viernes, 21 de abril de 2017

BREVE HISTORIA DE LAS BATALLAS NAVALES DE LA ANTIGÜEDAD - Víctor San Juan



¡Busca protección tras murallas de madera!

(Respuesta que le da el Oráculo de Delfos a Temístocles antes de la Batalla de Salamina)

Violento entrechocar de maderos. Fuego que arrebata la vida a los soldados. Marineros que tras vender cara su vida se ahogan agarrados a un simple madero flotante. Esclavos que se desuellan los tobillos intentando quitar las cadenas que los aprisionan. Esto es solo un ejemplo de todo lo que conocemos de las batallas navales de la antigüedad. La mayoría escenas vistas en las múltiples versiones de Ben – Hur. Como se puede ver el conocimiento que tenemos, y en este campo me incluyo, es bastante pobre. Y eso que gran parte de la vida de los antiguos se circunscribía a su pericia en el mar y a las relaciones comerciales que se establecían entre distintos pueblos o imperios unidos por una cadena acuatica. Conocemos de carrerilla las guerras púnicas, las hazañas de Aníbal, Julio César o Alejandro Magno pero ignoramos las batallas que libraron sobre el agua. Así pues no viene nada mal que el escritor y marino a partes iguales, Víctor San Juan, nos asesore y nos haga una puesta a punto sobre este tema tan interesante gracias a su libro Breve Historia de la Batallas Navales de la Antigüedad, editado por Nowtilus.

El mar Mediterráneo, en toda su extensión, es el campo de juego. Quién domine la parte occidental, oriental o toda en su conjunto sea a base de batallas o comercialmente domina ese mundo arcano. El autor nos muestra un total de 27 grandes batallas desde la misma Edad de Hierro (1190 a. C) hasta la impresionante confrontación entre romanos y una coalición latino-egipcia en Actium (31 a. C). Se remonta desde lo que él considera la primera confrontación reseñable entre Ramsés III y los Pueblos del Mar en el Delta del Nilo hasta la anteriormente mencionada. Es desde luego un catálogo impresionante. El lector puede deleitarse con el entrechocar de navíos entre etruscos y fenicios en la Batalla de Alalia; las increíbles gestas de los griegos contra los persas en las guerras Médicas en Himera o Salamina; ver como sucumbían los atenienses frente a los espartanos en Egos Pótamos o viceversa en las Arginusas; o asistir a la huida de Cleopatra hacia Alejandría en Actium mientras dejaba atrás a su desconsolado Marco Antonio… y estas son solo una pequeña muestra de todo lo que se podrá encontrar en este excelente ensayo.

Pero no crea el lector que en este trabajo de Víctor San Juan va a encontrar solamente sangre y muerte entre las cuadernas de un barco. Igualmente Breve Historia de las Batallas Navales de la Antigüedad nos muestra cómo eran los barcos de la antigüedad, cuál era la capacidad bélica de un trirreme griego o romano, qué tipo de embarcaciones eran los ideales para manejarse en el Mediterráneo e incluso cuál era la mejor para recorrer grandes distancias hasta el Océano Atlántico o en pequeñas distancias como las que se pueden dar en el rio Nilo, y sobre todo cuáles eran las características de aquellos barcos tan importantes en esos tiempos, sus métodos de construcción y el tipo de marinos y soldados que lo integraban. Y todo ello trufado con nombres de personajes que hicieron grandes epopeyas marítimas entonces. Por ellas conocerán las gestas de Uenamon, Aderbal, Marco Atilio Régulo, Hannón, Artafernes, Temístocles, entre otros cientos, e incluso las de valientes mujeres como la reina Artemisia de Halicarnaso en Salamina o la sagaz Cleopatra frente al todopoderoso imperio romano. Es desde luego un libro que recomiendo a todo el mundo que quiera o por un lado completar la visión y conocimientos que tiene de la antigüedad o por el otro disfrutar de un aspecto de ella,  vibrante y emocionante a la vez, que desgraciadamente hoy en día, de manera injusta, parece un tanto ignorada.

viernes, 14 de abril de 2017

EL JUICIO - GORDON THOMAS



Pilatos entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilatos le preguntó: ¿Qué es la verdad? Y habiendo dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: Yo no encuentro ningún delito en Él. (Juan 18: 37-38)

En las fechas que comienzo a escribir esta reseña se acerca poco a poco el periodo clave del calendario cristiano: La Semana Santa. Las cofradías se preparan y acicalan con cuidado sus pasos; los cofrades sacan las caperuzas del armario y les quitan el polvo para lucirlo en las procesiones a ritmo de corneta y saeta. Así mismo las sartenes no solo calientan el aceite para fritar las ricas torrijas (a mí me gustan solo de leche y canela) sino que también las cadenas de televisión principian a calentar sus parrillas de emisión programando una buena ración de películas religiosas que aunque vistas unas y mil veces no dejan de ser verdaderas obras de arte. Ben-Hur, Rey de Reyes, Jesús de Nazaret de Franco Zeffirelli, o alguna miniserie entorno a la Virgen María. Así pues, y si añadimos las retenciones de las operaciones de salida y entrada, tendremos el caldo perfecto para una Semana Santa de corte popular igualita que la que existe todos los años. Pero aunque eso exacerbe por unos instantes los sentimientos religiosos, desgraciadamente muchas veces enmascara la verdadera historia de otra semana de hace cientos de años en que el hijo de un carpintero de Nazaret entró en Jerusalén, a lomos de un borriquillo, y fue aclamado por sus conciudadanos, pero que pasado ese tiempo acabó siendo clavado en una cruz cual forajido perseguido por la ley. O lo que es lo mismo la odisea de un hombre, autodefinido como Hijo de Dios, que pasó de la noche a la mañana a convertirse en el núcleo central de una nueva religión profesada actualmente por millones y millones de personas: el Cristianismo. Como se dice normalmente: La Historia más grande jamás contada.

miércoles, 12 de abril de 2017

BREVE HISTORIA DE LA BELLE ÉPOQUE - Ainhoa Campos Posada



Qué afortunados somos de vivir el primer día del siglo XX
(Le Fígaro, 1 de Enero de 1901)

Abril de 1900. París es el centro del mundo, y es precisamente allí, en la Ciudad de las Luces donde se inaugura una de los grandes símbolos de la época: La Exposición Universal de 1900. Hasta mediados de Noviembre de ese año, y en sus 216 hectáreas de terreno casi todos los países del mundo exhibieron sus adelantos científicos y sus maravillas con los que asombraron a cualquier persona del globo que se hubiera acercado allí. Y es que aquella exposición no solo era un gigantesco gabinete de curiosidades, además era el símbolo de una época, de un tiempo de paz en el que parecía que el fantasma de las guerras y de las sangrientas revoluciones había pasado. La estabilidad entre los países, la nueva mentalidad y el poderío de la clase media hacía que aquellos años se convirtieran para los que los vivieron entonces en una era dorada. Un mundo de cambios impresionantes en que la humanidad parecía haber dado un paso adelante. Un tiempo emocionante que acabaría en un mar de trincheras de barro, pero que en aquel entonces valía la pena vivir. Ahora es un mero recuerdo de estabilidad, frágil estabilidad, pero que de vez en cuando vale la pena recordar. Así pues les presento uno de esos ensayos que recrean de manera magistral una época y que deja a la vez una grata impresión al lector deseoso de sumergirse en unos años donde la luz de la ciencia arrinconó durante un breve tiempo a las tinieblas de la barbarie. Con todos ustedes: Breve Historia de la Belle Époque, de Ainhoa Campos Posada.

Esta expresión francesa, La Época Bella, algunos autores la retrotraen hasta 1871 y no hasta 1890, precisamente cuando se acallaron las armas de fuego de la Guerra Franco Prusiana.  Sea entonces, o 19 años después es innegable que aquella Europa del colonialismo, en el que parecía que el hombre blanco era dueño y señor de todo el orbe, fue para el viejo continente un tiempo de prosperidad. Las materias primas que fluían (o se succionaban) desde África o Asia hacía que la despensa de Europa estuviera satisfecha, por lo menos para la burguesía y las clases altas. Gran Bretaña, que no solo mandaba sobre las olas, Francia y Alemania, por ejemplo, dominaban gran parte del mundo y esto provocaba que mucha gente se enriqueciera. A esto se unía la plena implantación de la Revolución Industrial, y aunque todo parecía ir de fabula poco a poco se estaba produciendo que la brecha entre ricos y pobres se fueran ahondado poco a poco. Los ricos más ricos y los pobres más hundidos en el fango. Es por ello que una de las grandes revoluciones de esta época es el nacimiento de partidos políticos y sindicatos que luchan por las libertades del obrero. La guerra silenciosa entre el liberalismo y el conservadurismo había nacido.

Ainhoa Campos Posada nos muestra una época optimista, y a la vez muy valiente. En el aire existe una especie de sensación de que hay que dejar atrás lo pasado y por lo tanto la necesidad de echarse en brazos de la esperanza, de la paz y sobre todo de los avances científicos. Los nuevos medios de transporte, cada vez más rápidos, como el nuevo coche o el ferrocarril, la inmediatez del telégrafo, el cable submarino, el teléfono e incluso el cine, harán que nos encontremos con un mundo más cercano y con una economía más globalizada. Además aumenta el nivel de vida gracias a los avances en la medicina, como los rayos X o aplicaciones para combatir enfermedades. Esto hará que el ser humano tenga confianza en un futuro prospero y en paz.

Y es por ello que la sociedad empezara también a evolucionar, y con ellos sus ciudades. Urbes como Paris, Berlín o Londres comenzaran a cambiar su fisonomía y se efectuaran grandes obras urbanas en las que las inmensas avenidas y bulevares se impongan por encima de los antiguos barrios de vía estrecha. Pero claro, todo esto tendrá su inconveniente y reflejo. Si la Belle Époque es un tiempo de prosperidad también es un tiempo de controversias e injusticias. Si antes hablábamos de grandes bulevares, éstos no se impusieron en su totalidad pues en muchos casos las casas y barrios de la gente baja comienzan a ser desplazadas hasta convertirse en simples guetos en donde se hacinan las personas sin ninguna garantía de vida. Hecho que poco a poco va calando en el espíritu de esta sociedad y produce que germine en su interior una venganza posterior, como por ejemplo la que ocurrirá tiempo después en la Revolución Rusa (1917). Pero es que incluso estas contradicciones no solo se producen en la clase baja sino que también en las altas esferas, en sus propias casas, no es oro todo lo que reluce. El fuerte patriarcado familiar hace que la mujer sea un mero adminículo de su marido y aunque luzca joyas en bailes, de puertas para adentro está sometida a rígidas normas. Menos mal que el naciente movimiento de la mujer hace que esos grilletes se vayan rompiendo poco a poco.

En definitiva, La Belle Époque es un tiempo de cambios en todos los aspectos de la vida, desde los ideológicos, tecnológicos, médicos, políticos, culturales… pero también de fuerte contradicciones que harán que aquella feliz etapa se vaya resquebrajando poco a poco hasta desembocar en su propio fin: La Primera Guerra Mundial. Y es que los que sobrevivan al horror de entonces recordaran con anhelo la hegemonía y la estabilidad de unos años en el que el miedo, el hambre y la guerra, parecían haber desaparecido para siempre en un mar de champan y lujos sin par.

sábado, 1 de abril de 2017

LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO - Fernando Fernán Gómez




Sabe Dios cuando habrá otro verano

Dos niños juegan en un solitario descampado de Madrid barrido por el viento. Como todos los chavales de la época quieren ser soldados valientes, igual que Gary Cooper en Tres Lanceros Bengalíes. Uno de ellos, al que familiarmente su familia y amigos llaman Luisito, se queda parado un momento tras haber matado a un imaginario afgano, y con cierta preocupación le pregunta a su compañero de armas: ¿Te imaginas que aquí hubiera una guerra de verdad? Entonces el otro, con sonrisa socarrona, no creyendo que le pregunte semejante cosa, le contesta: Pero ¿dónde te crees que estás? ¿En Abisinia? ¡Aquí que va a haber una guerra! Luisito asiente y como la nube que temporalmente tapa el sol, su ánimo vuelve a reflotar y prosigue jugando. El verano promete ser largo, muy largo, y nadie en aquel mundo moderno, en aquella España democrática del 36, cree que aquellas horrendas matanzas de años pretéritos se puedan producir en un país que parece haber exiliado al fantasma de la guerra. Aunque en verdad, Luisito tiene razón en algo, aquellas vacaciones de 1936 van a ser muy largas y movidas. Un verano que va a durar en total tres años.

Este remedo de comienzo tiene ciertas similitudes con el inicio del libro que paso a continuación a reseñar. Se trata de la inmortal obra de teatro del ya difunto Fernando Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano, la cual narra como nadie las vivencias de una familia de clase media en Madrid a lo largo de los tres años que durará nuestra sangrienta Guerra Civil (1936 -1939). Se estrenó en el Teatro Español el 24 de Abril de 1982 y ya, desde ese mismo momento se convirtió en lectura obligada para cualquier persona interesada en acercarse a aquellos años y comprobar de primera mano las vivencias y sensaciones de aquellos españoles que se quedaron atrapados sin querer en un mundo donde hermanos contra hermanos se mataban entre sí. El foco de la obra teatral se centra exclusivamente en el Madrid del comienzo de la guerra hasta unos cuanto meses después de acabada esta y en el que el bando vencedor pasa a rendir cuenta a los vencidos. Como dice al final uno de sus protagonistas: No ha llegado la Paz, ha llegado la Victoria. Fernando Fernán-Gómez nos habla de una familia española, madrileña por más señas, una familia cualquiera, modélica, de tantas que había, que viven el día a día en su burbuja de quehaceres diarios, sin meterse con nadie y con la única idea de ser felices en un mundo que poco a poco empieza a volverse loco. La unidad familiar la componen Don Luis, el lúcido patriarca que trabaja como directivo en unas bodegas de licores; su esposa Doña Dolores, amante esposa y amante mujer de su hogar; y sus hijos Manolita, la mayor, que quiere combinar su trabajo con su vocación teatral, y Luisito, el soñador hijo pequeño que a pesar de haber suspendido Física (según él por cuestiones políticas) ansía tener una bicicleta para correr los alrededores de Madrid con sus amigos durante aquel verano que promete mil y una aventuras. Ah, y tampoco hemos de olvidar a la sufrida criada, María, la cual de vez en cuando se lleva algún achuchón o pellizco de Luisito al cruzarse en los angostos pasillos del hogar.

Es decir, la típica familia de clase media, sin grandes pretensiones, de cualquier ciudad española del momento.  Pero sin darse cuenta, como ladrón que llega en la noche, las radios estatales anuncian que los militares se han sublevado en el protectorado español de África. Comienza, por tanto, para ellos un tiempo nuevo de zozobras que trastocará su día a día. Uno de los elementos principales de esta obra teatral es que en ningún momento se observan escenas de guerra, trincheras, ataques en el Madrid sitiado por los Nacionales, ni se visualizan  los frentes establecidos allá por Ciudad Universitaria o los Carabancheles, por poner un ejemplo. La evolución de la guerra se vive desde dentro. Todo lo que se produce en ella la podemos ir conociendo por las conversaciones que existen tanto en la unidad familiar como con los vecinos y conocidos. Al principio la guerra se observa y vive como una curiosidad. Al igual que muchos españoles es una novedad y la mayoría la siente como espectador. Luisito y Manolita sienten un despertar al contar lo que ven en las calles: gente ebria de libertad; los múltiples partidos y gritos valientes de milicianos y milicianas… la guerra es un rumor lejano perdido en la lejanía. Pero en cuanto la aviación sublevada deja caer las bombas sobre los tejados de Chamberí la verdadera realidad los ahoga. No es un entretenimiento de veraneo y desde entonces el fantasma de la muerte se instala en sus huesos. El correr por la noches al refugio antiaéreo, la muerte de gente conocida, las purgas en los trabajos, que por ejemplo hace que colectivicen la bodega de don Luis, y sobre todo el hambre se convierten en hecho cotidiano. Todo se raciona, hasta las lentejas y los garbanzos, y muchas veces las cartillas de guerra no alcanzan a sustentar la dieta diaria de la familia. Madrid es el campo de batalla, y el pisito de nuestros protagonistas el centro neurálgico donde se narra su devenir.

Las bicicletas son para el verano, no es un alegato político de izquierdas o derechas. Es, en cambio, una declaración de intenciones contra la Guerra Civil Española. Las conversaciones nos llevan a imaginar el día a día del sitio de Madrid, y, claro está las conversaciones están hasta cierto punto politizadas ya que los protagonistas y sus allegados solo dejan ciertas pinceladas sobre qué bando es el que les cae más simpático. Don Luis es claramente de ideas republicanas, aunque baqueteado y resignado por las incidencias de la vida. Una mente lúcida que no cae en extremismos, y que alguna vez, cuando era joven, quiso ser escritor para dejar volar su imaginación; Doña Dolores, su esposa, y Doña Antonia, la vecina, son neutrales, más preocupadas por los quehaceres diarios que por el volcán en donde están sentadas, aunque cuando la guerra está a punto de terminar se sienten muy cansadas de todo y les da igual quien gane, aunque sean los Nacionales (a sabiendas de que su marido es contrario a ellos); Doña María Luisa, la “casera” es simpatizante del bando sublevado, y eso se observa no solo en sus comentarios, sino también en la tienda de figuras religiosas que hay en el bajo del edificio; y luego están una pareja de vecinos muy curiosa: Don Simón y Doña Marcela. Son los más mayores de la obra, dos ancianos que han visto mucho pero que al igual que los demás la guerra los ha pillado a trasmano. El primero es, al igual que don Luis, de ideas republicanas, mientras que aunque doña Marcela tenga ideas conservadoras, se aprovecha de la situación de anarquía del momento para divorciarse de su marido. Lusito y Manolita al principio son meros espectadores, pero la guerra los va a ir cambiando poco a poco. A él lo que le importa en un principio es su bici y correr con ella por el Jarama, pero al igual que su hermana los hechos que observan a su alrededor los hace ir madurando poco a poco, llevándolos a la vida adulta a través de un curso acelerado impartido entre bombas y disparos de metralleta.

La acción teatral es rápida, los diálogos claros y chispeantes, reflejando el habla cotidiana de la calle. Incluso en algunas ideas de los personajes Fernán Gómez desliza el habla diaria. Por ejemplo, uno de ellos, un anarquista llamado Anselmo dice claramente, a las bravas: Primero, a crear riqueza; y luego a disfrutarla. Que trabajen las máquinas. Los sindicatos lo van a industrializar todo. La jornada de trabajo, cada vez más corta; y la gente, al campo, al cine o a donde sea, a divertirse con los críos… Con los críos y con las gachís… Pero sin hostias matrimonio ni de familia; ni documentos, ni juez, ni cura. Amor libre, señor, amor libre… Libertad en todo: en el trabajo, en el amor, en el vivir donde te salga de los cojones…  El autor no se anda con remilgos ni estilos elevados. Una prosa clara y unos pensamientos directos para reflejar que los personajes están en un mundo duro en el que podemos encontrarnos todos algún día. En resumen, nos encontramos con una obra epítome dentro de la literatura española contemporánea, que incluso fue llevada al cine por Jaime Chávarri dos años después, y que sigue de manera fidedigna la obra homónima de Fernando Fernán-Gómez (en el que por cierto aparece un jovencito Gabino Diego en su primer papel como actor) Así pues les animo a leer esta obra teatral, o a releerla si alguna vez ya lo han hecho, y volver a sumergirse en un torbellino de emociones, con la Guerra Civil como telón de fondo, que nunca olvidarán.