En la Primera
Guerra Mundial, en el bando italiano, había un general llamado Luigi Cardona
(1850 – 1928), que al parecer, como buen heredero de Virgilio, le gustaba mucho
la poesía. Tanto que cuando mandaba los partes de guerra lo hacía de manera
lírica. Un ejemplo: “La nieve en las altas cimas y la niebla en los húmedos
valles dificultaban nuestras operaciones”. La verdad que daba gusto leerlos.
Además cuando terminaba de escribirlos siempre dejaba su sello personal que
consistía en poner al final Firmato
Cardona. Pues bien, cuando al ejército italiano le iban bien las cosas, y todo era ilusión patriótica (antes del
desastre de Caporetto (1917)), la gente pensaba que Firmato era el nombre de
pila de aquel general por lo que mucha gente comenzó a ponerle a los recién nacidos
el supuesto nombre, con lo que Italia se llenó de cientos de firmatos.