En 1807 se firmó
el Tratado de Tilsit entre Napoleón y el zar Alejandro I zar por el que se daba
cese a las hostilidades entre Francia y Rusia. Así que sin comerlo ni beberlo Napoleón
se encontró con unos días de vacaciones que bien se lo merecía después de estar
batallando durante años. De esto se dio cuenta su jefe de Estado Mayor y del
Ejército, Louis Alexandre Berthier, por lo que pensó que sería una buena idea
organizar una cacería para que su alteza no se aburriera. Y para ello compró
cientos de conejos y otras tantas liebres para después soltarlos en los
alrededores de donde se iba a producir la jornada cinegética. Al día siguiente,
a media mañana Napoleón se personó en el campo
de batalla y se puso delante de todos para cobrar el mayor número de
conejos posibles. Pero lo que prometía ser una jornada gloriosa para el
emperador se convirtió en pocas horas en uno de las mayores vergüenzas que pasó
en toda su vida. Nada más llegar vio delante de él a uno de los conejos y rápidamente
lo apunto con su arma pero acto seguido apareció otro, y después otro y así un
montón más. Y lo más curioso es que no se asustaban del cazador sino que se
acercaban a él para olisquearlo sin miedo alguno. La respuesta a este hecho insólito
hay que buscarla en que Berthier había comprado sin saberlo conejos
domesticados que estaban acostumbrados a que los dueños les dieran de comer.
Así pues siguieron saliendo más conejos y en poco rato toda una horda de estos
animales comenzó a perseguir a Napoleón por toda la finca hasta que éste pudo
esconderse en una casita, la cual quedó, literalmente, sitiada por los conejos.
Nunca el emperador de todos los franceses había sufrido una derrota tan
humillante.