martes, 20 de enero de 2015

EL ESPÍA DEL PRUDENTE - Santiago Morata



Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque (Lupercio), y si estuviera trescientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida.

(El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, Libro II – Miguel de Cervantes Saavedra)

Cuando hablamos de espías lo primero que se nos viene a la cabeza son imágenes de agentes súper secretos, estilo James Bond, o agencias que operan en las sombras tipo CIA, KGB o la extinta STASI. Pero aunque nos gusten los trajes espectaculares, armas sofisticadas y tomar un Martini  con vodka mezclado no agitado, hemos de reconocer que esto del espionaje es casi igual de antiguo que la humanidad y que ya desde la antigüedad los reyes o grandes conquistadores necesitaron de poderes ocultos para conocer el número de soldados del enemigo y sus puntos débiles. Así pues, por tanto, es normal que durante la Edad Moderna también existieran en Europa movimientos de espías en un mundo en el que las naciones intentaban alzarse unas encima de otras por conseguir la supremacía continental. En aquellos años los países no disponían de increíbles sedes secretas sino que el punto cardinal de donde partían los espías se concentraba en los embajadores o representantes de un país en el extranjero. Estos no solo tenían la misión de representar a los reyes en tierra extraña sino también de crear una red de espionaje con el que controlar los movimientos de su zona y enviar periódicamente información a su territorio nacional para conocer los movimientos de los posibles enemigos.

Una de estas redes de espías más perfectas y organizadas fue la que creó el rey Felipe II. Cual araña que teje con paciencia y prudencia su red envió a los mejores embajadores a otros países para estar informado a cada momento. Un ejemplo de ello lo tenemos en la figura de Bernardino Somoza, en Inglaterra, que tenía la misión de vigilar estrechamente a Isabel I con el fin de luchar contra el protestantismo/anglicanismo que ella emanaba. De esta red partieron dos intentos de derrocar a la Reina Virgen (1570 – 1583) aunque ambos fracasaron. Tal era el poder y la guerra secreta que se observaba tras las bambalinas del poder. Y para que todos estos movimientos estuvieran coordinados y dieran el resultado esperado, además de los embajadores, también debían ser ejecutados por hombres bragados, como por ejemplo el bandolero, espía y contrabandista Lupercio Latrás (1555 – 1590) que fue uno de los personajes más apasionantes de aquel siglo filipino, y actor principal en la novela de Santiago Morata El Espía del Prudente.

La obra se centra exclusivamente en la odisea que es la vida tan apasionante de este aragonés que incluso el propio Cervantes le dedicó unas líneas en El Quijote, en la figura de Roque Guinart. Lupercio desde joven ya demostró ser un espíritu libre y este hecho no pasó desapercibido a las autoridades que ya le buscaron las cosquillas desde muy pronto. Fue acusado en 1579 de perpetrar unos asesinatos en Hecho, su localidad natal, pero la pena le fue conmutada debido a la insistencia de su hermano, y a que en 1583 se compromete a entrar como soldado en los Viejos Tercios del Imperio. Esta vez con destino a Sicilia. A su vuelta en 1587 debe acudir a Lisboa a ingresar en los Tercios que esta vez deben partir hacia la malograda jornada de la Armada Invencible, pero debido a un retraso es acusado de deserción y es detenido en la casa de Álvaro de Bazán al año siguiente. Además de convertirse en espía doble en tiempos de Felipe II Lupercio Latrás también tuvo tiempo de luchar en diversos lugares de la Península y ya le encontramos guerreando en Ribagorza en el año de su detención (1588) y tiempo después se cubre de gloria al acabar con el conato de rebelión ejercido por la minoría morisca de Aragón.

Como podrán observar El Espía del Prudente trae a nuestros ojos una historia difícil de olvidar pues junto a sus correrías por media Europa (Sicilia, Portugal, Londres y París) también nos enseña cómo era aquel mundo en el que los espías se jugaban el todo o la nada y cuáles eran los elementos de poder a tener en cuenta. Aventuras, gestas heroicas, amores imposibles y un sin fin de lances que harán que el lector le cueste abandona la lectura en algún momento. Les animo que se adentren en las páginas y descubran la figura de uno de los hombres más valientes y arriesgados de aquel imperio en el que nunca se ponía el Sol.