Pues bien, si sólo el hallarse presente en
un asesinato imprime a un hombre el carácter de cómplice; si solamente por se
espectador incurrimos en la falta al mismo tiempo que el culpable, se sigue de
aquí necesariamente que, en las matanzas del Circo, la mano que asesta el golpe
fatal no está más teñida de sangre que la del que pasivamente mira. No puede
estar puro de toda sangre el que anima a verterla y el espectador no es más que
un cómplice si aplaude al asesino o reclama en su favor premios.
(L. Cecilias
Firmianus, “Lactantius”. De mortibus
persecutorum)
Era un secreto a
voces. Todo el mundo sabía que iba a pasar pero nadie hizo nada. Era como si
una tormenta eléctrica se avecinara y todos callaran y se escondieran detrás de
los postigos de las ventanas mientras que el futuro finado era el único
desconocedor de su propia muerte. Ocurrió un 21 de Agosto de 1622 y todavía hoy
sigue siendo uno de los grandes enigmas de la Historia de España. ¿Quién fue?
¿En qué y a quién benefició el cruel asesinato a sangre fría de Juan de Tassis,
segundo Conde de Villamediana? Muchos son los interrogantes que a día de hoy,
siglos después, se siguen investigando a la luz de nuevos legajos sacados a la
luz de las más recónditas bodegas de los archivos reales. Unos apuntan a
ajustes de cuentas y faldas, otros a pecados nefandos, mientras que la gran
mayoría ponen la diana de la culpabilidad en las altas esferas de coronadas
testas. Es curioso, pero parece que en el Madrid de los Austrias, con sus
calles embarradas de lluvia y escasa iluminación nocturna, al igual que un poblachón
de campo, era muy dado a esos tipos de crímenes, como por ejemplo el del
secretario de Juan de Austria, Juan de Escobedo… pero éste en concreto tuvo
algo especial, algo morboso y esperado, pues parecía que mientras se taladraba
el cuerpo del Conde de Villamediana, la ciudad aguantara la respiración
esperando haberse librado del problemático noble. Se han escrito libros, buena
copia de ellos, sobre el tema, desde ensayos hasta poemas, y desde novelas
hasta obrillas de teatro, aunque, a mi modo de ver, la obra que les presento a
continuación Decidnos, ¿quién mató al
Conde? del polígrafo Néstor Lujan, Premio Internacional de Novela en 1987, aúna
toda la esencia, espíritu y conocimiento de aquella época esplendorosa a la vez
que barroca en sus claroscuros de poder, corrupción y aceros rotos de Plutón.
El argumento de
esta novela, evidentemente, gira en torno a la vida y asesinato del segundo
Conde de Villamediana, Juan de Tassis (Lisboa 1582 – Madrid 1622) y a sus
consecuencias posteriores. Pero ¿por qué fue tan importante el asesinato de
este noble dentro de la Historia de España? Tal vez porque con el paso de los
años se convirtió en un misterio dentro de todos los misterios que llenaron el
sueño del Imperio Universal. Les pongo en antecedentes sobre la vida y obra de
este personaje, hombre que parece sacado de una obra de capa y espada. Juan de
Tassis, era hijo de Juan de Tassis y Acuña, el cual era Correo Mayor del Reino
y que por haber organizado de manera esplendida el servicio de postas en la
Península tuvo el honor de recibir en 1603 el título de noble. Es por ello que
nuestro protagonista, desde muy pequeño, entró en la Corte y comenzó a conocer
los entresijos y resortes más ocultos de las altas esferas. Se hace compañero
de Felipe III y le acompaña a Valladolid cuando se traslada allí la corte. En
1601 se casa con Doña Ana Mendoza y de la Cerda, descendiente directo del
archiconocido Marqués de Santillana, pero aunque el mozo era de buena figura y adobado
de nobleza no fue un matrimonio feliz. Años después, seis en concreto, en 1607
su padre muere y sin comerlo ni beberlo se convierte en Correo Mayor por
herencia entrando con pie derecho en el gran universo del Rey Planeta, Felipe
IV.
Hasta aquí no
parece que haya nada raro para desearle la muerte. Títulos, tierras, buena
planta, amistades poderosas… todo le va bien. Pero la causa de su desastrado
final hay que buscarlo más allá de la carcasa de su buena estrella, justamente
en las entretelas de su carácter y destino. Pues parece ser que detrás de su brillo y oro Juan de Tassis,
segundo Conde de Villamediana, era un hombre agresivo, directo y temerario, al
cual le encantaban las mujeres, fueran estas nobles, tudescas o cantoneras, que
no dudaba en jugarse un válgame Dios con los naipes de la desencuadernada,
alancear toros con caballos jerezanos, veloces y finos como el viento, y sobre
todo, en escribir poemas satíricos que hacían enrojecer a todo el mundo siendo
diana de estos dardos cualquiera, desde la más noble dama hasta el más rijoso
inquisidor, martillo y chusco de herejes. Así que poco a poco se puede ver como
nuestro personaje empezaba a acumular odios. Pero además, a la lista de los que
deseaban verle muerto y empalado, parece que también pidieron la vez personas tan importantes y encumbradas como
el propio rey Felipe IV y su valido el Conde-Duque de Olivares. Y es que ambos
tenían sus motivos: el último por ser continuamente objeto de mofa e improperios,
los cuales no podía soportar; mientras que el primero, el mujeriego Felipe IV,
pudo haber sido sancionado con unos cuernos más grandes que el Alcázar. Hecho
no probado pero que tal vez hizo que detrás de la muerte del conde se vea
claramente la mano real de un despechado. Y es que en la mayoría de los
mentideros de la ciudad, como el céntrico de San Felipe, se rumoreaba que
nuestro don Juan era muy aficionado a la reina Isabel de Borbón a la cual casi
estuvo a punto de raptar durante el flamígero estreno (pues misteriosamente se
incendió el teatro) de su obra La Gloria
de Niquea. A esto se le añaden dos hechos que colmaron la paciencia de
nuestro Felipe IV, pues primeramente es sabido que Juan de Tassis apareció en
un baile con una gran capa cubierta de reales de oro en los que se podía leer el
siguiente lema: Son mis amores reales;
y que también durante una corrida de toros en la Plaza Mayor, la reina, al ver
al conde de Villamediana rejonear de manera esplendida, dijo lo siguiente a su
esposo: “Parece que alancea muy bien” a lo que el rey Felipe le contesto “Pica
bien, pero pica muy alto…” Blanco y en botella.
Consumatum est… el final de la tragedia
estaba servido. Odios villanos de naipes y faldas. Odios reales de cuernos e
insultos. Y curiosamente, odios por parte de la Santa Inquisición que le
acusaba de ser sodomita consagrado junto con varios esclavos negros, hicieron
que el último acto se diera a la luz del día de aquel caluroso verano de 1622.
Al salir de Palacio, en el trayecto que va a Sol, y cerca del callejón de San
Ginés, cuando Juan de Tassis iba en carroza acompañado del Conde Luis de Haro,
hijo mayor del Marqués del Carpio, unos desconocidos les asaltaron introduciéndole
media vizcaína en el corazón que, a sabiendas de médicos, era tan grande la
herida que podía meterse medio brazo en aquel boquete por donde se escapaba la
vida. He aquí el final del Conde de Villamediana. El asesinato fue visto por un
buen número de testigos y aunque se acusaron a dos ballesteros reales, Alonso
Mateo e Ignacio Méndez, pronto el caso quedó sobreseído tal vez echando tierra
a las posibles acusaciones que se pudieran verter sobre la figura real, el
potente valido y la Inquisición. Todo fueron sospechas y echamiento de lenguas
en los mentideros, pero nunca fue acusado nadie, como si la hibrys del conde fuera la única culpable
de su muerte. Un misterio sin revolver.
El escritor
Néstor Luján, con estos retales históricos, hilvana una novela que ya se ha
convertido en todo un clásico de la literatura contemporánea española. Lo
novedoso e innovador es la forma en que el escritor narra la historia pues no
sigue un esquema básico estilo biopic
para mostrarnos el caso sino que lo va desglosando poco a poco a través de los
posibles culpables días después del asesinato. Todos tenían un por qué para
verlo muerto. Todos parecen haberlo hecho pero su culpabilidad se diluye en la
niebla de los posibles. El que cada capítulo nos narre el punto de vista de uno
de los protagonistas de aquel momento hace que nos encontremos con una novela
coral en la que se aúna la intensidad argumental junto con la muestra de
lugares y hechos históricos de la época. Mediante un estilo magistral, a la vez
que evocador, el lector se siente atrapado en esa red de quizás, y como si
fuera toda una investigación histórica en regla intenta seguir los hilos de
quiénes pudieron haber sido los culpables de la muerte. Pequeña gran obra que
hará las delicias de quienes amamos la novela histórica de calidad y bien
escritas, aunque, aviso, como empezamos acabaremos pues seguiremos diciendo por
las esquinas del Alcázar… ¿Quién mató al
Conde?.