No hay peor cosa
que estar en su sitio y darse cuenta de que no eres querido allí. Pues eso
mismo es lo que debieron de sentir todos los días el rey Amadeo de Saboya y su
esposa la reina Maria Victoria. Desde el primer día que pusieron los pies en
España no pararon de sufrir afrentas y menosprecios por parte del pueblo, los
grupos políticos del momento y sobre todo de la aristocracia que ansiaban el
retorno de los Borbones. Una de aquellas humillaciones que sufrieron los reyes
se llamó La Rebelión de las Mantillas
y trató principalmente de una serie de manifestaciones pacíficas durante tres
días (20-22 de Marzo de 1871) protagonizadas sobre todo por las mujeres de la
aristocracia que se pasearon delante de la reina llevando mantillas como
símbolo de españolismo y para demostrar su apoyo a la Casa Borbón. La líder de
estas mujeres fue la princesa Sofía Troubetzkoy, esposa del duque de Sesto, la
cual quería aislar socialmente a los monarcas y para ello llevó a cabo el
siguiente plan: el día 19 se reunió delante del Palacio de los Alcañices, es
decir delante de la residencia real, y se dedicó todo el día a contactar con
sus amistades proponiéndolas que se reunieran al día siguiente delante de
Palacio llevando mantillas con la idea de humillar a la reina. Iba de grupo en
grupo y les iba diciendo «Mañana espero
verla en el paseo con mantilla» o «Ruego le diga a su señora que en adelante
iremos siempre de mantilla» A pie o en coche daba igual lo importante es
que acudieran a chafarle el paseo que normalmente daba Maria Victoria por el
Paseo del Prado.
El día 20,
aquellas aristócratas se habían preparado el disfraz a conciencia e incluso
algunas llevaron una flor de lis, símbolo borbónico, puesto encima de la
mantilla. Pero aquella primera jornada hizo mal tiempo y solo se pasearon unas
pocas vestidas de tal guisa. Aun así, los rumores de aquella calaverada
corrieron como la pólvora por Madrid, y los dos días siguientes hubo una auténtica
avalancha de mujeres que querían demostrar su españolidad en la cara de la
reina. Es curioso pero ésta no se entero en un principio de que iba el asunto
así que inocentemente pensó que aquella era una costumbre entre las españolas y
al tercer día le dijo a su marido: Mañana
vendré yo también con mantilla… Pero cuando se enteró del verdadero motivo
de aquella moda ella también dejó de usar la famosa prenda y no acudió al
paseo.
Pero lo que en
un principio ignoraba la reina si era sabido por las autoridades así que para
acabar con estos disturbios decidieron contratar a un grupo de prostitutas a
las que vistieron con mantillas blancas y altas peinetas para ridiculizar a las
participantes en aquella absurda rebelión,
las cuales iban acompañadas de un chulo vestido con sombrero y alargados
bigotes y patillas que representaba al Duque de Sesto. De esta manera termino
la tan cacareada Rebelión de las Mantillas.