domingo, 1 de julio de 2018

LA FIEBRE POR LAS CABEZAS ENEMIGAS


Una de las costumbres que tenían los celtas al final de la batalla era cortar las cabezas de sus enemigos. Este pueblo consideraba que ésta era el receptáculo original del alma y que por eso había que cortarla antes de que el espíritu abandonara el cuerpo. Entonces si se separaba del tronco de manera correcta y en el momento justo el alma del guerrero quedaba aprisionado dentro y se convertía en un verdadero amuleto que protegía a su dueño contra cualquier peligro. Acabada la batalla, y realizado este truculento rito, los vencedores las recogían cabezas y se las llevaban a su poblado ensartadas en una lanza; amontonadas en carros y atadas por el pelo para que luego cada uno se llevara la suya; o colgando de los cinturones. Al llegar al hogar cogían las cabezas, las embalsamaban con aceite de cedro o las introducían en tarros rellenos de miel, y al final las guardaban en cajas ricamente decoradas con el fin de decorar la estancia y mostrársela a las visitas. Y es que cuantas más cajas de éstas tuviera un guerrero más prestigio conseguía, por lo que podemos decir que entre los celtas había una auténtica fiebre por coleccionar cabezas de enemigos.