miércoles, 12 de abril de 2017

BREVE HISTORIA DE LA BELLE ÉPOQUE - Ainhoa Campos Posada



Qué afortunados somos de vivir el primer día del siglo XX
(Le Fígaro, 1 de Enero de 1901)

Abril de 1900. París es el centro del mundo, y es precisamente allí, en la Ciudad de las Luces donde se inaugura una de los grandes símbolos de la época: La Exposición Universal de 1900. Hasta mediados de Noviembre de ese año, y en sus 216 hectáreas de terreno casi todos los países del mundo exhibieron sus adelantos científicos y sus maravillas con los que asombraron a cualquier persona del globo que se hubiera acercado allí. Y es que aquella exposición no solo era un gigantesco gabinete de curiosidades, además era el símbolo de una época, de un tiempo de paz en el que parecía que el fantasma de las guerras y de las sangrientas revoluciones había pasado. La estabilidad entre los países, la nueva mentalidad y el poderío de la clase media hacía que aquellos años se convirtieran para los que los vivieron entonces en una era dorada. Un mundo de cambios impresionantes en que la humanidad parecía haber dado un paso adelante. Un tiempo emocionante que acabaría en un mar de trincheras de barro, pero que en aquel entonces valía la pena vivir. Ahora es un mero recuerdo de estabilidad, frágil estabilidad, pero que de vez en cuando vale la pena recordar. Así pues les presento uno de esos ensayos que recrean de manera magistral una época y que deja a la vez una grata impresión al lector deseoso de sumergirse en unos años donde la luz de la ciencia arrinconó durante un breve tiempo a las tinieblas de la barbarie. Con todos ustedes: Breve Historia de la Belle Époque, de Ainhoa Campos Posada.

Esta expresión francesa, La Época Bella, algunos autores la retrotraen hasta 1871 y no hasta 1890, precisamente cuando se acallaron las armas de fuego de la Guerra Franco Prusiana.  Sea entonces, o 19 años después es innegable que aquella Europa del colonialismo, en el que parecía que el hombre blanco era dueño y señor de todo el orbe, fue para el viejo continente un tiempo de prosperidad. Las materias primas que fluían (o se succionaban) desde África o Asia hacía que la despensa de Europa estuviera satisfecha, por lo menos para la burguesía y las clases altas. Gran Bretaña, que no solo mandaba sobre las olas, Francia y Alemania, por ejemplo, dominaban gran parte del mundo y esto provocaba que mucha gente se enriqueciera. A esto se unía la plena implantación de la Revolución Industrial, y aunque todo parecía ir de fabula poco a poco se estaba produciendo que la brecha entre ricos y pobres se fueran ahondado poco a poco. Los ricos más ricos y los pobres más hundidos en el fango. Es por ello que una de las grandes revoluciones de esta época es el nacimiento de partidos políticos y sindicatos que luchan por las libertades del obrero. La guerra silenciosa entre el liberalismo y el conservadurismo había nacido.

Ainhoa Campos Posada nos muestra una época optimista, y a la vez muy valiente. En el aire existe una especie de sensación de que hay que dejar atrás lo pasado y por lo tanto la necesidad de echarse en brazos de la esperanza, de la paz y sobre todo de los avances científicos. Los nuevos medios de transporte, cada vez más rápidos, como el nuevo coche o el ferrocarril, la inmediatez del telégrafo, el cable submarino, el teléfono e incluso el cine, harán que nos encontremos con un mundo más cercano y con una economía más globalizada. Además aumenta el nivel de vida gracias a los avances en la medicina, como los rayos X o aplicaciones para combatir enfermedades. Esto hará que el ser humano tenga confianza en un futuro prospero y en paz.

Y es por ello que la sociedad empezara también a evolucionar, y con ellos sus ciudades. Urbes como Paris, Berlín o Londres comenzaran a cambiar su fisonomía y se efectuaran grandes obras urbanas en las que las inmensas avenidas y bulevares se impongan por encima de los antiguos barrios de vía estrecha. Pero claro, todo esto tendrá su inconveniente y reflejo. Si la Belle Époque es un tiempo de prosperidad también es un tiempo de controversias e injusticias. Si antes hablábamos de grandes bulevares, éstos no se impusieron en su totalidad pues en muchos casos las casas y barrios de la gente baja comienzan a ser desplazadas hasta convertirse en simples guetos en donde se hacinan las personas sin ninguna garantía de vida. Hecho que poco a poco va calando en el espíritu de esta sociedad y produce que germine en su interior una venganza posterior, como por ejemplo la que ocurrirá tiempo después en la Revolución Rusa (1917). Pero es que incluso estas contradicciones no solo se producen en la clase baja sino que también en las altas esferas, en sus propias casas, no es oro todo lo que reluce. El fuerte patriarcado familiar hace que la mujer sea un mero adminículo de su marido y aunque luzca joyas en bailes, de puertas para adentro está sometida a rígidas normas. Menos mal que el naciente movimiento de la mujer hace que esos grilletes se vayan rompiendo poco a poco.

En definitiva, La Belle Époque es un tiempo de cambios en todos los aspectos de la vida, desde los ideológicos, tecnológicos, médicos, políticos, culturales… pero también de fuerte contradicciones que harán que aquella feliz etapa se vaya resquebrajando poco a poco hasta desembocar en su propio fin: La Primera Guerra Mundial. Y es que los que sobrevivan al horror de entonces recordaran con anhelo la hegemonía y la estabilidad de unos años en el que el miedo, el hambre y la guerra, parecían haber desaparecido para siempre en un mar de champan y lujos sin par.