lunes, 11 de julio de 2016

Y EL SALVAJE OESTE LLEGÓ A ESPAÑA



William F. Cody (1846 – 1917), más conocido como Buffalo Bill, es sin lugar a dudas uno de los mitos más grandes que ha dado el llamado Lejano Oeste. Hizo casi todos los oficios de su época desde trampero, vaquero, jinete del Pony Express, conductor de diligencias, director de hotel,  e incluso soldado en la Guerra Civil de su país. El apodo por el que pasaría a la Historia se lo pusieron los trabajadores de la compañía ferroviaria Kansas Pacific Railway ya que éste les suministraba carne de búfalo para sobrevivir. En total mató, nada más ni nada menos, que a unos 4800 de estos animales en 18 meses. Puede parecer que ya había hecho de todo en aquel duro mundo, pero a finales del siglo XIX creó un espectáculo llamado El Salvaje Oeste de Buffalo Bill en el que junto a personajes míticos como Toro Sentado o Calamity Jane  recreaba la vida de las praderas. Este gran circo se hizo tan famoso que recorrió gran parte del planeta, atrayendo no solo a millones de personas, sino que incluso reyes y reinas de todos lados no dudaban en acudir a ver el espectáculo.

Y es precisamente en este momento cuando se produjo uno de esos episodios desconocidos dentro de la Historia de España que muy poca gente conoce. En aquellos días finiseculares el circo de Buffalo Bill hizo parada en Barcelona, en concreto el 18 de Diciembre de 1889, y durante casi un mes que duró su estancia en la Ciudad Condal la realidad y la leyenda se dieron la mano para crear una historia de lo más singular. La prensa del momento puso toda la carne en el asador al dar la noticia diciendo a bombo y platillo las cosas increíbles que traía consigo el mítico cazador de búfalos: “200 pieles rojas y otros tantos  vaqueros mejicanos, y 200 animales, entre caballos, búfalos y bisontes”.  La publicidad que se hizo del evento fue brutal y cualquier paso que daba el circo era puntillosamente publicado, desde la vistosa cabalgata que recorrió la ciudad, hasta el levantamiento de su aparatosa carpa en la calle Muntaner, entre Córcega y Rosellón. Todo valía para excitar al público y estimularle la imaginación. El periódico La Iberia escribió el 22 de Diciembre que los indios y los vaqueros estaban separados porque si no podían matarse entre sí. Incluso se fletaron trenes para que acudiera la gente a verlo. Cientos y cientos de personas se congregaban para ver la mayor feria del mundo. (Continuar leyendo)



Esta sería la cara amable de lo que ocurrió en aquello días. La otra, la más desafortunada, es que fue sin lugar a dudas todo fue un fracaso. Según parece la estancia del Salvaje Oeste en Barcelona parecía que estaba envuelta en una especie de maldición desde el primer momento en que el espectáculo llegó al puerto de la ciudad. Nada más pisar el muelle el empresario Burke, al ver la estatua de Colón, se puso a elogiar la egregia figura del descubridor, lo que provocó que uno de los indios se enfadara tanto que lanzara una maldición diciendo lo siguiente: “Día maldito para nosotros cuando descubrió América”. Desde entonces todo fue de mal en peor. Sí, acudía mucha gente al espectáculo, pero Buffalo Bill se dio pronto cuenta de que muy pocos entraban y que la mayoría se quedaban fuera pidiendo limosna. Además la ciudad fue asolada por una epidemia de gripe o dengue provocando que todos, incluso el propio Buffalo Bill, cayeran enfermos. En total murieron tres operarios, diez indios y el director de pista coronel Frank Richmond. Parecía que nada podía ir a peor, pero entonces se dio de la casualidad de que dos niñas desaparecieron en la barriada de Grácia, desatando el pánico entre las madres barcelonesas quienes aseguraban que había indios que se habían escapado de sus tiendas de campaña y se dedicaban a comerse vivos a los niños de Barcelona.

El circo del Salvaje Oeste estuvo de cuarentena hasta enero de 1890 cuando las autoridades civiles levantaron el veto. Rápidamente Buffalo Bill y todo su elenco hicieron las maletas y se marcharon a otros lugares más cálidos, en este caso a Nápoles, con ánimo de olvidar una de las estancias más desastrosas y curiosas que habían tenido y que tendrían siempre.