Está en esa dirección. Mi país, mi hogar, mi
familia… mi mujer prepara la comida, mi hija trae agua del río… ¿volveré a
verlas? Yo creo que no. (Gladiador)
Desde las brumas
del Muro de Adriano, hasta las ardientes arenas de Mauritania, y desde las valientes
tierras habitadas por tozudos íberos hasta el corazón de los partos, los
límites del Imperio Romano fueron extensos y legendarios, siendo por ello una
de las superpotencias más grandes de la Historia. Pero no fueron un imperio
cerrado, impermeable a las influencias exteriores que había más allá de sus
propios limes. Otras culturas dejaron su huella en el modus vivendi romano,
incluida también otra superpotencia muy alejada de las aguas prístinas del
Mediterráneo. Se trata de la tierra conocida como Sera Maior, es decir la antigua y milenaria China. Aunque parezca
increíble los chinos o habitantes de Todo Bajo Cielo sabían de la existencia de
un territorio muy alejado de sus fronteras al cual llamaban Dan Qin o Gran Qin,
al igual que los habitantes del Lacio tenían conocimiento de un mágico reino
ubicado en el extremo del Indo. Actualmente, de manera anecdótica, sabemos que
existieron algunos momentos en que el expansionismo romano y el chino de la
dinastía Han tuvieron algunos puntos de conexión sobre todo por la famosa
historia de la Legión Perdida de Craso en la batalla de Carrhae y su triste
destino errante como esclavos hasta llegar a China y convertirse en fuerza
mercenaria (los escribas chinos atestiguan que
existían unos soldados que efectuaban una técnica militar conocida como
“la tortuga) dejando incluso descendencia en aldeas y regiones de la zona.
Parece como si esta legendaria historia fuera lo único que se sabe del
acercamiento entre ambos pueblos, pero existieron más contactos aunque estos quedaron
olvidados en las arenas del tiempo.
Las relaciones
entre Roma y China aunque no eran comunes sí fueron indirectas. Como he
indicado anteriormente el expansionismo romano hacia Oriente sobre todo a
partir del siglo I a. C y el mismo expansionismo de la dinastía Han hacía
Occidente podían haber propiciado un entendimiento más directo entre ambos
pueblos, pero el tapón existente que hubo por parte de los Partos y de los
Kushans propició que estas relaciones se dilataran en el tiempo. Existieron varios
intentos para conocerse mejor como por ejemplo la expedición del general Ban
Chao en el 97 d.C, o las supuestas embajadas romanas enviadas a China por parte
del emperador Antonino Pio y Marco Aurelio en el 166 d.C. El conocimiento que
hubo entre romanos y chinos fue ante todo comercial pues la Ruta de la Seda
propició el intercambio, esencialmente seda china y vidrio romano.
Todo este mundo
de suposiciones y datos que todavía están siendo estudiado por expertos en
historia antigua son los cimientos básicos que el arqueólogo y novelista
Valerio Massimo Manfredi ha utilizado para construir su novela El Imperio de los Dragones. El autor de
inolvidables narraciones mundialmente famosas como la trilogía Alexandros, o Talos de Esparta, nos ameniza esta vez con la increíble gesta de un
grupo de legionarios romanos que por tristes avatares de la vida acaban sus
días en el reino de Todo Bajo el Cielo, muy al estilo de los famosos mílites de
la Legión Perdida. La acción comienza en las fronteras orientales del Imperio
Romano, en un destacamento alejado de Antioquía, cuando una insidiosa
conspiración derroca al emperador Licinio Valeriano (190 – 270 d.C). Su guardia
personal es capturada por el rey Shapur I de Persia empezando desde ese mismo
momento un calvario de esclavitud en el que destaca la figura del pretoriano
Marco Metelo Aquila, que gracias a su tesón y valentía, se convierte en
prioritaria al mantener vivos a sus compañeros. Su errante y peligroso camino
les lleva desde las arenas ardientes del imperio parto, las ubérrimas y
traicioneras tierras de la India y las increíbles cimas del Himalaya hasta un
lugar misterioso para ellos... China, hogar de la seda y de unas extrañas
frutas conocidas como naranjas. Allí nuevamente son apresados y para sobrevivir
deciden poner su espada de legionario al servicio de un príncipe chino
destronado que ansia recuperar el trono. Así pues, a partir de ese momento, en
el jefe pretoriano conocido ya como El Águila se fusiona el modo de vida
romano, disciplina y coraje, junto con la sabiduría del nuevo hogar al que han
llegado. Un choque de civilizaciones en el que ambos pueblos sacan provecho,
haciendo que el águila romana sea una con la fuerza del dorado dragón de la
tierra de la seda.
Como verán nos
encontramos ante una novela histórica de aventuras bastante entretenida que
hará las delicias de todos los amantes de la historia antigua y de los que
busquen relatos sorprendentes de aquella época. Siguiendo la costumbre de otras
novelas del mismo autor su estilo es bastante ligero y muy sencillo de leer.
Las acciones son rápidas dejando al lector muchas veces sin aliento y sin saber
en que punto dejar el punto de lectura. Es decir que nos encontramos con una
novela ideal para viajes en tren o momentos de asueto en vacaciones. Pero aunque
este libro de Manfredi se convierta en algunos momentos en un cruce entre Tigre y Dragón y Gladiator, con una línea argumental muy al gusto cinematográfico,
hay que reconocerle algunos puntos a favor como por ejemplo el que en la novela
se haya adentrado en un campo un tanto desconocido para el gran público y que a
la vez nos enseñe cómo se encontraba en aquellos momentos el imperio chino. Aun
así podemos restarle algún punto como algunas escenas en que parece que esta
entretenida historia se convierte en una película de artes marciales en la que
los legionarios romanos aprenden a usar sus gladius al estilo shaolin con unos
movimientos imposibles para el ser humano. Como he indicado antes El Imperio de los Dragones, de Valerio
Massimo Manfredi, es una novela histórica de ritmo vertiginoso, épica, que
aunque no creo que pase a la posteridad por su estilo ligero, creo que vale la
pena que la conozcan para de este modo vivir las aventuras de unos valientes
legionarios que por avatares de la vida conocieron un pueblo fascinante al
recorrer caminos que ningún romano había pisado antes.