Según la Wikipedia, un nomenclátor: es un catálogo de nombres geográficos, el
cual, en conjunto con un mapa, constituye una importante referencia sobre
lugares y sus nombres. Pero aunque actualmente es así, en su origen un nomenclátor significaba otra cosa bien
distinta. En Roma, sobre todo para los grandes personajes de las elites, era
muy importante tanto ser reconocido como saber el nombre de todas las personas
con las que se cruzaba en el Foro o en alguna fiesta organizada por un
patricio. Como recordar todas las caras era algo casi imposible era típico que
los hombres influyentes fueran acompañados de un esclavo llamado Nomenclátor, el cual tenía que saberse
todos los nombres para después susurrárselos a su señor para que de este modo no
cayera en un renuncio ((incluso en las fiestas o reuniones les chivaban en qué triclinium debía tumbarse). Pero si un nomenclátor
no se acordaba o se equivocaba en cuanto volviera al hogar era castigado
duramente por su amo. Por ejemplo el emperador Augusto era muy exigente con
éstos y se lamentaba continuamente de que su nomenclátor personal era muy malo
recordando nombres. Según cuenta Macrobio en sus Saturnales una vez que su esclavo iba al Foro le llamó y le dijo lo
siguiente:
Lleva esta carta de recomendación, pues allí
no conoces a nadie.
Aun así, también
se sabe de romanos que no necesitaban de este tipo de esclavos ya que tenían
una memoria prodigiosa. Catón el Menor era muy respetado porque recordaba todos
los nombres, al igual que uno de los Escisiones e incluso el emperador Adriano
que continuamente corregía a sus nomenclátores diciéndoles que con que una sola
vez que le dijeran el nombre del invitado él ya se acordaba de por vida. La
carrera “profesional” de este tipo de esclavos dependía de su buena memoria.
Como nota irónica Séneca se quejaba de los nomenclátores seniles que con el
paso del tiempo olvidaban las caras y se inventaban los nombres que le decían a
su amo durante las fiestas.