domingo, 3 de noviembre de 2024

CASABLANCA - Juan Tejero

 

“Si no subes a ese avión, te arrepentirás. Quizás hoy no, quizás mañana tampoco, pero pronto y para el resto de tu vida.” (Humphrey Bogart, como Rick Blaine)

A mí me pasa como a Woody Allen. Ahora la tengo en DVD pero hace ya muchos años, en una galaxia muy muy lejana, la tenía en una cinta de VHS grabada de la televisión (entonces era la Segunda, creo recordar). Y, como decía anteriormente, me pasaba lo mismo que a Woody Allen al comienzo de Sueños de Seductor (1972), la veía una y otra vez, embobado y repitiendo los diálogos que me sabía de memoria. En verdad, aquella cinta de VHS la tenía bastante machacada. Puede parecer locura u obsesión, aunque no creo que sea así ya que las dos películas más visionadas de la historia del cine son sin duda Lo que el viento se llevó se llevó (1939) y de la que voy a hablar a continuación: Casablanca (1942), auténtico epítome para más señas, y el film más afortunado que existe, como muy bien nos recuerda el escritor, periodista y especialista en el Séptimo Arte, Juan Tejero, en su libro, que como no podía ser de otra forma se titula: Casablanca (Bookland Press editores, 2017). Hay cientos de estudios acerca del fenómeno Casablanca además del legado que nos dejó, no solo cinematográfico sino también filosófico, psicológico, histórico, etc. Y todos ellos coinciden, junto con éste de Juan Tejero, en que Casablanca no solo es una película extraordinaria sino que es todo un símbolo o como mínimo una de las leyendas del cine clásico estadounidense y universal por antonomasia. Al igual que todo el mundo va al café de Rick en la ciudad homónima del norte de África, creo que todo el mundo ha visto alguna vez en su vida este film (nunca se fíen de alguien que no la ha visto) y se han dejado influenciar por aquel microcosmos que representaba la Humanidad en aquellos primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Y si no la han visto… pues bueno, todavía tienen tiempo de hacerlo, aun pueden redimirse de ese baldón, pero les recuerdo que no lo dejen pasar en exceso ya que como dice el adagio: tempus fugit.

Aun así, para situarnos, y aunque confío en que no haya nadie en la sala que no la haya visto, pues siempre existe algún despistado, el argumento sería el siguiente: Casablanca, como ya he mencionado antes, es una ciudad situada al norte de Marruecos que en 1941, tras la entrada en París del ejército alemán y la caída de Francia con la instauración del gobierno títere de Vichy, se llena de refugiados que ansían escapar de las garras de la guerra y quieren un billete de avión que les sirva de trampolín con el que llegar a la mítica y libertadora América. Pero claro, para poder subirse a ese avión se necesita un costosísimo salvoconducto que se puede conseguir o bien por la vía legal a través de la corrupta policía francesa que está a cargo del prefecto de policía Louis Renault, o bien, y como los refugiados no pueden esperar una eternidad pues muchos de ellos son evadidos con peligro de ser detenidos por la misma Gestapo, recurren a puestos del mercado negro como por ejemplo el que regenta el orondo Ferrari en el Loro Azul. Y ya sea de una forma o de otra, y mientras el tiempo languidece con monótona languidez, como los versos de Paul Verlaine, todos pasan el rato yendo al local más famoso de toda Casablanca: El Rick´s Café, en donde una orquesta distrae los sueños de quienes quieren ver la antorcha de la Estatua de la Libertad.

Ahora nos queda aclarar quién es ese famoso Rick de quien todo el mundo habla. Se trata del oscuro Richard “Rick” Blaine del cual solo se sabe que tiene un pasado turbio y un halo de misterio que cuadra muy bien con los otros misterios que encierra esa pequeña ciudad marroquí. Todo son habladurías: unos te dirán que fue contrabandista de armas; otros en cambian aseguran que fue brigadista en la Guerra Civil Española y otros finalmente, asegurarán, ya rendida toda certidumbre, que es una figura envuelta en tinieblas y que desconocen el motivo por el que no se va a Estados Unidos. Lo que sí es cierto, en cambio, es que es un verdadero apátrida cargado de resentimiento, pasado ya de rosca y con un negro sentido del humor en el que se aprecia el dolor de vivir. Por ejemplo cuando una vez le preguntan acerca de su nacionalidad él solamente dice: “Soy borracho”; mientras que interpelado una vez por el prefecto de policía acerca del por qué esta en Casablanca, él responde alegando que “vine a tomar las aguas” y que “le informaron mal”. He aquí el dueño del único café del mundo en donde los maderos de deriva de la civilización acaban llegando. Y uno de esos maderos es su antigua amante Ilda Lund y su esposo, el heroico luchador de la resistencia: Victor Lazslo. Menuda casualidad, o como Rick diría con pesar: “De todos los cafés y locales del mundo aparece en el mío”. Ya es mala suerte. Y si además de que ese trío amoroso no fuera suficiente en aquel ambiente asfixiante de desesperación, se le añade el robo de dos salvoconductos nazis que permiten llegar a América; la lucha entre los antiguos amores y la aceptación de la realidad; la resistencia frente a los totalitarismos; la guerra, las ansias de libertad y la ironía de vivir en un mundo que se derrumba donde los protagonistas se enamoran.

El libro de Juan Tejero nos lleva a contemplar la epopeya de este icono del Séptimo Arte y de la cultura general, pues al igual que aparece en pantalla Casablanca si fue concebida en un mundo que se derrumbaba en la Segunda Guerra Mundial. Nuestra película tiene su origen en una obra teatral y en concreto en una experiencia personal que le ocurrió a uno de aquellos dramaturgos. La obra de teatro se llamaba Everybody´s comes to Rick´s y fue escrita por Murray Burnett y Joan Alison. Pues bien, la idea de esta obra teatral la tuvo Burnett cuando en 1938 viajó al sur de Francia y allí observó en un pequeño local, muy parecido al de Rick, a un grupo de refugiados del nazismo que añoraban con escapar de Europa, aunque, a diferencia de la película, éstos no miraban con anhelo la sombra de un avión que les ayudara a salir sanos y salvos de aquel infierno. Tiempo después la idea de la obra llegó a la productora Warner Bros, previo pago de 20.000 dólares a Murray Burnett y Joan Alison, pero cambiando el título a algo más exótico, Casablanca, a imitación de otra anterior llamada Argel (1938) en la que destacaban el lacónico Charles Boyer y Heidy Lamarr.

Y es aquí donde aparece la primera casualidad (de las muchas exitosas casualidades que jalonan la leyenda de Casablanca). El 8 de Diciembre de 1941, justamente un día después del ataque japonés a Pearl Harbour, y con el país supurando las heridas del ataque y la consiguiente entrada en la guerra, llegó a los estudios de Warner Bros la idea de producir la película. Por tanto, aunque suene un tanto fuerte, el primer escalón del éxito del film fue la entrada de los americanos en la guerra mundial ya que a partir de ese año, por un lado, los estudios empezaran a producir en masa películas patrióticas, que los actores acudieran a la llamada del deber, y sobre todo que debido a la escasez de materiales fílmicos hubiera pocos repuestos de películas en las salas de cine y que por ello Casablanca estuviera más tiempo en cartelera que otras que antes de la guerra solo duraban alrededor de una semana. Y, hasta finalmente la propia guerra la que hizo el trabajo de publicidad perfecto ya que el 8 de Noviembre de 1942 las tropas americanas desembarcaron en África, apareciendo en todos los periódicos el nombre de la ciudad de Casablanca. Rápidamente y aprovechando el tirón se pensó en estrenar el film antes de que terminara el año y se hizo el 26 de ese mismo mes, día de Acción de Gracias, en Nueva York. Un golpe de suerte tras otro.

Además, Estados Unidos, y los estudios de Hollywood se llenaron de excelentes actores europeos, emigrados desde sus países convirtiendo el plato de rodaje en una auténtica ONU con hasta 34 nacionalidades distintas. ¡Todo un guirigay de lenguas! Así pues se aprovechó esta cantidad ingente de refugiados para configurar una estela de actores secundarios que acompañarían a los actores principales a conseguir el milagro de una película que parecía condenada al fracaso desde el principio. Frente a ellos se encontraban, por un lado, y en una excelente forma artística, a Humphrey Bogart haciendo del sardónico Rick (existe el mito de que el papel se lo ofrecieron a Ronald Regan, pero solo era eso, una leyenda urbana); a Ingrid Bergman como Ilsa Lund; a Paul Henreid como el resistente y sacrificado Victor Lazslo (papel que no le gustaba en absoluto), o al malvado oficial nazi Heinrich Strasser, interpretado por alemán Conrad Veidt,  que curiosamente había huido de los propios nazis que lo perseguían. Y dirigiendo todo aquello, todo aquel conglomerado de actores de distintas nacionalidades y con egos tan dispares, la elección de Michael Curtiz fue todo un acierto pues era un director todoterreno y polivalente. Pero en este campo de actores, actrices y directores, no nos olvidemos de la segunda casualidad que ennoblece esta película. La actriz que iba a hacer de Ilsa en un principio no iba Ingrid Bergman sino Michele Morgan, pero el caché de la sueca era más barato, a lo que hay que añadir que Heidy Lamarr no estaba disponible en esos momentos. Y no quiero dejar en el tintero otra afortunada casualidad, ésta es la tercera: la música. La banda sonora estaba en manos de Max Steiner y está tan bien escogida y elaborada que impregna cada escena. Sobre todo lo más recordado entre todas estas composiciones fue sin duda el tema central interpretado por el jovial pianista Sam (Dooly Wilson): As time goes by. Pues bien, Juan Tejero, nos informa que el tema que toca y que es un auténtico calvario para Rick Blaine estuvo a punto de no existir ya que el compositor odiaba esa melodía y quería que fuera cambiada por otra más amorosa y sensual cantada por Lena Horner o Ella Fitzgerald… menos mal que se impuso el criterio de El tiempo pasará.

Y terminamos con el asunto de las casualidades afortunadas. Cuando se quiso comenzar a rodar la película ya se tenían elegidos los actores, las flamantes actrices, sus secundarios, los platos que recrearían la enigmática Casablanca, pero faltaba algo que sin ello no podía llegar a buen fin: el guión. Fue encargado a los hermanos Epstein, Julius y Philip, y también a Howard Koch que lo llenaron no solo de romanticismo, humor negro, cinismo y canto a la libertad frente a la opresión. Pero dicho guión que ahora nos maravilla no estaba muy pulido y continuamente las escenas se cambian de día en día al igual que los diálogos, se hacían correcciones y se improvisaba en la marcha volviendo loco a los actores, encolerizando, por ejemplo, a Bogart o despistando a la propia Bergman que tan descolocada estaba que hasta el último momento no sabía a qué personaje amaba, si a Rick o a Lazslo, vamos que no tenía ni idea de con quien se iba a subir al famoso avión.

Como se pude ver, y como muy bien nos señala Juan Tejero, Casablanca es no solo una película audaz, llena de improvisaciones o remiendos, sino que este hito del cine es todo un  milagro. Un milagro que siguiera adelante y tuviera el existo que tuvo y que sigue teniendo hoy en día. Pudo ser un simple folletín y no lo fue porque no se quiso desde el principio; pudo ser una mera película romántica y no llegó a ello porque Casablanca toca todas las fibras de nuestro ser; y tampoco fue un arma propagandística del sueño americano y de la América redentora porque es universal en su concepción y su espíritu y si no vean como se cuelan esas notas de la Marsellesa no solo en la banda sonora sino también a través de las puertas del Café de Rick y como todavía nos pone los pelos de punta verla cantarla a coro. Hay películas que se vuelven caducas con el paso del tiempo, otras que envejecen mal, pero hay otras que ganan cada vez que se ven pues son universales, observamos más matices en su desarrollo y en las interpretaciones de sus actores y te quedas con ganas de visionarla de nuevo porque ¿a quién no le gustaría tomarse algo en el Rick´s Café? Yo creo que a todos porque verla por primera vez es como conocer a alguien y porque, verdaderamente, es el comienzo de una hermosa amistad.

 Juan Tejero. Casablanca, Bookland Press editores, 2017, 332 páginas.

También podéis leer mi reseña en la página de Hislibris: https://www.hislibris.com/casablanca-juan-tejero/