Cuando Felipe V
se dirigía a Madrid, tras convertirse en el nuevo roi d’spagne, ante los españoles se habría una nueva etapa de
promesas de cambio. Y era tal la felicidad que en muchos lugares por donde
pasaba hacían fiestas y luchaban con ahínco por ver aunque fuera solamente la
mano de su majestad saliendo por una ventana de la carroza. Pero en la iglesia
de un pueblo ocurrió un hecho tan curioso que no nos hemos de olvidar de
consignarlo en la pequeña Historia de España. Sucedió que el Soberano asistió a
la actuación de un coro y le gustó tanto el cantó de aquellos mozalbetes que no
se le ocurrió otra cosa que darles a cada uno, e incluso a su director, unas
monedas como propina. A cambio pidió que le cantarán de nuevo aquella pieza tan
bonita que le había agradado. Rápidamente así lo hicieron y cuando terminaron
este bis el director se inclinó ante el nuevo rey diciéndole lo siguiente:
¿No podría Su Majestad repetir también?
Y, claro, para
no quedar mal delante de toda la corte el joven Felipe V tuvo que apoquinar
otra vez una nueva propina. Fue un alivio que el monarca no pidiera un
concierto entero pues sino se hubiera arruinado antes de llegar a sentarse en
el trono de España.