigación al
recobrar los últimos testimonios de los españoles en el infierno sabiéndole
imprimir a la lectura un sentimiento humano que muchos libros de este tipo
carecen algunas veces. Toda una clase maestra de recuperación del drama
colectivo que todavía hoy se sigue estudiando, y un ejemplo de cómo en aquel
Apocalipsis puede renacer los sentimientos más humanos de supervivencia, al
igual que una flor despunta en el más triste de los inviernos.