miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL ORIGEN DEL COCIDO



Hace ya muchos años el cantante Pepe Blanco nos deleitaba con esta oda a la gastronomía popular al decirnos aquello de: Cocidito madrileño, repicando en la buhardilla, que me huele a yerbabuena y verbena en Las Vistillas… Y es que sin duda alguna el cocido es uno de los platos más típicos de la cocina española sea cual sea su variante geográfica. Pero ¿sabíais que el origen de este plato tan famoso hay que buscarlo entre los fogones de la gastronomía judía? Durante la Edad Media este pueblo milenario cocinaba un plato llamado adafina (nombre que proviene del árabe dafinah, que significa “tesoro escondido”), que consistía en una gran olla de barro en la que se cocían lentamente sobre las brasas garbanzos, algunas veces acompañadas de judías, vegetales y carne. Este plato se preparaba la noche del Viernes al Sábado y de esta manera los judíos ya no tenían necesidad de cocinar al día siguiente ya que, hay que recordarlo, este pueblo tiene prohibido hacer actividades físicas durante el Sábado Sagrado o Sabbat. Ni siquiera encender la cocina. Así pues ese día ya tenían preparada la comida la cual se comía en tres veces: primero se servía la sopa o caldo; después se consumían las verduras; y finalmente se deleitaban con la carne. La tradición de la adafina aparecía incluso reflejada en la literatura de la época, como por ejemplo en la Crónica de los Reyes Católicos, de Andrés Bernáldez, o en el Libro de Buen Amor del eminente Arcipreste de Hita.

El consumo de la adafina estaba tan arraigado en el pueblo judío que después de su expulsión (1492), los conversos que se habían quedado en España siguieron preparando este plato. Recordemos el dicho asturiano que nos dice lo siguiente: Cocido de garbanzos, guiso de marranos (no hay que olvidar que a los judíos se les motejaba de esta guisa) Pero esta vez, para demostrar a los demás, sobre todo a los inquisidores, su adhesión a la religión católica decidieron incorporar un nuevo ingrediente a la olla: la carne de cerdo. Incluso cuenta la tradición que a veces el Inquisidor General Tomas de Torquemada gustaba de introducirse en las casas y cocinas de los judíos conversos a observar que comían, deleitándose al ver no solo manteca y un jamón a la puerta de casa, sino también una buena loncha de tocino repicando entre garbanzos y judías.

martes, 24 de noviembre de 2015

MCLEAN Y LA GUERRA DE SECESIÓN



Si uno ve la película Centauros del Desierto se dará cuenta de que es un film que comienza con la apertura de una puerta, a la llegada de Ethan, y termina con el cierre de la misma al alejarse el protagonista en dirección a un destino incierto. Es por tanto una película cíclica, redonda, con una construcción parecida a la de los cuentos  tradicionales. Pues bien este hecho también ha ocurrido en otra situación, y en otro lugar que no tiene nada que ver con un cuento sino más bien con una historia de terror: La Guerra Civil Americana, o Guerra de Secesión que se desarrolló entre 1861 y 1865. Permítame que les explique: la primera gran batalla que se produjo en aquel conflicto fue la de Bull Run, en la localidad de Manassas. Por circunstancias de la vida un hombre llamado Wilmer McLean tenía cerca de allí  una casa y tuvo la desgracia de que uno de los proyectiles se colara en la cocina de su casa y le destrozara la mitad de su hacienda. Así que McLean dejó rápidamente de ser espectador y viendo que su vida y la de su familia peligraban decidió huir de aquel lugar “hacia donde nunca pudiera alcanzarle el sonido de una batalla”.

Pasaron los años y los otrora estados de la Unión se desangraban en una lucha estéril entre hermanos. El 9 de Abril de 1865 el general confederado Robert E. Lee viendo que la guerra estaba perdida decidió rendirse  y concertar una entrevista con su homologo del Norte, el general Ulysses S. Grant para así, de este modo, discutir el acuerdo de paz que acabara con aquella sangría. ¿Y sabéis donde se realizó esa reunión?, pues nada más ni nada menos que en una mansión situado en Appomattox (Virginia) que curiosamente era propiedad de ¡Wilmer McLean! Por tanto podrán observar como la Guerra de Secesión comenzó en la cocina del pobre Wilmer y terminó en el salón familiar de un hombre al que siempre le perseguía la guerra allá por donde fuera.

lunes, 23 de noviembre de 2015

ARO, EL GUERRO LOBO - Augusto Rodríguez de la Rúa



“… el más avanzado de entre los pueblos vecinos a estos (los celtíberos), es el conjunto de los llamados vacceos…” (Diodoro Sículo)

Cuenta la leyenda, o Estrabón (que es lo mismo), que una vez un viajero griego desembarcó en Emporión y en cuanto pudo conseguir un burro que le llevara al interior de la Península, le preguntó al arriero que le había vendido el animal qué camino debía seguir. Éste le dijo a sotto voce que tuviera cuidado con el pueblo de al lado pues todos eran unos ladrones. Nuestro aventuro fue al siguiente pueblo y cuando volvió a preguntar por el siguiente le dijeron, nuevamente, que anduviera con pies de plomo pues sus moradores eran todos unos violadores de mucho cuidado… y así fue de lugar en lugar oyendo siempre que los pueblos siguientes eran malvados. Puede parecer una anécdota chusca pero curiosamente  es la idea que ha quedado en el imaginario público desde tiempos remotos: que los españoles somos unos individualistas que no soportamos a nuestros vecinos; que somos incapaces de unirnos para conseguir un fin común; y que si alguna vez lo hacemos es para acabar a palos entre nosotros. Es decir un pueblo cainita donde los haya.

Pero aunque la mayoría de las veces ha sido así, este hecho no voy a negarlo, a lo largo de la historia ha habido hitos que han tirado por tierra esta afirmación general. Uno de esos momentos excepcionales hay que buscarlo en los mismos tiempos en los que he basado mi anterior anécdota. Iberia, tiempo de conflictos entre romanos y cartagineses, siendo los primeros los que se llevaron el gato al agua. Época dura a la vez que inolvidable en que dos super potencias se jugaban el todo por el todo en una batalla singular que tenía como premio el control del Mediterráneo. Varias veces guerrearon entre sí, y siempre que lo hacían a su lado llevaron soldados mercenarios, destacando entre ellos los ferreos íberos o los honderos baleáricos con sus certeras hondas. Pues bien es en aquellos años donde el escritor Augusto Rodríguez de la Rúa sitúa su novela histórica Aro, el guerrero lobo (Nowtilus 2015). El autor nos lleva al año 210 a. C, cuando nuestro protagonista siente que su mundo idílico de fértiles cosechas y amantísima familia está en peligro al saber que los romanos han desembarcado en la Península Ibérica para luchar contra los cartagineses. Dentro de sus entrañas sabe que los hijos de Roma no van a contentarse con derrotar a los púnicos sino que viendo las grandes riquezas existentes van a querer quedarse con la parte del león, es decir toda Hispania. Y como vaticinó tiempo atrás Escipión acabó aplastando a Aníbal y Asdrúbal, provocando que los romanos sean los nuevos señores de sus tierras. Es una ola que no puede parar y muy pronto se acercan a su hogar, a la zona de los pueblos vacceos. Por lo tanto, y ante la llamada de sus vecinos carpetanos, ha de tomar una dura resolución: luchar contra las poderosas legiones romanas, o bien someterse cual buey al yugo. Obviamente decide lo primero y nuestro protagonista, Aro, se embarca en una increíble aventura para salvar a su familia, su pueblo y su alma de las garras de los hijos de la loba.

Aunque Augusto Rodríguez de la Rúa no es un historiador profesional, hay que congratularse al observar que esta novela sigue la dirección de los escritores que últimamente han decidido fijar su mirada en el mundo prerromano y al momento en que éste entró en lucha contra los romanos. Gracias a este tipo de libros el lector interesado en la novela histórica aprende que antes de que una caligae romana hollara la Península había pueblos con una historia propia y muy rica. Y claro está nuestro autor igualmente nos habla de ella, sobre todo de los vacceos, al mismo tiempo que nos hace disfrutar con la disposición impresionante de las legiones romanas en batalla. En su escritura destaca un estilo directo y poco rebuscado que potencia la acción directa de la aventura y que mantiene en vilo al lector. Así pues no duden en leer las primeras páginas de Aro, el guerrero lobo, pues en ellas pronto conocerá cómo hubo una vez un hombre que, como otros muchos caudillos hispanos, no dudó ningún momento en poner su escudo delante las todopoderosas espadas romanas para defender todo aquello que siempre respetó por encima de todo: la libertad.

jueves, 19 de noviembre de 2015

NUESTRO REY LO ES TAMBIÉN DE JERUSALÉN



Entre los muchos títulos honoríficos y medallas que ostenta nuestro actual monarca Felipe VI de Borbón, llama la atención que también se le llame “rey de Jerusalén”. Curioso ¿verdad? Pues aunque parezca un poco rebuscado el que se le atribuya este honor tiene un por qué. Para saberlo hemos de viajar al pasado, a la época de las cruzadas y fijarnos en la figura del último monarca que llevó este título: el emperador germánico Federico II (1194 – 1250). Además de ser rey de Jerusalén, este monarca era igualmente rey de Sicilia, y cuando años después, en el siglo XIII, la siciliana Constanza II se casó con el aragonés Pedro el Grande, éste se llevó de rebote el título de rey de Jerusalén. Y como los años no se detienen, cuando los Reyes Católicos unieron dinásticamente los reinos de Castilla y Aragón, ambos monarcas heredaron el susodicho título. Pero entonces llegó el siglo XVIII y con él la Guerra de Sucesión (1700 – 1714), y al producirse la pérdida del reino de Sicilia se originó una fuerte polémica acerca de si los borbones deberían seguir siendo reyes de Jerusalén después de haber perdido la isla. Todo quedó solventado cuando Carlos III regresó a España y trayéndose con él título en disputa. Desde ese día esta mención honorífica pasa de rey en rey español hasta nuestro anterior monarca Don Juan Carlos I, y posteriormente a su hijo el actual Felipe VI.

martes, 17 de noviembre de 2015

A LOS REYES NO SE LES PUEDE CAPTURAR



Y es que hasta en las batallas existen clases. Un ejemplo: durante la Batalla de Bremule (1119) se enfrentaron  el rey francés Luis VI el Gordo y el monarca inglés Enrique I. Pues bien, en ella un soldado inglés agarró el caballo del rey francés y se puso a gritar en medio del fragor de las armas: “¡Ya tengo al rey!”.  Tan emocionado estaba que no se dio cuenta de que el rey galo sacaba un hacha y acto seguido se la clavaba en la cabeza. Nada más extraer su arma exclamó lo siguiente: “¡Un rey nunca puede ser capturado! ¡Ni siquiera en el ajedrez!”.