Después de que
el general Galba y el Senado convirtieran a Nerón en el enemigo público numero
1 en junio del 68 d. C, éste no tuvo más remedio que huir de Roma y refugiarse
en una casa a las afueras de la ciudad. Cuando oyó que se acercaban los
soldados para matarle le pidió a su secretario Epafrodito que le clavara una
espada en el cuello. Mientras el arma se
hundía en la garganta del ex emperador
todavía le quedó tiempo de dejar unas palabras a la posteridad:
¡Que gran artista muere conmigo!
Sus restos
fueron llevados a Roma donde fue incinerado, pero tanto odio había levantado
entre la gente que no consintieron que sus huesos reposaran en la ciudad por lo
que fueron depositados en una tumba más allá de las murallas. Con el paso del tiempo
allí encima creció un bello nogal convirtiéndose el lugar de la noche a la
mañana en centro de reunión de hechiceros y brujas que no hacían otra cosa que
pedir consejo al fantasma de Nerón.
Pasaron más de
mil años y el espectro del emperador siguió paseándose por la Ciudad Eterna.
Muchos eran los que atestiguaban haberlo visto con su lira por las ruinas del
antiguo Foro o por las desmoronadas paredes de sus antiguos palacios. Para
acabar con esta locura el entonces papa Pascual II (1099 – 1118) decidió hacer
un exorcismo para librarse de este incordio. En primer lugar ordenó que todos
los romanos hicieran ayuno durante unos días hasta que le viniera la
inspiración. A los tres días, según cuenta la leyenda, se le apareció la Virgen
María quien le susurró al oído la mejor manera de acabar con aquel espíritu
diabólico. Sin perder tiempo, al día siguiente se personó, junto con otros
miles de curiosos, al lado del nogal y acto seguido procedió a talarlo. En
cuanto lo hubo hecho abrió la tumba, recogió los pocos huesos que quedaban y
directamente los tiró al río.
Muchos años después
otro papa, Sixto IV, erigió en aquel lugar la Iglesia de Santa María, situada
actualmente la famosa Piazza del Popolo. Si uno entra en aquel recinto podrá
observar una pintura que representa el mismo momento en que Pascual II hinca el
hacha en la carne de aquel árbol tan imperial.