El Imperio Inca
destacaba por tener una gigantesca red viaria de unos cuarenta mil kilómetros de
extensión que unía el Norte con el Sur de los Andes además de conectar con sus
valles. Estas calzadas eran toda una obra de ingeniería que se adaptaban
perfectamente a las diversas topografías existentes en aquel imperio inmenso.
Las distancias eran enormes entre un poblado y otro y por eso se necesitaban
mensajeros excepcionales que llevaran las noticias de un lado a otro en un
tiempo record. Los encargados de realizar tales hazañas eran los llamados
chasquis. Éstos eran seleccionados cuando eran niños por un grupo de expertos
que valoraban la constitución física del solicitante, la fortaleza de sus
piernas o que tuvieran los dedos de los pies un tanto separados para que se agarraran
bien a las escarpadas montañas. Incluso se medía la capacidad pulmonar con
vistas no solo a las grandes distancias que tenían que recorrer sino también a
que tenían que ascender a grandes alturas en donde escaseaba el oxigeno. Para
ello, y para que igualmente aguantaran el frio y la sed, los chasquis tenían
permiso para ingerir hojas de coca. Junto con los altos funcionarios del estado
y los nobles, eran los únicos que tenían licencia para consumir lo que los
incas consideraban una “planta divina”.
Los mensajes que
portaban eran cuerdas de nudos llamadas quipus y eran llevados a gran velocidad
de tampu a tampu (estaciones donde esperaba otro chasqui) Este sistema de
relevos era tan eficiente que permitía a los mensajes recorrer una media de 320
kilómetros al día. ¡Cuatro veces más rápido que los sistemas de postas de otros
imperios de la antigüedad! Los chasquis, ya fueran corriendo por terreno liso o
altas montañas, llevaban todo tipo de mensajes, desde cuestiones comerciales;
temas familiares; o avisos urgentes de levantamientos militares de alguna región
remota. Tan efectivos eran estos mensajeros que los conquistadores españoles no
dudaron en utilizarlos en el Virreinato de Perú durante algún tiempo ya que,
por ejemplo, Pedro de Cieza de León aseguraba que “las noticias no podrían
haber sido transmitidas a través de una mayor velocidad que con los caballos
más veloces”.