En la antigua
Grecia los aedos eran profesionales que servían a la comunidad recitando poemas
e historias de forma oral en banquetes privados o en las festividades de pueblos
y ciudades. Los temas que interpretaban los aedos dependían del gusto del público o de las apetencias de los
oyentes que los habían contratado. Algo parecido a los juglares medievales. Y
la longitud de sus recitales se alargaba o se acortaba según utilizaran epítetos,
insertaran tramas distintas dentro del esquema general o recurrieran a otras
formas literarias con las que adornarlas. Eran unos verdaderos tejedores de
historias. A esta técnica se la llama “formular” y gracias a ella el aedo no
tenía porque memorizarse siempre lo mismo sino solo el esquema general y
después improvisar sobre la marcha cuando hiciera falta. Estos tejedores de
cantos eran muy apreciados en Grecia y es por eso que incluso Homero los
incluyó en la Odisea (otro poema
oral) como por ejemplo al aedo Femio, que habitaba en el palacio de Ulises, o
de Demódoco que trenzaba sus historias en la corte de los feacios.