miércoles, 30 de septiembre de 2015

LOS FASCES



Si uno se fija bien en los péplum ambientados en la antigua Roma de vez en cuando podrán ver que cerca de un cónsul, un general o un prefecto, aparece un personaje muy peculiar que porta encima de su hombro una especie de haz de varas y que no se aparta de su señor natural, haga sol o llueva. Pues bien esta persona ostentaba el título de lictor y era el encargado de preceder o escoltar a los altos magistrados, aquellos que tenían imperium (es decir poder de vida o muerte). Pues bien, aquello que porta al hombro se llamaba fasces y consistían, como ya les he indicado en un hato de varas que simbolizaban el poder del estado. Eso sí, si ese alto magistrado estaba fuera de Roma, ese haz de varas mostraba también la cabeza de un hacha de verdugo (o securis). Por tanto, y después de leer esto, si alguna vez vuelven a ver una película de romanos y observan que dentro de Roma aparece un lictor con unos faces hachados, podrán decir con orgullo a sus amigos que eso es un error histórico. Y por cierto, muchos siglos después estos fasces fueron adoptados como símbolo principal por Benito Mussolini, y es por ello que a su movimiento político se le llamó fascista.

sábado, 26 de septiembre de 2015

DE CÓMO LLEGÓ EL TÉ A LA NEBLINOSA ALBIÓN



Aunque me duela contradecir a los tebeos de Asterix y Obelix, la moda de beber té no la importaron los galos a las Islas Británicas (véase Asterix en Bretaña). Y de igual manera, aunque también le duela a los ingleses, no fueron ellos sino una reina de origen portugués quien llevó a esas latitudes la costumbre de ingerir esa infusión. Ocurrió allá por 1662 cuando Catalina de Braganza (1638 – 1705) llegó a Inglaterra para casarse con el rey Carlos II (1630 – 1685). Parece ser que entre sus pertenencias traía consigo una cajita que contenía unas hojas resecas que debían ser introducidas en agua caliente. A esta nueva costumbre la nueva y flamante reina lo llamó tomar el té. Y como muy pronto todas los sirvientes que había a su alrededor comenzaron a tomar esta nueva bebida, inmediatamente se puso de moda no solo en palacio sino también en todas las casas y salones de la ciudad de Londres. De la noche a la mañana el té se había convertido en la bebida nacional de las Islas Británicas.
Y ya que estamos metidos en faena… ¿por qué existe esa manía de tomarlo a las cinco en punto de la tarde? Parece ser que la culpa de ello la tuvo una amiga intima de la reina Victoria (1819 – 1901) que en el siglo XIX decidió fijar sus reuniones en una casita de campo a las cinco, entre el almuerzo y la cena. Pronto fue imitada por la reina, y, claro está, esta nueva tradición fue copiada en todos los salones de té del Reino Unido.

lunes, 21 de septiembre de 2015

EL ORIGEN DE LA EXPRESIÓN: TONTO DEL BOTE



En 1925 la escritora Pilar Millán Astray estrenó la obra teatral La tonta del bote, en la que una pobre huérfana llamada Susana consigue eludir la pobreza con mucho ingenio y salero. Años después este papel  fue interpretado por la recientemente fallecida Lina Morgan llevándola al estrellato del celuloide español. Creo que todos recordamos esta película, pero pocos saben que su titulo está inspirado en otro tonto del bote que vivía a principios del siglo XIX. Se llamaba Julián y pedía limosnas sentado en una silla medio rota delante del convento de los capuchinos de San Antonio del Prado, situado en la Calle del Prado, y que fue derruido en 1890. Solía pedir la voluntad portando un bote y según el cronista madrileño Dionisio Chaluié lo hacía de una manera peculiar:

En Madrid los había tradicionales. Entre otros, un desgraciado imbécil a quien se le conocía con el nombre de "Tonto del bote", porque recogía la limosna en un bote de suela que agitaba en la mano, sentado en una silla a la puerta de San Antonio del Prado. Aún me parece verle en sus últimos años, inmóvil, con su sombrero de alas anchas, su ropón o túnica parda, limpio, y lanzando a intervalos una especie de sonido gutural para llamar la atención de los transeúntes

Como se puede ver el escritor no le tenía mucho aprecio. En fin, un día un toro bravo se escapó de una plaza  y según los cronistas el animal enfiló la calle Alcalá y acabó entrando en la Carrera de San Jerónimo. Siguió tratando y al poco llegó hasta donde estaba Julián, que como siempre estaba pidiendo limosna. Todo el mundo creía que lo iba a cornear pero el toro se acercó a él, lo olfateó, dio un bufido y sin hacerle nada se alejó de él en dirección a la calle Atocha. Al día siguiente todos los periódicos de la capital se hicieron eco de esta noticia y fueron muchos los que se acercaron al impávido torero para felicitarle. Pero todo fue estrella de un día pues al poco Julián se convirtió en motivo de burla debido a la simpleza con la que se había enfrentado al animal. De ahí que al poco tiempo se incorporara al refranero popular la expresión ser un tonto del bote, haciendo referencia a una persona de pocas luces que continuamente es objeto y diana de bromas pesadas.

lunes, 7 de septiembre de 2015

LOS PAVOS PARACAIDISTAS



Como en la gran mayoría de ciudades de España la Guerra Civil hizo que la población de la provincia de Jaén se escindiera en dos grupos irreconciliables. Al comienzo del conflicto la Guardia Civil fue desarmada por las fuerzas leales al Estado por temor a que se aliaran con los generales sublevados, ocasionando con ello el consiguiente rencor de este cuerpo militar hacia los republicanos que les habían humillado. Por ello un mes después, el 18 de Agosto, el nuevo capitán de la Guardia Civil, Santiago Cortés, decidió refugiarse en el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, en Andújar, llevándose consigo a 165 soldados de la benemérita, sus familias, algunos vecinos de la población que no comulgaban con los ideales republicanos, y cuatro sacerdotes. En total unas mil personas. Pero pronto los refugiados, ante el avance de las tropas republicanas, se convirtieron en sitiados, y como es natural las reservas comenzaron a escasear. En cuanto les fue posible consiguieron contactar con las tropas nacionales para que les abastecieran y de esta manera poder resistir los continuos ataques que se estaban produciendo alrededor del Santuario. Pero una cosa era pedirlo y otra hacerlo, pues aquel lugar estaba rodeado por todos los sitios y era imposible colar por tierra algún alimento. Por tanto se pensó que la única manera de hacerlo era por el aire. La forma de hacerlo era muy difícil ya que el Santuario no era muy grande y lanzar los bastimentos en paracaídas era imposible pues siempre caían en zona republicana. Es por ello que se ideó dos maneras de hacerlo. Una, lanzándose en picado los aviones para que cuando estuvieran cerca del objetivo dejaran caer los paquetes y rápidamente remontar el vuelo. Y la otra forma, la más curiosa, era lanzar pavos sobre el objetivo con la carga de comida, agua o medicinas, atadas a sus patitas, pues es sabido que cuando un pavo cae desde cierta altura comienza a revolotear sin parar, aminorando por tanto el impacto. Además, el pavo también les serviría de comida en un futuro. Pero a pesar de lanzarse una buena cantidad de pavos, esto no impidió que el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza cayera en manos republicanas a principios de Mayo de 1937, nueve meses después de haberse comenzado el asedio.

martes, 1 de septiembre de 2015

¡DEJA QUE ME SUICIDE!



El pintor de retratos austriaco Joseph Aigner (1818 – 1886) era una persona que desde su más tierna infancia estaba obsesionado con la idea de suicidarse. Cuando tenía dieciocho años intento colgarse de un madero, pero un misterioso monje capuchino consiguió salvarle en el último momento. Unos cuantos años después, a los veintidós, otra vez intentó colgarse y de igual manera el mismo monje salió en su rescate. Pasado algún tiempo, nuestro retratista se metió en política, con tan mala suerte, que fue acusado de traición y condenado a ser ahorcado. Pero cuando todo estuvo dispuesto, y Joseph había subido al cadalso, nuevamente apareció el increíble monje el cual convenció a las autoridades para que no lo mataran. Aquí me queda la duda si el pintor se sintió defraudado al no poderse cumplir su sueño mortal. Sea como fuere, a los sesenta y ocho años, Joseph Aigner…¡consiguió suicidarse! Abandonó su propósito de ahorcarse y se pegó un tiro en la cabeza. Pero lo que no sabía Joseph es que a su entierro acudió mucha gente a ver si verdaderamente había muerto de verdad. Entre las personas que presidieron el entierro, como era costumbre, había un monje, y claro está este no podía ser otro que el enigmático monje capuchino. Nunca se supo su verdadera identidad.