Una soleada
mañana de 1859 un hombre vestido con un ajado uniforme se presentó en la
redacción del periódico San Francisco
Bulletín, y ante los ojos atónitos de los allí presentes no dudó en
proclamar que era el nuevo emperador de los Estados Unidos. ¡Increíble! Solo
queda preguntarnos lo siguiente ¿quién era este ser tan osado? Pues nada menos
que Joshua Abraham Norton (1819 – 1880) y parece ser que en sus tiempos mozos
había sido un acaudalado negociante que por circunstancias de la vida había
perdido todo su patrimonio al igual que su cabeza. Así pues, tras dejarles a
todos con la palabra en la boca, salió a la calle a gobernar la ciudad de
California. Unos días andaba detrás de los policías vigilando que hicieran bien
su trabajo. Otros se paseaba por en medio de la calle y decía a todo aquel con
el que se cruzaba que él, además de ser el Emperador Norton I, también era el verdadero Protector de México
pues consideraba que los mexicanos eran incapaces de gobernarse por sí mismos.
Es decir, un chalado en toda regla. Llama la atención que sus conciudadanos en
vez de molestarse por sus excentricidades, se rieran de él siguiéndole el
juego, pues, cuando no se arrodillaban a su paso, le invitaban a comer en restaurantes
de alto copete, e incluso le reservaban los mejores asientos en los teatros. Pero
cuando se apagó su estrella Joshua fue abandonado por todos y murió solo, en la
más pura indigencia. Años después el periodista y escritor Mark Twain se
inspiró en la vida de Norton I para al plasmar la figura de un rey en su novela
Huckleberry Finn.