...Caravaggio estaba muy perturbado,
inquieto, indiferente a su propia existencia: muchas veces se acostaba
completamente vestido, con el puñal (del que nunca se separaba) a su lado...
Incluso cuando se vestía normalmente iba armado, así́ que parecía más un
espadachín que un pintor. (Howard Hibbard)
Al igual que el
viento del Oeste rasga las negras nubes de la más oscura tormenta, de la misma
manera aquel estallido de luz conocido
como el Renacimiento vino a despertar al hombre de su milenario letargo. Muy
pronto comenzó a darse cuenta que ya no era solamente un Dios penitente el que
regía su destino sino que era él mismo el que era el centro del Universo. Los
artistas hicieron que los colores cobraran de nuevo vida y dejaran de ser
opacos bajo la penumbra de la sempiterna cruz medieval. Una explosión de
esperanza corría por las calles, y no solo los descubrimientos allende los
mares corroboraban este hecho, sino que una miríada de artistas como Miguel Ángel,
Leonardo Da Vinci, Bramante, Rafael… se convertían en los emisarios de la
alegría del uomo novi. Esta novedad
duró siglo y medio, y como los artistas, por muy genios que sean, no pueden
durar eternamente, muy pronto surgió una nueva generación que no solo iba a
perfeccionar este arte renacido, sino que de igual manera lo iban a llevar a un
estadio más elevado (si eso era posible). Uno de estos artistas, ya de corte
barroco, se trataba de un pintor venido de un pueblecito del Norte de Italia,
cercano a Milán, llamado Michelangelo Merisi (1571 – 1610), pero que el destino
y la gloria hará que sea más conocido por el nombre de su localidad de origen:
Caravaggio.
De este
Michelangelo, auténtico sucesor de aquel otro que unió las dedos de Dios y Adán,
se ha escrito buena copia de libros y trabajos en Historia del Arte, y parece
que actualmente algunos novelistas empiezan a atreverse a pergeñar su figura
para conocimiento general de este artista que verdaderamente vivió agarrando
con una mano un pincel primoroso mientras que con la otra asía con ímpetu una
afilada espada. Y más original si cabe es mostrar al mundo la vida y obra de
Caravaggio en un nuevo formato: el cómic. El principal culpable de ello es el
eminente ilustrador italiano Milo Manara (alias de Maurillo Manara) quien con
su habitual pericia nos ofrece el primer volumen de la vida del pintor
transalpino Caravaggio, el pincel y la
espada (Norma Editorial, 2015). Nada más leer estas líneas seguramente el
caro lector se preguntara “¿Cómo es posible que el auténtico rey del cómic
erótico (que no pornográfico, esto hay que distinguirlo) se atreve a dibujar al
genio del naturalismo italiano?” Es una buena pregunta, a mí también me
sorprendió, pero después de gozarlo me di cuenta que en verdad era el
historietista ideal para hablarnos de un artista tan agresivo y violento como
genial a la hora de pintar y renovar con su pincel el arte católico en aquella
Roma de finales del siglo XVI y
principios del XVII en donde un simple
desliz o una equivocación en el código
moral de la época te podía llevar a encontrarte un palmo de acero en el
estomago.
Esta primera
parte abarca los años de iniciación como artista en Roma entre 1592 y 1606,
prescindiendo de su anterior etapa en su tierra cuando entró como aprendiz en
el taller del pintor milanés Simone Peterzano, que a la vez había sido
discípulo de Tiziano. Manara nos lleva justamente al año en que entra en Roma y
como poco a poco consigue ascender peldaños dentro del mundo artístico romano.
Aunque el historietista se toma algunas licencias sobre la forma en que Caravaggio
se instala en la Ciudad Eterna, éstas no difieren mucho de la realidad. Aquel
mismo año de 1592 verdaderamente se traslada a Roma junto a su tío Ludovico y
acaba siendo alojado en casa de Pandolfo Pucci, canónigo de San Pedro, a quien
el pintor pronto le puso el sobrenombre de “monseñor ensalada” debido a la
escasa comida que recibía. Pero aunque en poco tiempo su cuerpo bajara de peso,
el residir con un canónigo de esta clase le acarreó tener contactos en las
altas esferas eclesiásticas, y en 1595 cambio de residencia pasando a vivir en
el Palacio Madama, en donde se convirtió de la noche a la mañana en el pintor
preferido del cardenal Francesco María del Monte, embajador en Roma de la
todopoderosa familia Medici, el cual pasó a la historia como primer mecenas del
artista.
Aunque
Caravaggio ya comenzaba a ser tomado en serio unos años antes de entrar al
servicio del cardenal Medici debido a las innovaciones que hacía en la pintura,
es con éste con quien consigue alcanzar cuotas pictóricas excelentes, y aunque
no le agrada en demasía que utilice a muchachos indigentes y prostitutas como
modelos para sus obras (Muchacho mordido
por un lagarto, Baco, o Santa Catalina de Alejandría) le deja
hacer al observar los increíbles resultados que obtiene. Como premio se le permite
no solo portar espada como un caballero, sino también decorar la Capilla
Contarelli en la Iglesia de San Luis de los Franceses, en donde asombrara a
todos con el tríptico inspirado en la vida de San Mateo. Aun así, este cómic de
Manara no es una simple sucesión de viñetas de logros pictóricos. Le interesa
que todos éstos graviten en torno al temperamento de Caravaggio y sus aventuras
en aquella Roma atiborrada de burdeles, reyertas y duelos a espada, en donde
soldados licenciados y proxenetas de baja estofa convierten las calles en
verdaderos campos de batalla. Es por ello que junto a los magníficos y eternos
lienzos del artista podamos observar sus devaneos con meretrices ávidas de
carne joven y borrachos sedientos del licor de Baco. Llama la atención que
mientras pinta se atiene a las directrices, mal le pese, de la Iglesia
Trentina, pero luego se desfogue insultando y siendo agresivo entre camaradas
de parranda. Este mundo abigarrado, violento, y lleno de claroscuros es el que
le interesa a Manara.
Pero sigamos con
las peripecias de Michelangelo Merisi. Es en el nacimiento de siglo cuando
explota su creatividad y muestra al mundo obras maestras como La Cena de Emaús, La Muerte de la Virgen, o El
Entierro de Cristo. Vemos como los crea, la trastienda de cada pincelada,
los sórdidos modelos que a veces utiliza, pero observamos en él que cada día se
va volviendo más peligroso y oscuro. Es ya tan famoso en Roma que incluso se
permite la licencia de insultar a sus competidores e incluso amenazarlos si
hablan mal de él. En 1604 es denunciado por un camarero de una taberna a quien
ha agredido, y en varias ocasiones acaba siendo encerrado en la cárcel de Tor
Di Nona. Aun así sigue creando, pero en 1605 su estrella le abandona ya que es
elegido como pontífice Pablo V el cual prefiere el arte de Guido Reni.
Caravaggio se vuelve intratable, depresivo y decide morder la mano que le da de
comer. Abandona a Del Monte y en un asunto turbio motivado por unas faldas, que
ocasiona la muerte de un proxeneta llamado Ranuccio Tomassoni, decide huir rápidamente de Roma. Es el año 1606.
Aquí termina la
primera parte de Caravaggio, el pincel y
la espada, aunque es una pena ya que deja al lector con las ganas de saber
que destino le espera al prófugo pintor. Nos encontramos, por tanto, con una
novela gráfica (como ahora gustan de llamar a los cómics) preciosista, directa,
en la que Manara despliega sus artes para ofrecernos un fresco de una Roma
barroca exuberante y peligrosa a la vez. El dibujo es minucioso, colorista y
muy personal, ya que nos muestra las dos facetas principales de Caravaggio: el
divino pintor, y el humano artista amigo de delincuentes, prostitutas, y que no
duda en llevar a sus lienzos sacros las facciones de proscritos por la
sociedad. Caravaggio es un pintor en el que la luz y la oscuridad pugnan continuamente
una contra otra, al igual que la ciudad que le ve crecer es una mezcla de
antigua gloria y decadencia extrema. Así pues, en resumen les recomiendo sumergirse
en la pintura de Manara y que se dejen deslumbrar por la belleza y peligrosidad
de aquel pintor que, al igual que aquel otro Michelangelo, no se dejó humillar
por nadie.