Imagínense que son invitados a una cena importante. Todo parece ir perfecto, los invitados son excelentes, la conversación es fluida y culta, y la comida es soberbia. La situación esta saliendo a pedir de boca… y de pronto su esposa, porque sí, porque yo lo valgo, se levanta delante de todos los invitados y se empieza a quitar la ropa, se queda en pelota picada, se rasca el trasero y eructa delante de todos. Claro esta todo ello aderezado con una sonrisilla de traviesa que hace que uno solo piense en que agujero meterse para que no le miren. Pues todo este embrollo y vergüenza es lo que debió de sentir Luis I y toda la familia de exmonarca Felipe V cuando la reina consorte, Luisa Isabel de Orleans lo hacia día sí y día también. Ver para creer.
Hoy les traigo a uno de los personajes, egregio en este caso, que más me han fascinado de nuestra Historia. Ésta es la increíble peripecia vital de una de las reinas de España que se salió del esquema fijado en todas sus antecesoras. En verdad era una reina niña, pues desde muy joven estuvo comprometida por motivos políticos con el hijo de Felipe V, Luis I. Cuando llegó a la Península y se puso al frente del gobierno junto a su afamado esposo los suegros no sabían muy bien lo que habían hecho. Era de lo más peculiar pues despreciaba continuamente las mínimas normas elementales de conducta y etiqueta. Le encantaba ventearse y eructar delante de los embajadores… y si encima les enseñaba un poco de carne mejor que mejor, pues tenía la manía de desnudarse delante de cualquier persona y mostrarse con una insinuante enagua o fino camisón. Estaba subida en lo alto de una escalera y nos mostraba su trasero, por no decir otra cosa. Creyó caerse y pidió ayuda; Magny [el mayordomo] la ayudó a bajar delante de todas las damas, pero, a menos de estar ciego, es evidente que vio lo que no buscaba ver y que ella tiene por costumbre mostrar libremente (Mariscal Tessé) Uno de sus grandes pasatiempos era correr desnuda o en ropa interior por los jardines de la Granja, y mostrar sus encantos a cualquiera que la mirase, sea su suegro o cualquier criado o mayordomo.
Como niña que era cuando se enfadaba, tenía rabietas infantiles, se negaba a hablar, aguantaba la respiración o se ponía a comer chuches a escondidas. Vamos, endogamia galopante y falta de afecto paternal. Uno de sus vicios era comer continuamente rábanos en vinagre y llenar las comidas con ellos. Se ha llenado de rábanos y de ensalada con vinagre, que no sé cómo no revienta, pero por comer se pierde tanto que hasta come el lacre de los sobres, afirmaba el Marques de Santa Cruz
La gota que colmo el vaso fue cuando la pillaron jugando a un juego muy divertido llamado “El Juego del Palo en el Culo” (broche-en-cul). Consistía en que tres camareras suyas se pusieran en pelotas, al igual que ella y atando a una de ellas de pies y manos, la hacían rodar con un palo como si fuera hockey. Se lo pasaban bomba, arrastrándose mutuamente y tocándose a la vez hasta que entró la familia real y ante el pasmo general decidieron encerrarla en el Alcazar: De suerte que no veo otro remedio que encerrarla lo más pronto posible, pues su desarreglo va en aumento. Años después moría su egregio marido de viruelas y aunque ellas las pasó, no rompieron su fortaleza física. Acabó volviendo a Francia y allí paso sus días… me imagino que disfrutando de la vida y de su cuerpo.
Buenas lecturas