No se si se
acuerdan pero una vez les hablé de las llamadas Casas a la Malicia. Eran los
aposentos madrileños en los que sus propietarios, mediante una distribución
ficticia de la casa, evitaban, por un lado, pagar una serie de impuestos
mientras que por otro sorteaban el engorro deber de tener que acoger entre sus
paredes a funcionarios reales o municipales. Pues bien, esta picaresca siguió
funcionando durante toda la época de los Austrias, pero cuando llegaron los
Borbones todo comenzó a cambiar pues éstos eran mejor administradores que los
anteriores dueños de España. La alcaldía de Madrid perfeccionó a partir de 1740
el sistema de cobró y se incrementó el número de inspectores que iban por las
casas. Pero a pesar de redoblar los esfuerzos impositivos, pronto se dieron
cuenta que buscar a la gente para pagar los impuestos por las casas y calles de
Madrid era todo una aventura ya que la capital del Reino era un laberinto
imposible de cifrar.
Los cobradores
del Ayuntamiento se pasaron once años sufriendo esta tortura, hasta que en 1751
a algún funcionario real se le ocurrió una idea brillante para solucionar la
confusión que existía para clasificar las casas madrileñas. El nuevo sistema
consistía en que a cada manzana se le designaría un número, y en sus esquinas
se pondría una baldosa que diría lo siguiente: Visita G Manzana… más el número de ésta. Esto venía a decir lo
siguiente: Visita General de la Regalía
de Aposentos. Todos se las prometían muy felices pero no se daban cuenta
que enseguida comenzarían a aparecer un buen número de problemas, pues se podía
dar el caso de que una casa pudiera tener más de una puerta de entrada, o que
si alguna se derribaba en medio de la calle podían surgir dos manzanas
distintas. Además era costumbre que cuando en una casa había reformas se
tapiaran las entradas (ventanas y puertas) abriéndose otras nuevas por otro
lado. Como parche a esta solución se añadieron nuevas placas que rezaban lo
siguiente: Visita G Casa. Con lo que
ahora se complicaba más el tema pues cómo se tenían que regir ahora los
recaudadores de impuestos ¿por el número de manzana, por el de casa, o por el
de una puerta o ventana cerrada? Toda una locura, ya que algunas veces
aparecían casas en que había más de una número en su fachada puestos sin
sentido alguno.
Este sinsentido
duró hasta mediados del siglo XIX cuando el Marques Viudo de Pontejos y
Mesonero Romanos se pusieron manos a la obra y ordenaron gran parte de la Villa
de Madrid poniéndole nombres a las calles y numerando las puertas de éstas
mediante números pares a la derecha e impares a la izquierda, comenzando a
contarse por las casas que más cerca estaban orientadas hacia la Puerta del
Sol. Todavía hoy se pueden ver vestigios de estas baldosas en partes antiguas
de Madrid, así que cuando las vean ya no creerán que estén ante un complicado
jeroglífico o un mensaje críptico sin sentido.