Actualmente la
mayoría de los historiadores coinciden en otorgar la paternidad de Alfonso XII
al ingeniero Enrique Puigmoltó y no al rey consorte Francisco de Asís. Este
joven irrumpió con fuerza en la Corte de los Milagros en 1856 cuando después de
una arriesgada maniobra frustró un ataque al Palacio Real por parte de las
tropas del general Espartero. La reina quedó prendada por tal acto de valor y
no dudó en recompensarlo generosamente con medallas y honores, y también de
manera menos lícita en la oscuridad de las habitaciones de palacio. Este cúmulo
de honores y caprichos hacia el nuevo favorito provocaron el descontento del
gobierno de Narváez, que dimitió en pleno debido al escándalo, y llenó los
mentideros de chuflas y cancioncillas sobre la reina y el fogoso garañón que le
alegraba las frías noches de Invierno.
Cuando Isabel II
quedó embarazada la rumorología popular e internacional estaba en su punto más
alto, por lo que el confesor de la reina, el padre Claret, le sugirió que
alejara de la corte a su favorito. Parece que la recomendación hizo efecto pues
cuando nació Alfonso XII, Enrique Puigmoltó estaba ya lejos, en Londres,
trabajando en la Embajada española como agregado militar. Aunque todo el mundo
sabía de quien era este hijo ilegitimo, el rey consorte y el Papa Pío IX no
tuvieron reparos en apadrinar al bebe por el bien de España y sobre todo para
preservar la continuidad dinástica.