sábado, 26 de abril de 2014

EL FESTÍN DE BALTASAR



Existe un cuadro de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, más conocido como Rembrandt a secas, titulado El Festín de Baltasar. En él se puede observar a un rey o déspota babilónico mirando aterrado una mano que pinta unas enigmáticas y brillantes letras en la pared mientras está en un banquete rodeado de comensales igualmente asustados. Pues bien, para quien no lo sepa ese lienzo nos cuenta el origen mítico de la caída de Babilonia. Empecemos por la figura central, ya que aunque siempre se ha creído que era el rey Baltasar de Babilonia, y que por eso el cuadro se llama así, en verdad es su propio hijo Nabonido que en esos momentos era una especie de regente de la ciudad y los alrededores. Según cuenta la leyenda una vez que se estaba celebrando un festín en palacio, y cuando los invitados estaban algo achispados, no dudo en traer a la mesa los vasos de oro y plata  que había traído consigo del saqueo del templo de Jerusalén. Hay que recordar que en aquella época los judíos estaban deportados en Babilonia. Pero mientras profanaba aquellos elementos religiosos en una de las paredes de la sala  aparecieron unos dedos de la nada que comenzaron a pintar un brillante mensaje en hebreo que decía:

Mene, Tekel, Upharsin (Dos minas, un siclo, dos partes)

El monarca se asustó tanto que rápidamente mandó llamar a sus sabios caldeos y babilónicos, prometiendo que quien descifrara aquel mensaje sería recompensado con riquezas sin limite. Pero ninguno de aquellos adivinos supo que significaba. Y fue entonces cuando a la reina se le ocurrió llamar al profeta Daniel, el cual también había sido deportado junto con todos los judíos a Babilonia en el 585 a.C. Cuando llegó, de inmediato supo lo que decían aquellas letras y volviéndose al hijo del rey le dijo:

Tu reino está contado, ha sido pesado y hallado escaso. Tu reino será repartido entre los medos y los persas.

Entre risas fue expulsado del palacio, pero esa misma noche otro rey, esta vez de los persas, llamado Ciro, tomó la ciudad de la siguiente manera: desvió la corriente del Éufrates y tras desecarlo introdujo a sus tropas por los desagües de la ciudad pillando por sorpresa a los durmientes babilonios. Nadie sabe a ciencia cierta que fue de Nabonido, pues unos dicen que lo mataron allí mismo, mientras que otros creen que fue enviado al exilio. Los más agradecidos de todo este asunto fueron los judíos ya que el rey Ciro los liberó de la esclavitud.