Tres días y tres
noches estuvo don Quijote con Roque (Lupercio), y si estuviera trescientos años, no le faltara qué mirar y admirar en
el modo de su vida.
(El Ingenioso Hidalgo
don Quijote de la Mancha, Libro II – Miguel de Cervantes Saavedra)
Cuando hablamos
de espías lo primero que se nos viene a la cabeza son imágenes de agentes súper
secretos, estilo James Bond, o agencias que operan en las sombras tipo CIA, KGB
o la extinta STASI. Pero aunque nos gusten los trajes espectaculares, armas
sofisticadas y tomar un Martini con vodka
mezclado no agitado, hemos de reconocer que esto del espionaje es casi igual de
antiguo que la humanidad y que ya desde la antigüedad los reyes o grandes conquistadores
necesitaron de poderes ocultos para conocer el número de soldados del enemigo y
sus puntos débiles. Así pues, por tanto, es normal que durante la Edad Moderna
también existieran en Europa movimientos de espías en un mundo en el que las
naciones intentaban alzarse unas encima de otras por conseguir la supremacía
continental. En aquellos años los países no disponían de increíbles sedes
secretas sino que el punto cardinal de donde partían los espías se concentraba
en los embajadores o representantes de un país en el extranjero. Estos no solo
tenían la misión de representar a los reyes en tierra extraña sino también de
crear una red de espionaje con el que controlar los movimientos de su zona y
enviar periódicamente información a su territorio nacional para conocer los
movimientos de los posibles enemigos.
Una de estas
redes de espías más perfectas y organizadas fue la que creó el rey Felipe II.
Cual araña que teje con paciencia y prudencia su red envió a los mejores
embajadores a otros países para estar informado a cada momento. Un ejemplo de
ello lo tenemos en la figura de Bernardino Somoza, en Inglaterra, que tenía la
misión de vigilar estrechamente a Isabel I con el fin de luchar contra el
protestantismo/anglicanismo que ella emanaba. De esta red partieron dos
intentos de derrocar a la Reina Virgen (1570 – 1583) aunque ambos fracasaron.
Tal era el poder y la guerra secreta que se observaba tras las bambalinas del
poder. Y para que todos estos movimientos estuvieran coordinados y dieran el
resultado esperado, además de los embajadores, también debían ser ejecutados
por hombres bragados, como por ejemplo el bandolero, espía y contrabandista
Lupercio Latrás (1555 – 1590) que fue uno de los personajes más apasionantes de
aquel siglo filipino, y actor principal en la novela de Santiago Morata El Espía del Prudente.
La obra se
centra exclusivamente en la odisea que es la vida tan apasionante de este
aragonés que incluso el propio Cervantes le dedicó unas líneas en El Quijote, en la figura de Roque
Guinart. Lupercio desde joven ya demostró ser un espíritu libre y este hecho no
pasó desapercibido a las autoridades que ya le buscaron las cosquillas desde
muy pronto. Fue acusado en 1579 de perpetrar unos asesinatos en Hecho, su
localidad natal, pero la pena le fue conmutada debido a la insistencia de su
hermano, y a que en 1583 se compromete a entrar como soldado en los Viejos
Tercios del Imperio. Esta vez con destino a Sicilia. A su vuelta en 1587 debe
acudir a Lisboa a ingresar en los Tercios que esta vez deben partir hacia la
malograda jornada de la Armada Invencible, pero debido a un retraso es acusado
de deserción y es detenido en la casa de Álvaro de Bazán al año siguiente.
Además de convertirse en espía doble en tiempos de Felipe II Lupercio Latrás
también tuvo tiempo de luchar en diversos lugares de la Península y ya le
encontramos guerreando en Ribagorza en el año de su detención (1588) y tiempo después
se cubre de gloria al acabar con el conato de rebelión ejercido por la minoría
morisca de Aragón.
Como podrán
observar El Espía del Prudente trae a
nuestros ojos una historia difícil de olvidar pues junto a sus correrías por
media Europa (Sicilia, Portugal, Londres y París) también nos enseña cómo era
aquel mundo en el que los espías se jugaban el todo o la nada y cuáles eran los
elementos de poder a tener en cuenta. Aventuras, gestas heroicas, amores
imposibles y un sin fin de lances que harán que el lector le cueste abandona la
lectura en algún momento. Les animo que se adentren en las páginas y descubran
la figura de uno de los hombres más valientes y arriesgados de aquel imperio en
el que nunca se ponía el Sol.