Un amigo me preguntaba por qué no construíamos
ahora catedrales como las góticas famosas y le dije: Los hombres de aquellos
tiempos tenían convicciones; nosotros, los modernos, no tenemos más que
opiniones, y para elevar una catedral gótica se necesita algo más que una
opinión (Heinrich Heine)
Al periodo
comprendido entre la caída del Imperio Romano (hacia el 476 d. C) y finales del
siglo XV, los historiadores lo llaman Edad Media. Un periodo flotante, de cuña,
entre las maravillas de la antigüedad, y el florecer del Renacimiento. De forma
despectiva, debido sobre todo a los escritores renacentistas, se nos ha
presentado el Medievo como una época oscura, tenebrosa, en donde las gentes
estaban sometidas al tirano de turno, y donde la tecnología y la ciencia habían
quedado paralizadas. Solo la tímida luz de un scriptorium parece que iluminaba de manera triste la cultura de
aquel momento. En definitiva, una visión caótica que incluso ha llegado hasta nuestros
días. Un ejemplo un tanto naif, ¿no se han dado cuenta que hasta en nuestros
cines cada vez que aparece una película sobre la Edad Media el cielo está
siempre gris, y el suelo lleno de barro, mientras que en las de Grecia y Roma
aparece siempre un tiempo esplendido coronado por un sol espectacular y un
suelo debidamente pavimentado? En fin, esta es la idea que se tiene del
Medievo: fuego y espada por doquier. Y no niego que tras caer Roma se produjera
durante cierto tiempo una involución técnica, social y productiva en el
continente europeo, pero en verdad con el paso de los años el mundo fue poco a
poco despertando y evolucionando tanto artísticamente como socialmente dando
una eclosión total allá por el siglo XII. Un salto hacia delante que todavía
hoy sigue llamando la atención y que el escritor Carlos Javier Taranilla de la
Varga ha querido describirnos en su libro Breve
Historia del Gotico, editado por Nowtilus.
Allá por el
siglo que mencionamos, el XII de nuestra era, Europa parece que poco a poco se
descongela del estatismo de la Alta Edad Media, y la vida comienza a fluctuar
de nuevo. Las arterias de comunicación se reactivan y esto provoca que las
ciudades vuelvan a cobrar importancia. Se produce una expansión urbana y en
este nuevo mundo una nueva clase social nace en los burgos con lo que el
comercio, por ende, no solo ha de satisfacer las necesidades de los ciudadanos
sino que ha de transmitirse a otros lugares a través de las rutas comerciales.
Un bullicio que se creía perdido aparece. La sociedad recupera la esperanza de
vivir y cierto optimismo se asienta en el ambiente afectando no solo al
resurgimiento de las urbes sino también a su arquitectura y religiosidad. Desde
el siglo XII y XIII la reforma cisterciense trae aparejado un nuevo estilo arquitectónico
un tanto diferente al mostrado en el románico. El sentido religioso se hace más
expansivo y busca lugares de luz los cuales no encajan en el anterior arte. El
gótico (o arte de los godos por venir sobre todo del Norte) hace su entrada y
el arco de medio punto del románico es sustituido por el arco apuntado. Y la bóveda
de medio cañón deja paso a la bóveda de ojivas. Todo ha de ser más estilizado,
más puro y menos mole pétrea. Los prebostes y los obispos de las ciudades
buscan aprovechar sus ingentes riquezas y crear unas catedrales tan
espectaculares y afiladas que casi toquen con sus dedos a Dios allá en el
cielo. Por ello las catedrales son a partir de ese momento no solo lugares de
oración, sino también ornamento de los burgos que compiten entre sí por tener
la obra más espectacular. Un motivo de orgullo para la ciudadanía.
Es un arte en el
que no tiene cabida la oscuridad y en el recogimiento no sea interior sino exterior.
Buscar a Dios en la luz, en la pureza y no en los rincones en los que se daba
la impresión de estar escondiéndose de lo divino. Es por ello que se sustituyen
las finas ventanas románicas y se construyen en los muros (que ahora son más
delgados y son sustentados por resistentes contrafuertes) grandes ventanales y
rosetones que permiten que la luz entre a raudales e ilumine a los feligreses y
a la magnificencia de las estiradas columnas que como ramas de árbol se elevan
al cielo. Todo es diferente, hasta las estatuas muestran a veces cuerpos más
humanos, sonrisas más beatificas y expresiones más cercanas al feligrés. Como diciendo
que Dios ya no es temor e ira, sino amor y comprensión. E insisto, todo es
distinto y por ello, gracias al comercio y a los dirigentes de la ciudad, estas
iglesias se abren a todo el mundo y se hacen más grandes: se amplían las
cabeceras, las sillerías de coro, los techos… Es un arte que se expande tanto
en vertical como horizontal.
Pero aunque se
trate de un libro de arte, en este caso el gótico, el autor ha sabido trufarlo
de un ambiente histórico de lo más interesante. No nos encontramos con un
manual artístico con cientos de datos que puedan echar atrás al lector, sino
con un ensayo histórico sobre la época que hará las delicias de los
apasionados, o iniciados, al mundo medieval. En esta obra el arte gótico es el
corazón del corpus, y a través de su
bombeo de información podemos llegar al marco histórico en el que se
desarrolló. Observamos como con la nueva mentalidad de la época se produce un
nuevo nacimiento de los burgos, cómo evoluciona la sociedad y como las rutas
comerciales se reactivan para llevar a todos los lugares del continente no solo
comercio sino también cultura. Además, como el gótico se extiende desde el
centro de Europa (Francia, Alemania…) hacia otros lugares periféricos, como
España, podemos observar cómo era ese mundo en donde el valor de un guerrero
que iba camino de las Cruzadas se juntaba en plena lid con los bellos cantos de
un trovador. Las crisis y las batallas también tienen cabida aquí y aprendemos
como a pesar de ser un nuevo despertar también los Cuatro Jinetes asolaron a la
gente por medio de guerras, como la de los Cien Años; eternas disputas eclesiásticas
como el gran Cisma de Occidente; o por medio de hambrunas y enfermedades en
tiempos de la Peste Negra.
Breve Historia del Gótico es una obra
que nos enseña un universo de luz artística en una tierra donde a veces lo
divino deja el campo libre a la muerte y la destrucción. Un arte que no solo
influenció en las nuevas catedrales sino que también dejó su sello en palacios,
castillos, casas, y en las pinturas más finas de Flandes. Así pues no dejen de
asomarse a este libro pues se sorprenderán de lo dinámica que era aquella
Europa que soñó con tocar el cielo con la punta de una pétrea cruz.