Cuando el papa
Silvestre II murió en el 1003 d. C su cuerpo fue enterrado en la Basílica de
San Juan de Letrán. Aunque curiosamente nadie de los que atendieron el sepelio
del Santo Padre podían saber que desde aquel día aquella tumba se iba a
convertir en un verdadero oráculo para pronosticar cuándo iba a morir otro
papa. Según parece el milagro consiste en que cuando un papa va a pasar a mejor
vida la tumba comienza a exudar de manera profusa. Ya las crónicas medievales
cuentan (de manera un tanto exagerada) que cuando un pontífice va a “dejar” el
trono de San Pedro se podía ver un verdadero río que salía de la tumba y corría
por la basílica hasta la calle. E incluso algunos textos nos dicen que tanta
era la efusión de las lágrimas en eso días que las calles aledañas se llenaban
de barro por la cantidad de agua que salía de la basílica. E incluso esta tumba
no solo llora por la muerte del papa de turno sino que también lo hace cuando
un cardenal va a morir… aunque en menor medida. Cuestiones de rango, claro
está.