Existe un cuadro
de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, más conocido como Rembrandt a secas,
titulado El Festín de Baltasar. En él
se puede observar a un rey o déspota babilónico mirando aterrado una mano que
pinta unas enigmáticas y brillantes letras en la pared mientras está en un
banquete rodeado de comensales igualmente asustados. Pues bien, para quien no
lo sepa ese lienzo nos cuenta el origen mítico de la caída de Babilonia.
Empecemos por la figura central, ya que aunque siempre se ha creído que era el rey
Baltasar de Babilonia, y que por eso el cuadro se llama así, en verdad es su
propio hijo Nabonido que en esos momentos era una especie de regente de la
ciudad y los alrededores. Según cuenta la leyenda una vez que se estaba celebrando
un festín en palacio, y cuando los invitados estaban algo achispados, no dudo
en traer a la mesa los vasos de oro y plata
que había traído consigo del saqueo del templo de Jerusalén. Hay que
recordar que en aquella época los judíos estaban deportados en Babilonia. Pero
mientras profanaba aquellos elementos religiosos en una de las paredes de la
sala aparecieron unos dedos de la nada
que comenzaron a pintar un brillante mensaje en hebreo que decía:
Mene, Tekel, Upharsin (Dos minas, un
siclo, dos partes)
El monarca se
asustó tanto que rápidamente mandó llamar a sus sabios caldeos y babilónicos, prometiendo
que quien descifrara aquel mensaje sería recompensado con riquezas sin limite.
Pero ninguno de aquellos adivinos supo que significaba. Y fue entonces cuando a
la reina se le ocurrió llamar al profeta Daniel, el cual también había sido
deportado junto con todos los judíos a Babilonia en el 585 a.C. Cuando llegó,
de inmediato supo lo que decían aquellas letras y volviéndose al hijo del rey
le dijo:
Tu reino está contado, ha sido pesado y
hallado escaso. Tu reino será repartido entre los medos y los persas.
Entre risas fue
expulsado del palacio, pero esa misma noche otro rey, esta vez de los persas,
llamado Ciro, tomó la ciudad de la siguiente manera: desvió la corriente del
Éufrates y tras desecarlo introdujo a sus tropas por los desagües de la ciudad
pillando por sorpresa a los durmientes babilonios. Nadie sabe a ciencia cierta
que fue de Nabonido, pues unos dicen que lo mataron allí mismo, mientras que
otros creen que fue enviado al exilio. Los más agradecidos de todo este asunto
fueron los judíos ya que el rey Ciro los liberó de la esclavitud.