El Rubicón es un
pequeño río del noreste de Italia que en la antigüedad servía de frontera entre
la Galia Cisalpina y la Península Itálica. Parecía que la Historia no tenía
nada especial reservado a aquel riachuelo, pero en la noche del 11 de Enero del
49 a.C, ocurrió allí algo que nadie esperaba. Julio César, el gran conquistador
de la Galia, viendo vulnerado sus derechos de victoria y con la intención de
afrontar las acusaciones que se habían hecho contra él por corrupción, decidió
arriesgar el todo por el todo y atravesar aquella cinta de agua al frente de su
fiel legión, la XIII, a pesar de que al hacerlo sabía que se convertiría en un
poscristo en su propia patria comenzando de este modo una cruenta guerra civil.
Aquello pasó a
los anales de la Historia y fueron muchos los que recogieron este hecho. Los
autores de aquella época dejaron escrito que César, al poner los pies en
aquellas frías aguas, mirando al frente, soltó un suspiro y dijo: Alea jacta est, o lo que es lo mismo “la
suerte está echada”. Esta famosa sentencia ha quedado impresa en todos los
libros repitiéndose continuamente cuando una persona decide arriesgarse a hacer
una empresa difícil. Pero en honor a la verdad y a la propia Historia, hay que
decir que en realidad lo que Julio César pronunció en griego fue lo siguiente: Anerriphtho kybos. Lo dijo así porque en
aquella época el griego era el lenguaje culto de las altas esferas. Se puede
traducir como “¡Que ruede el dado!” o “Echemos los dados” (como curiosidad
indicar que la mejor tirada en los dados romanos era “la suerte de Venus”)
Finalmente decir que Julio César la tomó prestada del comediógrafo Menandro,
que era uno de sus autores favoritos.