sábado, 12 de mayo de 2012

EL SERENO



Mesonero Romanos lo ha querido ver como el paradigma del ser romántico, pues con su labor nocturna luchaba contra las fuerzas del mal siendo heroico al conjurar el peligro. Es una definición bonita pero la historia de esta profesión es algo más prosaica que como la pinta el escritor matritense. Seria erróneo pensar que el oficio de sereno nació en España, pues a través de la historia ya han existido guardias nocturnas desde la antigüedad hasta la actualidad. Ya las hubo en Roma intramuros y las hubo por ejemplo en el neblinoso Londres del XVIII. Allí se llamaban night watchmen y se dedicaban a patrullar las húmedas calles avisando de los peligros a ritmo de matraca.

La introducción de la figura del sereno en España también data del siglo XVIII y responde a una necesidad social que se estaba produciendo en aquellas fechas. Carlos III al llegar a España se dio cuenta de que la burguesía estaba bastante descontenta debido a que se estaba dando un gran número de robos y atropellos debido sobre todo a la migración rural. Es por ello que el ilustrado rey comenzó una serie de reformas para evitar los desmanes y la delincuencia en las ciudades: inauguración del alumbrado público; saneamiento de las calles otorgándoles números identificativos y nombres; o la constitución del Primer Censo Nacional hecho por el Conde de Aranda. Una de las múltiples medidas que dictó Carlos III fue la creación de un grupo de vigilantes nocturnos que harían su primera aparición en Cádiz y Valencia (y no en Madrid como reza el mito). El por qué se les llama serenos tiene su explicación, pues parece que entre sus obligaciones estaba la de anunciar cada cuarto de hora el tiempo y la meteorología del momento, y como el cielo en Valencia es bastante benigno siempre utilizaban la palabra “sereno”, quedando de esta manera su nombre de pila para la posteridad.


Nuestro rey ilustrado estaba dispuesto a que Madrid, la capital de su Imperio, fuera igual de espectacular que las demás ciudades de Europa por lo que puso mucho empeño en que las medidas adoptadas en las diferentes partes del reino fueran llevabas a rajatabla en Madrid. Instauró allí el sistema de serenos siendo realizado en un principio por los propios vecinos que se dedicaban exclusivamente al vigilado de las calles y al encendido de las farolas de aceite. Como no era un trabajo bien remunerado los vecinos no eran muy diligentes habiendo una abstinencia laboral bastante grande. Esta situación produjo que en 1765 Carlos III promulgara una Real Orden por la que fijaba el cuerpo de serenos/faroleros, siendo su implantación total con su hijo Carlos IV en 1797. Pasado el tiempo, y delimitadas las funciones, atribuciones, número de pagas y mantenimiento del servicio, el sistema de serenos empezó a crecer expandiéndose por toda España en época de la reina María Cristina.

En 1840 se crea el corpus original del cuerpo: El Reglamento de Serenos-Faroleros de la Villa y Corte de Madrid. Aquí se establece la jerarquía que ha de haber con un inspector en la cúspide, seguido de los celadores de serenos, y teniendo como base a los serenos-faroleros de menor rango. Media hora antes del comienzo de la jornada los serenos tenían que reunirse con el celador para pasar revista y darles el material de trabajo. En el siglo XIX el material era bastante pesado y se componía esencialmente de: una escalera, una cadena y un candado; una aceitera grande de media arroba y otra pequeña junto con mechas de aceite y bayetas para limpiar los cristales de las farolas; un chuzo, o lanzón para defenderse (con los años ese arma será más pequeña tamaño porra o estaca); un farol de mano, un pito con cadena alrededor del cuello y una pistola si hiciera falta en tiempos inciertos. En un principio iban vestidos con levita de paño, una esclavina larga, y un sombrero acharolado en el que se veía claramente el número de afiliación. Con el paso de los años ese traje varió con las modas imperantes.

Si se cree que el material era voluminoso, igual de grande eran las obligaciones del sereno, pues que nadie crea que se dedicaban a dar paseos bajo la luz de la luna. En un principio, como indique antes, se dedicaban a vigilar las calles y encender las lámparas de aceite, pero pasados los años se les fue asignando más trabajos: anunciar la hora y el tiempo meteorológico cada cuarto de hora, saber que significaban todos los toques de campana y ayudar en los incendios; igualmente tener memorizadas todas las direcciones de las calles, médicos, comadronas, hospitales, comisarías, casas de socorro... no debían entrar nunca en casas ajenas si no eran invitados y sobre todo debían estar alertas ante el peligro solo pudiendo echar una cabezadita en las esquinas para que pudieran ser vistos en cualquier dirección.


Pasado el tiempo empezó haber de nuevo grandes problemas de absentismo ya que la remuneración era muy baja en contraposición con las grandes labores que tenían que hacer. A eso hay que añadirle el descontento entre la ciudadanía ya que éstos al abandonar sus trabajos producían una inseguridad muy grande aumentando de nuevo los atracos y desordenes nocturnos. El problema del dinero y las pagas a los serenos era un asunto que todavía no se había resuelto del todo, pero que curiosamente se iba a arreglar casi solo con el paso del tiempo. Entre mediados y finales del siglo XIX el trabajo de vigilante nocturno empieza a dividirse en dos tipos, el llamado sereno/farolero y el sereno que empezaba a recibir pagos por parte de tiendas y propiedades privadas para que les vigilara especialmente sus negocios. Estos eran los serenos de comercio. El abandono de las responsabilidades por falta de remuneración y la implantación a partir de 1865 de faroles de gas hizo que los primeros, los serenos/faroleros empezaran a desaparecer frente a los serenos de comercio, que es el vigilante más conocido en la actualidad.


Alrededor de 1864 los serenos empiezan a llevar llaves, pues las antiguas entradas a edificios, oscuras y llenas de suciedad comienzan a dar paso a las porterías. Los serenos, por tanto tienen una nueva función que es la de permitir entrar a los vecinos rezagados u olvidadizos en sus hogares, lo que provoca la total confianza entre el vecindario y su particular vigilante. Esta seguridad que les trasmite y el convertirse en una persona particular del barrio hace que también empiece a recibir regalos y emolumentos en días señalados del año, como por ejemplo Navidad. Desgraciadamente a finales del siglo XX la figura del sereno, frente al establecimiento de una policía más profesional, los adelantos técnicos y los vigilante privados, desaparece de nuestras vidas quedando como un recuerdo nostálgico de un tiempo en que si levantabas la cabeza de la mullida cama podías sentirte tranquilo pues sabias que una persona, un ángel de la guardia velaba por ti.