martes, 10 de junio de 2014

UN REY PARA LA ESPERANZA - Juan Pando



Quien salva una vida salva al mundo entero (proverbio judío)

Aquel verano de 1914 fue caluroso. Cientos de personas gozaban de una temperatura ideal para disfrutar de las vacaciones fueran éstas en la montaña o en el mar. Parecía que el mundo civilizado vivía en una nueva Edad de Oro que nada podía perturbar la paz, nada… salvo una bala llena de rabia en una ciudad llamada Sarajevo. La muerte del archiduque Francisco Fernando y su mujer la duquesa Sofía Chotek en aquel mes de Junio a manos de Gravrilo Princip condujo al planeta a una pesadilla de fuego y barro que durará casi cuatro años interminables. Unos países se posicionaron junto a las Potencias Centrales (Alemania y el Imperio Austrohúngaro) mientras que otros decidieron jugar a la guerra en una Entente Cordial  creada por el Reino Unido, Francia y la Gran Madre Rusia. Un eterno verano de más de medio millón de muertos no había hecho nada más que empezar. Otros millones les seguirían tiempo después. Se pensaba que este enfrentamiento duraría nada pero con el tiempo los ciudadanos se dieron cuenta que la sangría iba a ser más grande, produciéndose, por tanto, lo que se conoce como Revolución Moral de Retaguardia. Las familias, pasado el ardor guerrero y el orgullo patrio, vieron como sus hijos desaparecían en aquella titánica montaña de sangre y pronto comenzaron a recelar de las promesas. Se sentían traicionados por sus dirigentes y ya nada les importaba más que saber qué había sido de sus seres queridos. No querían medallas ni banderas plegadas, solo noticias. Y he aquí el problema pues no podían pedir noticias al bando contrario ya que se las negaría, así que ¿a quién? … a los países neutrales, a los que no se habían querido ver involucrados en esa locura militar: Suiza y España. En el país helvético tenía su sede la Cruz Roja Internacional, pero en España ¿qué había? Un rey, Alfonso XIII, un tanto controvertido para la posteridad  pero que creó la primera acción humanitaria gubernamental de la historia: la Oficina Pro Cautivos.


Como casi todos los episodios vividos por España durante la Primera Guerra Mundial, éste tampoco ha sido una excepción quedando olvidado durante mucho tiempo no solo por los españoles, en quien es notoria su desmemoria historica, sino, y es lo más doloroso, en gran parte de los libros de Historia de España, apareciendo relegado a los anecdotarios. Para muchos la existencia de este país en el flujo histórico comprendido entre 1914 y 1918 no ha existido. Se menciona de puntillas que España se posicionó de manera neutral en el conflicto global y que además se enriqueció, que sí es verdad, del mercadeo derivado de las necesidades bélicas de sus vecinos. Y nada más. Los episodios vividos por los Voluntarios Catalanes, o las gestas de arriesgados aventureros en las trincheras de Centroeuropea han quedado enterradas en las arenas del tiempo. Así que la existencia de esta primera misión de paz es normal que también haya sufrido el mismo destino, aunque hemos de congratularnos al saber que todavía existen historiadores que no cejan en la misión de rescatar pasajes de la historia. Uno de ellos es Juan Pando con su obra Un rey para la esperanza en la que nos describe de manera maravillosa una faceta inédita del monarca Alfonso XIII sobre su compromiso de solidaridad al crear la Oficina de Pro Cautivos para auxiliar e identificar a los soldados desaparecidos en la contienda fueran de un bando o de otro; vigilar el estado de los campos de concentración y comprobar de estar manera que no hubiera desnutrición ni malos tratos; y lo más importante intentar el canje entre prisioneros para hacerlos llegar a sus angustiados familiares.

Como cualquier gran movimiento social el principio fue pequeño pero se fue extendiendo en ondas más grandes según pasaba el tiempo. Todo empezó el verano de 1914 cuando un mayordomo del Palacio Real hizo llegar al Rey una humilde carta de una lavandera de Baiona en la que solicitaba que intercediera por su marido el cual había desaparecido en la Batalla de Charleroi. Le pedía (en la misiva se veía la sombra acuosa de lágrimas derramadas al escribir) que lo buscará y que le comunicara si estaba vivo o muerto. Alfonso XIII se sintió tan conmovido por la angustia de esta mujer que no dudo en escribir de nuevo a esta lavandera para decirle que haría lo posible por buscarlo y si estuviera vivo lo llevaría de nuevo a sus anhelantes brazos. Con el tiempo esta ida y venida de correspondencia se conoció en la prensa internacional, sobre todo de París quien empezó a airear la gran humanidad que había tenido el monarca español al ayudar a un extranjero a buscar a su amado soldado. Esta increíble historia tuvo como consecuencia que en pocos días el Palacio Real comenzara a recibir un flujo importante de cientos de cartas de personas que solicitaban noticias de sus hijos y maridos desaparecidos. Nunca en la historia una guerra se ha llamado con más acierto “La Guerra de las Cartas”.  Alfonso XIII se tomó como una iniciativa propia el crear una Oficina Pro Cautivos para localizar personas desaparecidas, pero la fundó al margen del presupuesto del Estado financiándola con las rentas del Patrimonio Real. En un principio con la nada desdeñable cifra de un millón de pesetas de aquel tiempo. Puso la oficina en los altos del Palacio de Oriente y contó de inicio con la magnánima colaboración de 50 voluntarios los cuales se dedicaban a clasificar las cartas en los diferentes servicios de la agencia, ordenándolas mediante lengüetas de distintos colores, desde pequeñas banderas nacionales para orientar la nacionalidad de los prisioneros, hasta distintas gamas de colores como el negro para los muertos o el blanco para los hallados vivos.  



Cientos y cientos de cartas no paraban de llegar allí. Los ojos dolientes de los europeos se habían vuelto hacia España. Tantas eran las misivas y solicitudes que los voluntarios de Palacio no tenían días ni festivos libres. Entre todas aquellas cartas destaca por ejemplo la de una niña de París que con letra infantil encabeza la petición diciendo A Sá Majeté… en la que cuenta con total inocencia que su madre lleva dos años llorando porque su hermano, tío de la niña, ha desaparecido y quiere que si lo encuentra lo lleve a Suiza y así salvarlo de una muerte segura en los campos de concentración. Esta carta, firmada por… su servidora Sylviane y recibida el 20 de Abril de 1917 producirá un nuevo giro a los acontecimientos de la Oficina Pro Cautivos pues a partir de ese momento se duplican de manera más exhaustiva sus dos servicios esenciales, a saber: localización de prisioneros y repatriación o canje para salvarlos. A Alfonso XIII ya no se le conoce en el mundo por su título oficial sino por el de Redentor de los Cautivos.

Desde el principio de esta aventura la Oficina Pro Cautivos colabora en todo momento con la Cruz Roja Internacional pero aun así la labor de esta primera es más directa pues gracias a su status real cuenta con embajadores en todo el mundo haciendo que las gestiones diplomáticas de salvamento sean más rápidas y efectivas. A esto hay que añadirle que es difícil que un rey como el inglés o el kaiser alemán desestimaran de manera ligera una petición del mismísimo Rey de España. Este hecho se puede ver claramente cuando por orden suya evitó el fusilamiento de ciudadanos y soldados belgas en zona ocupada por los alemanes o en la conmutación de la pena de muerte por la de vida a la enfermera inglesa Edith Cavell o la condesa de Belleville quienes se encargaban por su cuenta también de liberar prisioneros. Los resultados de la Oficina Pro Cautivos son increíbles pues en total recibieron ayuda de ella 122.000 prisioneros franceses y belgas, 7.950 ingleses, 6.350 italianos, 400 portugueses, 350 americanos y 250 rusos. Se repatriaron a la vez a 21.000 prisioneros enfermos y 70.000 civiles; y se recibieron nada más ni nada menos que 4000 visitas a campos de concentración. La labor diplomática de esta agencia fue tan importante que incluso gracia a ella se llegaron a grandes acuerdos internacionales como que los estados beligerantes se comprometieran a no torpedear ningún buque-hospital. El único contratiempo que sufrió la Oficina Pro Cautivos fue la de no poder liberar a la Familia Imperial Rusa aunque estuvo a punto de conseguirlo si no fuera por la cerrazón de las fuerzas bolcheviques. Alfonso XIII hizo todo lo que pudo pero no fue suficiente. Este traspiés le produjo una gran pena de la que siempre se sintió culpable.

Juan Pando nos deja con Un rey para la esperanza, no solo un ensayo (de los pocos que hay) sobre la Primera Guerra Mundial y España, sino todo un legado a la posteridad pues devuelve a la luz uno de los mayores gestos de humanidad de la Historia Universal, curiosamente nunca recompensado con el Nóbel de la Paz en aquel momento. El autor ha hecho una labor titánica buceando en los olvidados Archivos de la Oficina Pro Cautivos del Palacio Real para elevar a las alturas una historia inolvidable que cualquier aficionado a la musa Clio no ha de perderse. Un relato apasionante y sobrecogedor de un momento en el que escribir a España era escribir a la esperanza.