Sabe Dios cuando habrá otro verano
Dos niños juegan
en un solitario descampado de Madrid barrido por el viento. Como todos los
chavales de la época quieren ser soldados valientes, igual que Gary Cooper en Tres Lanceros Bengalíes. Uno de ellos,
al que familiarmente su familia y amigos llaman Luisito, se queda parado un
momento tras haber matado a un imaginario afgano, y con cierta preocupación le
pregunta a su compañero de armas: ¿Te
imaginas que aquí hubiera una guerra de verdad? Entonces el otro, con sonrisa
socarrona, no creyendo que le pregunte semejante cosa, le contesta: Pero ¿dónde te crees que estás? ¿En
Abisinia? ¡Aquí que va a haber una guerra! Luisito asiente y como la nube
que temporalmente tapa el sol, su ánimo vuelve a reflotar y prosigue jugando.
El verano promete ser largo, muy largo, y nadie en aquel mundo moderno, en
aquella España democrática del 36, cree que aquellas horrendas matanzas de años
pretéritos se puedan producir en un país que parece haber exiliado al fantasma
de la guerra. Aunque en verdad, Luisito tiene razón en algo, aquellas
vacaciones de 1936 van a ser muy largas y movidas. Un verano que va a durar en
total tres años.
Este remedo de
comienzo tiene ciertas similitudes con el inicio del libro que paso a
continuación a reseñar. Se trata de la inmortal obra de teatro del ya difunto
Fernando Fernán-Gómez, Las bicicletas son
para el verano, la cual narra como nadie las vivencias de una familia de
clase media en Madrid a lo largo de los tres años que durará nuestra sangrienta
Guerra Civil (1936 -1939). Se estrenó en el Teatro Español el 24 de Abril de
1982 y ya, desde ese mismo momento se convirtió en lectura obligada para
cualquier persona interesada en acercarse a aquellos años y comprobar de
primera mano las vivencias y sensaciones de aquellos españoles que se quedaron
atrapados sin querer en un mundo donde hermanos contra hermanos se mataban
entre sí. El foco de la obra teatral se centra exclusivamente en el Madrid del
comienzo de la guerra hasta unos cuanto meses después de acabada esta y en el
que el bando vencedor pasa a rendir cuenta a los vencidos. Como dice al final
uno de sus protagonistas: No ha llegado
la Paz, ha llegado la Victoria. Fernando Fernán-Gómez nos habla de una
familia española, madrileña por más señas, una familia cualquiera, modélica, de
tantas que había, que viven el día a día en su burbuja de quehaceres diarios,
sin meterse con nadie y con la única idea de ser felices en un mundo que poco a
poco empieza a volverse loco. La unidad familiar la componen Don Luis, el
lúcido patriarca que trabaja como directivo en unas bodegas de licores; su
esposa Doña Dolores, amante esposa y amante mujer de su hogar; y sus hijos
Manolita, la mayor, que quiere combinar su trabajo con su vocación teatral, y
Luisito, el soñador hijo pequeño que a pesar de haber suspendido Física (según
él por cuestiones políticas) ansía tener una bicicleta para correr los
alrededores de Madrid con sus amigos durante aquel verano que promete mil y una
aventuras. Ah, y tampoco hemos de olvidar a la sufrida criada, María, la cual
de vez en cuando se lleva algún achuchón o pellizco de Luisito al cruzarse en
los angostos pasillos del hogar.
Es decir, la
típica familia de clase media, sin grandes pretensiones, de cualquier ciudad
española del momento. Pero sin darse
cuenta, como ladrón que llega en la noche, las radios estatales anuncian que
los militares se han sublevado en el protectorado español de África. Comienza,
por tanto, para ellos un tiempo nuevo de zozobras que trastocará su día a día.
Uno de los elementos principales de esta obra teatral es que en ningún momento
se observan escenas de guerra, trincheras, ataques en el Madrid sitiado por los
Nacionales, ni se visualizan los frentes
establecidos allá por Ciudad Universitaria o los Carabancheles, por poner un
ejemplo. La evolución de la guerra se vive desde dentro. Todo lo que se produce
en ella la podemos ir conociendo por las conversaciones que existen tanto en la
unidad familiar como con los vecinos y conocidos. Al principio la guerra se observa
y vive como una curiosidad. Al igual que muchos españoles es una novedad y la
mayoría la siente como espectador. Luisito y Manolita sienten un despertar al
contar lo que ven en las calles: gente ebria de libertad; los múltiples
partidos y gritos valientes de milicianos y milicianas… la guerra es un rumor
lejano perdido en la lejanía. Pero en cuanto la aviación sublevada deja caer
las bombas sobre los tejados de Chamberí la verdadera realidad los ahoga. No es
un entretenimiento de veraneo y desde entonces el fantasma de la muerte se
instala en sus huesos. El correr por la noches al refugio antiaéreo, la muerte
de gente conocida, las purgas en los trabajos, que por ejemplo hace que
colectivicen la bodega de don Luis, y sobre todo el hambre se convierten en
hecho cotidiano. Todo se raciona, hasta las lentejas y los garbanzos, y muchas
veces las cartillas de guerra no alcanzan a sustentar la dieta diaria de la
familia. Madrid es el campo de batalla, y el pisito de nuestros protagonistas
el centro neurálgico donde se narra su devenir.
Las bicicletas son para el verano, no es
un alegato político de izquierdas o derechas. Es, en cambio, una declaración de
intenciones contra la Guerra Civil Española. Las conversaciones nos llevan a
imaginar el día a día del sitio de Madrid, y, claro está las conversaciones
están hasta cierto punto politizadas ya que los protagonistas y sus allegados
solo dejan ciertas pinceladas sobre qué bando es el que les cae más simpático.
Don Luis es claramente de ideas republicanas, aunque baqueteado y resignado por
las incidencias de la vida. Una mente lúcida que no cae en extremismos, y que
alguna vez, cuando era joven, quiso ser escritor para dejar volar su
imaginación; Doña Dolores, su esposa, y Doña Antonia, la vecina, son neutrales,
más preocupadas por los quehaceres diarios que por el volcán en donde están
sentadas, aunque cuando la guerra está a punto de terminar se sienten muy
cansadas de todo y les da igual quien gane, aunque sean los Nacionales (a
sabiendas de que su marido es contrario a ellos); Doña María Luisa, la “casera”
es simpatizante del bando sublevado, y eso se observa no solo en sus
comentarios, sino también en la tienda de figuras religiosas que hay en el bajo
del edificio; y luego están una pareja de vecinos muy curiosa: Don Simón y Doña
Marcela. Son los más mayores de la obra, dos ancianos que han visto mucho pero
que al igual que los demás la guerra los ha pillado a trasmano. El primero es,
al igual que don Luis, de ideas republicanas, mientras que aunque doña Marcela
tenga ideas conservadoras, se aprovecha de la situación de anarquía del momento
para divorciarse de su marido. Lusito y Manolita al principio son meros
espectadores, pero la guerra los va a ir cambiando poco a poco. A él lo que le
importa en un principio es su bici y correr con ella por el Jarama, pero al
igual que su hermana los hechos que observan a su alrededor los hace ir
madurando poco a poco, llevándolos a la vida adulta a través de un curso
acelerado impartido entre bombas y disparos de metralleta.
La acción
teatral es rápida, los diálogos claros y chispeantes, reflejando el habla
cotidiana de la calle. Incluso en algunas ideas de los personajes Fernán Gómez
desliza el habla diaria. Por ejemplo, uno de ellos, un anarquista llamado
Anselmo dice claramente, a las bravas: Primero,
a crear riqueza; y luego a disfrutarla. Que trabajen las máquinas. Los
sindicatos lo van a industrializar todo. La jornada de trabajo, cada vez más
corta; y la gente, al campo, al cine o a donde sea, a divertirse con los críos…
Con los críos y con las gachís… Pero sin hostias matrimonio ni de familia; ni
documentos, ni juez, ni cura. Amor libre, señor, amor libre… Libertad en todo:
en el trabajo, en el amor, en el vivir donde te salga de los cojones… El autor no se anda con remilgos ni estilos
elevados. Una prosa clara y unos pensamientos directos para reflejar que los
personajes están en un mundo duro en el que podemos encontrarnos todos algún
día. En resumen, nos encontramos con una obra epítome dentro de la literatura
española contemporánea, que incluso fue llevada al cine por Jaime Chávarri dos
años después, y que sigue de manera fidedigna la obra homónima de Fernando
Fernán-Gómez (en el que por cierto aparece un jovencito Gabino Diego en su
primer papel como actor) Así pues les animo a leer esta obra teatral, o a
releerla si alguna vez ya lo han hecho, y volver a sumergirse en un torbellino
de emociones, con la Guerra Civil como telón de fondo, que nunca olvidarán.