Desde que los
españoles consiguieron colonizar y conquistar el continente americano, al igual
que las islas del Caribe, se convirtieron de la noche a la mañana en objetivo
principal de otras potencias extranjeras que igualmente codiciaban las riquezas
del Nuevo Mundo. Es por ello que durante siglo aquellos lugares fueran auténticos
campos de batalla, ya fuera por mar o tierra, dándose incluso algún que otro
episodio chusco como por ejemplo el que le sucedió al almirante Penn en 1654
cuando quiso conquistar la isla de Jamaica.
Una noche oscura
embarcó a sus soldados en distintas barcas y con mucho sigilo consiguió
desembarcarlos cerca de unos cañaverales que había en la costa. Sin decir nada,
solo con gestos, mandó a sus soldados que avanzaran pero cuando éstos lo hicieron comenzaron a oírse entre
las cañas un fuerte griterío que los hizo detenerse por miedo a que el enemigo
los hubiera ya descubierto. Así que el almirante hizo lo más razonable y ordenó
que todos volvieran rápidamente al barco. Al día siguiente Penn quiso repetir
la hazaña pero esta vez a plena luz del día. Así pues volvieron al mismo sitio
e igualmente cuando se movieron comenzó a oírse de nuevo el estridente griterío.
Esta vez el almirante, extrañado de no ver ningún enemigo cerca, ordenó a un
par de exploradores que fueran a ver qué es lo que estaba sucediendo. Pasado un
rato los exploradores volvieron y mostraron a Penn quiénes eran los causantes
de aquel ruido: ¡unos cangrejos! Parece ser que dentro de los cañaverales había
una comunidad gigantesca de miles de crustáceos, los cuales cada vez que
sentían una amenaza empezaban a entrechocar sus pinzas para ahuyentar a los
posibles depredadores. El almirante Penn, avergonzado por lo sucedido mandó que
nunca se hablara de este episodio, pues ¿cómo iba a explicar a sus superiores
que el todo poderoso ejército británico había sido derrotado por unos pequeños cangrejos?