lunes, 1 de abril de 2013

EL HAMBRE EN MADRID DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA

Entre 1811 y 1812 gran parte de la Península Ibérica sufrió una de las peores hambrunas de su historia. Las cifras lo dicen todo, en Madrid que entonces tenía 175.000 habitantes murieron alrededor de 25.000 por falta de comida y enfermedades. El origen de este desastre hay que buscarlo por un lado en las malas cosechas habidas entre 1803 y 1806 y en el estallido de la Guerra de la Independencia que desde 1808 afectó a los cultivos y ganaderías que o fueron arrasadas por un conflicto armado que duro seis años o abandonadas por falta de mano de obra.

La consecuencia de estos factores fueron el hambre y la miseria que recorrieron España de punta a punta afectando especialmente a su capital, Madrid. Ésta como nadie sufrió estos azotes del destino ya que dependía de los abastecimientos que le llegaban desde fuera. Abastecimientos, que por culpa de la guerra era requisados por los franceses y por los guerrilleros que tenían como misión principal hostigar al enemigo cortando sus líneas de aprovisionamiento. Esta situación sobre todo entre los años 1811 y 1812 produjo que apenas entrara alimento en la ciudad con la consiguiente subida de precios acompañada de motines y revueltas por conseguir un mendrugo de pan. Nicolás Marcel, destacado soldado francés fue testigo de esta tragedia:

“[…] a gente acomodada disputar a los perros pedazos de caballos o de mulos muertos hacía seis días […] un niño que acababa de morir de inanición fue comido por sus pequeños compañeros, que devoraban delante nuestro sus miembros descarnados […]”

Viendo como la Muerte era dueña y señora de las calles los madrileños huían en masa de la ciudad o se dejaban morir de inanición. Dos veces al día circulaba por la ciudad  un carromato que recogía a los muertos para enterrarlos rápidamente en fosas comunes o en parroquias cercanas para evitar el contagio de enfermedades.

Las medidas que se tomaron fueron varias. Se incentivo el reparto del llamado Pan de Munición el cual era suministrado a los reclusos que había en las cárceles. Pero había que tener cuidado con su consumo pues este pan estaba hecho con gran cantidad de almorta que si se abusa de su consumo puede producir enfermedades como por ejemplo el latirismo que afecta al sistema nervioso. Las Juntas de Beneficencia y las diputaciones de los barrios se encargaron de repartir limosnas, pero era tan grande la necesidad de los madrileños que esta medida era totalmente insuficiente. Se sabe que hasta el mismo rey José I visitaba a menudo a los hambrientos repartiéndoles monedas. Incluso empeño buena parte de sus bienes tanto en España como en Francia para conseguir dinero y así paliar el hambre de la ciudad. Ordenó a sus edecanes y soldados que llevaran cestas de pan a las casas más necesitadas siendo en muchos casos rechazadas por sus ocupantes por provenir del enemigo.

Un hecho bélico fue a alejar el fantasma de la Muerte. La Batalla de Arapiles (1812) en Salamanca produjo la derrota del ejército francés que permitió abrir las vías  de comunicación con la capital y hacer llegar a los exhaustos madrileños víveres y una importante bajada de precios. El 10 de Agosto se retiraban de la ciudad las tropas enemigas y dos días después hacían su entrada los guerrilleros de El Empecinado y El Medico, seguido al rato por el triunfante Wellington, arropado por los vítores y gritos de “¡Viva el pan a peseta!”

Tan traumático fue este hecho que muchos madrileños nunca lo olvidarían en su vida. Este fue el caso del escritor Mesonero Romanos que siempre conservó en el cajón de su mesa de trabajo un duro mendrugo de pan como recuerdo de los tristes días pasados.