En esencia, la
culpa de ello la tiene un asentamiento celtibérico situado en la actual Comarca
de Calatayud (Zaragoza) llamado Segeda. A finales del año 155 a. C los habitantes
de aquel enclave quisieron construir una gran muralla alrededor de su oppidum pero enseguida, en cuanto los
romanos supieron lo que éstos se proponían hacer, mandaron paralizar las obras
alegando que en un tratado acordado tras la Primera Guerra Celtibérica (181 –
179 a. C) se les había prohibido construir murallas en cualquier ciudad
celtibérica y que como castigo ante tamaña osadía debían no solo destruir lo
poco que habían construido sino también pagar una fuerte sanción además de
ceder soldados a las legiones romanas. Pero los de Segeda no se amilanaron y
respondieron señalando que lo que el tratado que habían firmado en tiempos de Tiberio
Sempronio Graco señalaba que lo que Roma había prohibido era fundar nuevas
ciudades amuralladas y que además ellos estaban exentos de cualquier pago.
Roma no podía
consentir que un simple asentamiento se alzara contra ellos por lo que decidió
aplastarlos por la fuerza bruta. Pero cuando el senado quiso empezar el
reclutamiento de tropas se encontró con un grave problema y es que hasta que no
se empezara el nuevo año y se convocaran las elecciones a cónsul no se podía
reclutar a ningún soldado. Hay que recordar que en la antigüedad el calendario romano
era de carácter lunar y por eso el año comenzaba en Marzo. Aquello era un gran
contratiempo porque los cónsules que había entonces tenían poco margen de
maniobra y si esperaban hasta martius
lo más seguro era que los de Segeda ya hubieran terminado de construir sus
murallas. Así pues el senado tomó una decisión de lo más inteligente: trasladar
el principio de año al 1 de Enero. De esta manera el ejército comandado por
Quinto Fulvio Nobilior pudo llegar hasta Segeda antes de que estos pudieran
terminar la obra provocando que éstos escaparan a la ciudad vecina de Numancia.
Comenzaba así la famosa Segunda Guerra Celtibérica (154 – 152 a.C).