viernes, 18 de agosto de 2017

UN PAPADO QUE REJUVENECE



Tras la muerte del papa Gregorio XIII (1572 – 1585) los cardenales de la curia vaticana pensaron que ya era hora de que hubiera un papa tranquilo, de transición, con la idea de ir preparando a otro más manejable que el que había ocupado las sandalias del pescador en esos momentos. Así que después de buscar entre distintos candidatos se fijaron en el anciano cardenal Felice Peretti, del cual se decía que era un anciano venerable, de constitución física débil, el cual se tenía que apoyar en un bastón, y sobre todo, por encima de cualquier cosa reunía en su persona lo que más buscaba la curia: era muy dócil. Es por ello que cuando se celebró el cónclave éste salió como nuevo pontífice, en concreto con el nombre de Sixto V (1585 – 1590).
Pero en contra de lo que auguraban los cardenales que le rodeaban, fue pasando el tiempo y el nuevo papa no acababa de morir. Al revés, cada día que pasaba se sentía mejor y en vez de ir encorvado poco a poco se iba enderezando hasta que un día su cuerpo se puso todo recto. Aquello causó pasmo y cierto temor dentro del Vaticano, así que una mañana uno de sus le preguntó, como por casualidad, qué tal se sentía. Sixto V le dijo que estaba excelente y añadió algo más: “Cuando solamente somos cardenales siempre andamos mirando el suelo buscando las llaves del reino, pero desde que las he encontrado, ya no tengo ninguna necesidad de inclinarme nunca más”. Y tras decir su pequeño secreto de vida, el papa le puso una mano sobre su hombro y se alejó con una enigmática sonrisa en los labios.