A finales
del siglo XIX la obra pictórica más famosa de Leonardo da Vinci, La Gioconda, más conocida como La Mona Lisa, no era el cuadro que
actualmente atrae a miles de personas al Museo del Louvre, sino que solamente
era una pintura reconocida por intelectuales y expertos en el mundo del arte.
Pues bien ese status iba cambiar la
madrugada del lunes 22 de agosto de 1911 cuando un trabajador italiano de aquel
lugar, llamado Vicenzo Peruggia decidió robar el cuadro el día de cierre del
museo escondiendo el lienzo dentro de su abrigo. Y aunque parezca increíble
pasaron varias horas hasta que los guardias se dieron cuenta de la sustracción
pues pensaban que la ausencia del cuadro se debía a que a lo mejor lo estaban
fotografiando en otra sala para fines publicitarios. Desde ese momento las
autoridades clausuraron el museo durante una semana para investigar el caso a
fondo y hallar al culpable.
Al principio la policía
quiso que el robo se mantuviera en secreto, pero pronto en los periódicos de
medio mundo comenzaron a aparecer en primera plana la fascinante historia de la
desaparición de La Mona Lisa. Se
elucubraba con la identidad del saqueador, si sería un rico millonario o un excéntrico
ladrón de guante blanco, e incluso aparecieron también cientos de dibujos satíricos
en los que éste se burlaba de la ineptitud de la policía. Curiosamente aquella
publicidad no solo atrajo a cientos de parisinos a ver el vacío que había
dejado el cuadro en cuanto abrieron las puertas del Louvre, sino que también
propició toda una clase didáctica pues en los mismos periódicos no se hablaba
de otra cosa que de la historia y orígenes del cuadro de Leonardo da Vinci sino
que incluso ya lo comparaban con otros lienzos importantes de Rembrandt o Velázquez.
Por tanto La Mona Lisa, de la noche a
la mañana, se había convertido en la reina de todas las pinturas y en todo un
icono del mundo del arte.
Pero fueron
pasando los meses y el cuadro no aparecía por ningún lado por lo que el
entusiasmo inicial se fue poco a poco atemperando. El caso cayó en el olvido
hasta el 29 de Noviembre de 1913 cuando un comerciante de arte florentino
llamado Alfredo Geri recibió una carta anónima, firmada con el seudónimo de Leonardo, en la que le informaba que
tenía en su posesión el lienzo robado y que se lo vendía por 500.000 liras. El
marchante de arte se puso en contacto con la policía, y cuando ambos se
reunieron en una cita pactada procedieron arrestar al ladrón, que no era otro
que Vicenzo Peruggia. De nuevo el caso de La Mona Lisa saltó a las primeras
planas de todos los periódicos, y allí los lectores pudieron conocer los
verdaderos motivos por los que Vicenzo había querido robar el cuadro: denunciar
el expolio que habían sufrido las obras de arte italianas al ser sacadas del
país durante siglos. Aunque eso sí, también deseaba quedarse con los miles de
liras que debía darle el comerciante de arte. Como se puede ver Vicenzo era
todo un “patriota”. El gobierno italiano no quiso hacer sangre con el asunto y
devolvió amistosamente el cuadro a las autoridades francesas, las cuales a
cambio decidieron hacer un tour con
el cuadro por diferentes ciudades como Florencia, Roma y Milán. Después La Mona Lisa volvió a su hogar, en donde
todavía se esta riendo de todo el mundo.