Hasta los siete
años los niños espartanos vivían con su familia, pero entre esa edad y los
dieciocho años pasaban a depender del estado y eran educados en una especie de
escuela militar llamada agoge. Los jóvenes
vivían en barracones colectivos y eran vigilados continuamente por un eiren o joven cadete. Eran rapados, y se
les quitaba cualquier lujo que llevaran permitiéndoles solamente vestirse con una
túnica de tejido basto. Allí, además de aprender técnicas militares y artes
marciales, también les enseñaban oratoria lacónica, gramática, música, danza, y
curiosamente, el arte del robo. Aunque parezca raro los instructores les
incitaban a robar en el mercado y si eran sorprendidos in fraganti eran fuertemente castigados, pero no por el hecho
delictivo en sí sino por haber sido torpes en el momento de sustraer la
mercancía.
Cuenta la
leyenda que tanta era la importancia del honor para un espartano que un día un
niño espartano buscando comida robo una cría de zorro que un ciudadano guardaba
en una jaula. Cuando se la estaba guardando bajo la túnica fue llamado a filas junto
con sus compañeros. Mientras corría para no llegar tarde, el animal, nervioso
por los movimientos de su nuevo dueño, comenzó a mordisquearle la tripa y hacerle
sangre, y aunque el niño sentía mucho dolor no dijo nada. Al llegar a la
formación los instructores se fijaron en que el joven pupilo tenía la túnica
enrojecida y la sangre le bajaba por las piernas. Enseguida le ordenaron que se
levantara la prenda pero él no quiso hacerlo para que no le descubrieran el
robo. Al cabo de un rato cayó desmayado al suelo muriendo desangrado. Este
joven espartano prefirió morir a contravenir las duras leyes de su ciudad.