viernes, 10 de abril de 2015

BREVE HISTORIA DE LA BATALLA DE TRAFALGAR - Luis E. Íñigo Fernández



Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto
(Cosme Damián de Churruca y Elorza)

Trafalgar o el arte de convertir una derrota estrepitosa en un estímulo épico para una nación. Es lo que siempre me ha llamado la atención de aquella batalla (21/10/1805) en la que dos grandes escuadras, a modo de titanes enfurecidos, se artillaron de forma suicida buscando la gloria y la supremacía de los mares. Pero como en todos los casos cuando dos se enfrentan alguno tiene que perder y lamerse las heridas eso mismo le pasó en este caso a la escuadra hispano francesa comandada por el almirante Villenueve por un lado y el heroico Gravina por el lado español. Y a pesar de que hubo gran vencedor, en este caso el tullido y genial Nelson, esta batalla siempre será recordada más por la caída de dos imperios que por el alzamiento de uno nuevo sobre las aguas de medio mundo. Trafalgar ha pasado a la historia hispana, muchas veces manipulada por intereses patrios, como un alarde de heroísmo (que lo fue) y también como ejemplo de la lucha desesperada contra el destino. Son tantas las visiones y tantos los estudios que se han hecho de esta batalla que sería imposible reunirlos todos juntos en una habitación, por lo que podemos, por tanto, enorgullecernos de tener en un solo volumen una historia que engloba de manera magnifica cual fue el génesis del conflicto, su desarrollo y consecuencias en Europa. Así pues paso a presentarles sin más demora: Breve Historia de la batalla de Trafalgar, escrito por Luis E. Íñigo Fernández.

El autor, como buen historiador que es, comienza su épica narración por las causas que determinaron la aventura que llevó a españoles y franceses a hincar la rodilla ante el poderío naval inglés. A finales del siglo XVII el estado de la marina española era lamentable. Casi no había barcos en la península además de que los astilleros estaban medio abandonados. La Guerra de Sucesión y las derrotas de Vigo en 1702, y Pessaro en 1718 hizo que la nueva dinastía reinante en esta vieja piel de toro, los Borbones, se tomaran en serio la reconstrucción de la marina que antaño había dado tantas alegrías a la historia española. Dos ministros, primero el italiano Alberoni y posteriormente Ensenada, procedieron a crear una nueva flota pues se dieron cuenta que en este nuevo siglo, el XVIII, esta arma iba a ser decisiva para controlar los mares. Un dato lo ejemplifica perfectamente: en casi un siglo se crearon alrededor de más de un centenar de barcos, poniendo interés sobre todo en el nuevo producto estrella de la marina, el navío de línea. Aun así, hubo algo que estos ministros no previeron, y fue que esta desmedida construcción de barcos acarrearía a las arcas del estado un gasto enorme, provocando que, si se deseaba seguir construyendo, debían abaratarse materiales a la vez que descuidar el entrenamiento de los marineros en detrimento de nuevos barcos. Esto tuvo consecuencias inevitables, como por ejemplo la estrepitosa derrota en la Batalla de San Vicente (1797). (Continua)



Pasado el tiempo, España e Inglaterra, la gran enemiga del país durante el siglo anterior, firmaron un acuerdo de paz en Amiens en 1802, pero lo que tendría que haber conducido a unas relaciones cordiales y amistosas durante bastante tiempo, devinieron en otro grave conflicto que tendría a Trafalgar como colofón final. Todo esto se produjo porque a pesar del tratado de paz Inglaterra siguió atacando a los barcos españoles, hecho que decantó las simpatías hispanas hacia el bando francés representado en la figura de Napoleón Bonaparte. El hacha de guerra estaba desenvainado y ya no se podía volver a enterrar… solo uno podría gobernar los mares.  Franceses y españoles deciden unir sus fuerzas, a la vez que sus barcos, y derrotar a la pérfida Albión, pero a pesar de tener más efectivos éstos no tenían nada que hacer frente a los ingleses que tenían una marina mejor preparada, una tripulación mejor entrenada y unos navíos excelentes y maniobreros. En sí, la idea original de Napoleón era utilizar a los barcos propios y ajenos, es decir los de su aliado español, para conseguir conquistar Inglaterra desembarcando en sus costas a cientos de miles de soldados a la vez que eliminar el pernicioso bloqueo que se producía frente a sus acantilados. Para ello tendría que controlar el Paso de Calais durante tres días, y la única manera de hacerlo era alejar de allí a la temible marina inglesa. El plan era el siguiente: enviar un potente convoy a América, y allí dar esquinazo a sus enemigos; después recoger a parte de la flota propia en distintos puertos como el Ferrol, Rochefort o Brest  y utilizarlos a la vuelta para transportar a las tropas a través de Calais. Al principio todo parecía ir bien pues el almirante Villenueve dio esquinazo a Nelson en el Caribe pero a la vuelta se produjo una batalla en La Coruña (22 de Junio) que desbarató todos los planes napoleónicos (buen general en tierra, malo en el mar, a pesar de haber nacido en una isla). Con el rabo entre las piernas la flota combinada tuvo que escapar y refugiarse después de varias vicisitudes en el puerto de Cádiz.

Y así pasaron los días. Entre el hastío de la derrota, los miedos de Villenueve por haber decepcionado a Napoleón, y los consejos juiciosos de los españoles que preveían una derrota si salían a mar abierto a enfrentarse contra los ingleses                 que estaban frente al mando del genial Nelson y Collingwood.  Pero fueron los miedos y las alusiones a la cobardía española lo que provocaron aquella salida suicida hacia la derrota total. La escuadra combinada, en la que no solo había grandes y soberbios barcos como el Santísima Trinidad, auténtico San Lorenzo de los mares, también estaban conformada por grandes marineros que pasarían a la historia por su pericia en el combate como el ya mencionado Gravina, Churruca o Alcalá Galiano. Como era previsible todos los barcos franco españoles se colocaron en una formación clásica de medialuna a la espera de cañonearse con los ingleses a la manera tradicional… pero enfrente tenían a un hombre que revolucionó el arte del combate naval. Antes de empezar el combate, el indeciso almirante Villenueve dio la inesperada orden de que todos los barcos viraran sobre sí mismos lo que produce un desconcierto y unos huecos impresionantes que inmediatamente fueron aprovechados por el almirante inglés utilizando el famoso “toque Nelson”. Con la precisión de una flecha Collingwood en una maniobra suicida se coló por el lado del Santa Ana provocando que los barcos ingleses ametrallaran a los enemigos en proporción mínima de dos barcos a uno, uno por cada lado. El destino de la batalla, ya estaba decidido, era cuestión de esperar a ver cuánto cañoneo podía soportar el contrario. Y mucho lo hicieron debido al coraje de los españoles, que no de los franceses que a las primeras de cambio huyeron del lugar, aunque luego fueron apresados ya fueran días después o tras la increíble y wagneriana tormenta que sepultó los pocos restos materiales y humanos de la batalla.

Luis E. Íñigo Fernández, narra esta gesta y más datos de interés en esta gran obra que para deleite de amantes de la historia no solo habla, de manera directa y didáctica, de combates y hechos políticos sino que también nos asombra con su sapiencia al narrarnos como eran aquellos enormes barcos que enseñoreaban los océanos, la forma de vida a bordo, o curiosos datos sobre la vida de sus protagonistas. Un libro redondo de principio a fin que les aseguro les sumergirá en una acción vertiginosa y trepidante que les llevara a pensar en algunos momentos que se encuentran a bordo de aquellos navíos de leyenda.