lunes, 7 de noviembre de 2016

EL VINO DE LA DISCORDIA



Cuentan las crónicas antiguas que el verano del año 1654 fue especialmente caluroso. En las calles de Madrid, desde que el sol iluminaba los tejados hasta que desaparecía más allá de las montañas de Guadarrama, se respiraba un ambiente pesado y asfixiante, siendo pocos los que se atrevían a salir en las horas centrales del día. A eso hay que añadir que debido al calor tan extremo que había en el ambiente  el río Manzanares comenzó  a secarse provocando que  la poca agua que corría quedara estancada y podrida en sus orillas. Y como consecuencia de ello grandes nubes de mosquitos invadieron la ciudad ocasionando que muchos madrileños enfermaran al beber agua en tan malas condiciones.  
Ante este hecho la familia real y los nobles mandaron que les trajeran agua, a lomos de borriquitos, dese Alcalá de Henares. Pero, claro está, los más pobres no se podían permitir este lujo por lo que empezaron a beber otra clase de líquido que no estuviera corrupto por las miasmas que había en el ambiente. Es decir vino. De la noche a la mañana cientos de litros de esta bebida corrieron por todos los rincones de Madrid, provocando que aquel verano fuera el más etílico que se recuerda en  la ciudad. Pasados unos días, esta fiebre por el vino se fue apagando poco a poco, y no porque la gente se aburriera de tener resaca todas las mañanas, sino porque al igual que le pasa a otros líquidos, el vino también se pica al estar abierto. Pero los mesoneros no se amilanaron ante este hecho, y empezaron a aguar el vino con la misma agua que estaba podrida. O sea que los madrileños se pusieron de nuevo enfermos. Tantas fueron las denuncias que recibieron las autoridades que muy pronto salió a la luz una ordenanza municipal amenazando con duras sanciones a aquellos mesoneros desaprensivos que se  atrevieran a aguar los toneles de vino.