Si luchas con hombría, la victoria, el honor
y las riquezas serán tuyas. De lo contrario te matarán o, como prisionero,
deberás servir a los caprichos del más cruel de los enemigos. (Guillermo el
Conquistador, 1028 – 1087)
Sin lugar a
dudas una de las épocas de la Historia con más tópicos y clichés es la Edad
Media. Cientos de novelas y ensayos nos presentan este tiempo con castillos
altivos, duros, elevados en colinas casi imposibles de llegar, espadas
legendarias incrustadas en rocas, labriegos llenos de barro bajo un cielo gris
y un señor despótico que abusa día sí y día también de ellos, o de un mundo en
donde la cultura no evoluciona y es guardada celosamente por monjes en oscuras
abadías llenas de misterio. Pero sobre todo, y por encima de todo, un universo
en donde campa a sus anchas un tipo de guerrero montado en poderosos alazanes:
el caballero medieval. Y la visión que nos ofrece el cine y la literatura varía
en estos campos desde el caballero puro, impoluto, lanza en ristre, guapo e
invencible en el campo de batalla, hasta su antónimo, el caballero de armadura
oxidada, vilipendiado por alguna deshonra, curtido en mil batallas y arrojado
hasta el suicido. Es decir, sin punto medio. Cada uno tenemos nuestro cliché de
caballero en la cabeza, pero en la mayoría de las ocasiones no tiene nada que
ver con la realidad. Así pues, para desfacer los entuertos de nuestro
entendimiento les recomiendo este ensayo,
Breve Historia de la caballería medieval, escrito por Manuel J. Prieto, con
el que el lector, ya sea experto o novato en estas lides, podrá tener una
visión de conjunto de cómo fueron aquellos guerreros, y cuál fue la época que
les tocó vivir.
Para comenzar,
el autor nos explica que los caballeros medievales no surgieron de la nada.
Esencialmente se convirtió en arma de guerra debido al devenir de los
hechos desde la caída del Imperio Romano. Los años que pasaron posteriormente,
por ejemplo durante el imperio carolingio en el que los guerreros fueron especializándose
en guerras largas fuera de las fronteras naturales de su propio señor, hicieron
que naciera una nueva casta de mílites
muy distintos a los soldados profesionales a pie (pédites) que habían existido siglos atrás. Poco a poco los
caballeros se erigieron en lanza no solo del ejército señorial o monárquico (dependiendo
a quienes defendiera) sino en una clase social que encajó perfectamente en el rígido
orden estamental que propugnaba la Edad Media. No solo debían ser los
defensores de su señor sino también de sus vasallos y de la Santa Iglesia
Católica. Así pues, en torno a ellos, se creó todo un mundo en el que
cualquiera de sus rasgos se convertía en legendarios. Tanto que incluso hoy en
día son recordados en el imaginario popular: el duro camino para llegar a ese estatus;
cómo eran ordenados y la mítica ceremonia que se realizaba para ponerle las
espuelas y confirmar su juramento de defensa del oprimido y de la iglesia; cómo
se entrenaban; las armas y caballos que portaban en combate; o sus duras armaduras
y las partes que las componían… Todo un imaginario que nos ha hecho verlos hoy
en día como seres casi inalcanzables. Así que piensen como debían verlos los
lugareños de entonces. Casi como dioses acorazados.
Manuel J. Prieto
nos habla de todo lo que era o debía ser un caballero, de su día a día, de su
condición en la corte, e incluso de los torneos en los que participaba. Pero
también, por otro lado, nos desmitifica muchos rasgos esenciales. La mayoría de
las veces nos hemos de olvidar del caballero de lanza en ristre, intocable,
objeto de cantos de trovador y suspiro de las damas, y atrevernos a descubrir
el lado oculto que tenían. Hemos de pensar que la Edad Media era un mundo duro,
sin piedad, en el que el brillo de la espada muchas veces pesaba más que el
peso de la justicia. Es por eso que muchas veces abusaran de su nueva condición
y se convirtieran en meros mercenarios que ofrecían sus servicios al mejor
postor. El caballero no siempre estaba en guerra, ni tenía un sueldo a fin de
mes, así pues era normal que muchos de ellos ofrecieran su espada y fueran de
castillo en castillo vendiendo sus habilidades. Es triste, pero es así. Por
ejemplo no nos hemos de olvidar que en nuestro tiempo de Reconquista muchos
eran los caballeros que o bien por conseguir una paga mejor o por despecho
hacia algún enemigo o señor natural no se pasaran durante un tiempo a servir a
cualquier señor musulmán. Entre otros el mitificado Cid Campeador cuando
ofreció sus servicios al rey de Zaragoza Al-Muqtadir.
Pero si el
caballero medieval, y todo lo que le rodea es el centro o corazón de este
excelente ensayo, el autor no nos lo ofrece como una pieza aislada sino que
para comprender en toda su plenitud cómo eran aquellos aguerridos guerreros nos
habla de cómo era el mundo que habitó; las increíbles batallas en las que
participó (como por ejemplo las de las Cruzadas, Hastings, Las Navas de Tolosa,
Crecy, o la desastrada de Agincourt, entre otras muchas); su inclusión en las
distintas ordenes militares y como unió su destino y luchó junto a templarios,
hospitalarios, teutones… ; y como no solo influyó en otros tipos de caballería
medieval que hubiera repartido por todo el orbe, sino como también propició la
creación de una literatura, rica en leyendas, que acompañaría para siempre al
universo de los caballeros medievales. Así pues les invitó a que se hagan con
este excelente trabajo de Manuel J. Prieto, Breve
Historia de la caballería medieval, y recorran de forma entretenida y didáctica
la increíble gesta de aquellos soldados de Dios, auténticos hijos de Marte en
tiempos de guerra y señores en tiempos en paz, y como se instalaron en el
imaginario público pasando de ser jinetes armados a leyendas que pervivirán hasta
el fin de los tiempos.