No todo en la
guerra fueron tiros y asesinatos. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939 –
1945) también hubo tiempo para el ocio y la diversión. En aquellos terribles
años los encargados de mantener alta la moral en retaguardia durante los días que no había combates se
dieron cuenta que para entretener a las tropas inactivas, el cine era una herramienta
muy útil para olvidar la fatiga de batalla y evitar que el aburrimiento
provocase conflictos entre los soldados. Así pues el alto mando ordenó que
todas las noches se proyectara una película, a ser posible cómica, y que al día
siguiente fuera llevada a otro campamento estableciendo de este modo un sistema
rotatorio que evitara la continua repetición de los filmes en cualquier campamento
militar. Pero lo que parecía un sistema ideal no lo fue tanto en el frente del
Pacífico donde los americanos luchaban contra los japoneses todos los días y a
todas horas e incluso a veces en islas diminutas perdidas en medio del Océano.
En una de las Islas Marianas los soldados estadounidenses quedaron sitiados
durante cierto tiempo y debido al retraso del trasporte les era imposible
visionar películas nuevas. Un día el encargado de ponerlas en el proyector,
rebuscando entre las cajas de su tienda, descubrió que tenía una película de
Bing Crosby titulada Going my way
(1944), y decidió ponerla esa noche. La primera vez los soldados se lo pasaron
bomba, pero a la tercera noche, en cuanto salieron los títulos de crédito,
éstos, hastiados de ver la misma película, comenzaron a abuchear pidiendo que
les pusieran otra. Pero como no había otra tuvieron que verla, obviamente, de
nuevo. Pero, o bien el proyectista era un sádico o un inconsciente que no sabía
qué público tenía, la volvió a poner una sexta noche. Los soldados se
levantaron de los asientos y se rebelaron contra sus superiores. Llama la
atención que durante el motín, uno de aquellos sufridos estadounidenses se
diera cuenta que detrás de uno de los arbustos se encontraba un par de japoneses
los cuales habían estado asistiendo al pase de la película. Rápidamente fueron
atrapados y uno de los soldados americanos pensó que deberían ponerle entera la
película de Bing Crosby como medio de tortura para que les divulgara secretos
militares nipones. Ante el asombro de todos los dos japoneses se arrodillaron
en el suelo y suplicaron entre lágrimas que por favor no les hicieran eso, que
les dirían lo que quisieran, pero que por favor no les volvieran a poner
aquella película tan horrorosa pues ellos habían asistido a las proyecciones de
ésta desde el principio y, al igual que sus captores, estaban hartos de verla
una y otra vez, asegurando incluso que
odiaban al Bing Crosby más que ellos.