En el año en el
que escribo esta historia se conmemora el Quinto Centenario del nacimiento de
la gran mística española Santa Teresa de Jesús. Quien más quien menos conoce
sus grandes obras y el numero de conventos de inauguró en vida. Pero a pesar de
todas sus bondades y milagros es poco conocido el lado travieso que tenía
cuando solamente era una niña. Teresa de Cepeda y Ahumada (1515 – 1582) tenía
nada menos que doce hermanos, pero con quien mejor se llevaba era con uno que
se llamaba Rodrigo. Solían jugar juntos y a ambos les encantaba leer historias
de santos. Se les hinchaba el corazón al rememorar las prédicas y martirios que
habían tenido que soportar estos santos varones al difundir el mensaje cristiano
por el mundo. Así pues, cuando Teresa tenía siete años, convenció a su hermano
para que se fugaran de casa y marcharan a Jerusalén para buscar la palma del
martirio. Y de esta manera, equipados con un simple hatillo, y sin ningún
miedo, ambos se echaron a los caminos. Pero cuando solo habían recorrido un par
de kilómetros, a las afueras de Ávila, se encontraron con un tío suyo, hermano
de su padre, el cual se extraño mucho de verlos tan temprano andando por el
campo. Le dijeron que no se preocupara pues iban a “tierra de infieles” a
convertir a “los moros” a la religión verdadera. El tío, dándose cuenta que
todo era una pillería infantil, cogió a los dos aprendices de mártires por las
orejas y se los llevó de nuevo a casa mientras les echaba una buena reprimenda.