Es costumbre que cada 11 de Noviembre los británicos conmemoren el Día de la Amapola, o del Recuerdo, en memoria del Armisticio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) colocándose en la solapa una amapola de papel, llamada poppy, en recuerdo a los muertos que hubo en aquella contienda y también en todas las guerras posteriores en las que sus soldados participaron. Estas flores o poppys son confeccionadas por los veteranos de dichas guerras y posteriormente vendidas para recaudar fondos por los representantes de la Real Legión Británica. Pero ¿por qué asociar a la bella amapola roja con el recuerdo de la crueldad de un campo de batalla? Parece ser que el origen de esta tradición viene de la época de las guerras napoleónicas cuando un escritor se dio cuenta de que en un campo de batalla crecían un gran número de estas flores. Además, pasado el tiempo, durante la Primera Guerra Mundial, un médico canadiense, el teniente coronel John McRae escribió el famoso poema En los campos de Flandes el cual reza lo siguiente:
En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que marcan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
su voz apagada por el fragor de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos auroras, veíamos el rojo del crepúsculo,
amábamos, éramos amados.
Ahora yacemos, en los campos de Flandes (…)
Desde entonces la flor de la amapola roja se hizo famosa como símbolo de los caídos en combate. Pero no solo esta bella flor aparece en las calles o en los desfiles conmemorativos sino que cada primero de Julio también existe la costumbre de arrojar cientos de ellas a un enorme cráter del campo de batalla del Somme (Francia) conocido como la Grande Mine. Este enorme agujero de 30 metros de profundidad y 100 de diámetro, fue provocado por un enorme explosivo que estalló en 1916 y que dio el pistoletazo de salida de una de las mayores carnicerías de la que de forma ilusoria fue conocida como “la guerra que iba a acabar con todas las guerras”.