A lo largo de la
historia el Viejo Continente ha sufrido varios intentos de ocupación por parte
del Imperio Otomano. Uno de ellos fue el que padeció a finales del siglo XVIII
el Imperio Austriaco en la llamada guerra austro-turca de 1788. Como se puede
ver no ocurrió hace tanto tiempo. Pues bien, para defender sus fronteras y
alejar el peligro el ejército austriaco, compuesto por una gran variedad de
soldados de distintos pueblos y lenguas, decidió pasar al contraataque y
liquidar de una vez por toda a sus enemigos. En un primer envite enviaron por
delante a un fuerte contingente de húsares los cuales al no avistar a ningún
enemigo cerca decidieron preparar la llegada del grueso del ejército en los
alrededores de una localidad llamada Karansebes (Rumania) Cuando entraron en
ella, al revisar las casas y edificios principales, se dieron cuenta de que
allí no había turcos por ningún lado pero si un grupo de gitanos los cuales les
vendieron unos cuantos barriles de aguardiente. Así pues los húsares, sin nada
que hacer, decidieron pasar la noche bebiendo y, claro está, tras un rato la
mayoría, por no decir todos, estaban totalmente borrachos.
Antes de que la
aurora comenzara a despuntar, todavía en la oscura madrugada, empezaron a llegar más soldados del gran
ejército, siendo en este caso un grupo de reconocimiento rumano. Éstos también
quisieron unirse a la fiesta pero los húsares, un tanto tacaños, no quisieron darles
ninguno de los barriles lo que provocó, obviamente, que de las palabras gruesas
se pasaran a los puños y de los golpes a los disparos. Parece ser que a alguno
de los borrachos se les escapó un tiro al aire por lo que los rumanos, creyendo
que eran los turcos quienes habían disparado, empezaron a cebar sus armas para
defenderse, a la vez que los húsares corrían de un lado a otro, como pollos sin
cabeza, en medio de la oscuridad. Algún oficial austriaco, de los pocos que estaban
algo sobrios, para calmar los ánimos comenzó a gritar “Halt” (alto) a lo que los rumanos creyeron entender “Alah”. Recuérdese que el ejército
austriaco era tan heterogéneo que en él se hablaban muchos idiomas y pocos los
que hablaban la del emperador, por lo que la confusión era continua. El
resultado: empezaron a dispararse unos contra otros sin distinguirse mutuamente.
Y para remate, al poco rato llegó todo el ejército al completo, quien creyendo
que la avanzadilla estaba en mitad de una batalla decidió unirse a la fiesta. Todo
el mundo luchaba contra el otro, los de caballería contra los de infantería,
los de infantería contra los granaderos… unos contra otros sin ningún
miramiento. Hasta el emperador, José II de Habsburgo, estuvo a punto de perder
la vida al caer de su caballo en una poza. Tras unas horas de absurda lucha los
austriacos en su conjunto decidieron huir con el rabo entre las piernas. Cuando
el ejército turco llegó a Karansebes se encontraron con un campo de batalla
arrasado y un total de 9000 enemigos muertos.